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Tribuna
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Otoño/invierno

Parece que la temporada no viene de eslóganes (yo diría slogans, robot, con perdón, cuerpo). Después del tembloroso «De entrada, no», que Dorado ha explicado como ha podido (no ha podido) en este periódico, viene el de una revista multipornonacional: «Las mujeres vestidas y la verdad desnuda».Se trataba de ponerle maxifalda ideológica y sujetador de cazoleta teológica a la mujer zurda de nuestro tiempo, pero unos cuantos profesionales de ambos sexos han renunciado al invento periodístico, con muy buen sentido, y uno piensa, entre otras razones, que lo han hecho porque ya va siendo difícil encontrar mujeres vestidas y verdades desnudas. Estuve la otra tarde en el pase de modelos de lossette de Iñigo, la bella esposa brasileña de José María, en Windsor, con Natacha de Santis, hija de María Cuadra, como máxima revelación de lo que es una adolescencia femenina de hoy, estilizada por la gimnasia e iluminada por la luz, ya, del futuro. Las hermosas modelos salían muy vestidas, pero toda aquella elegancia tenía un misterio africano y como polisario, porque la fascinación (y nuestra sociedad vende fascinación) viene siempre -ay-, queramos o no, del peligro, de la revolución, de la subversión. Viene de lo venidero. De modo que la mujer, para resultar subversiva, no necesita estar desnuda. Hay una última moda guerrillera y una última moda polisaria. Es una banalización costurera de la Historia, pero es también una intuición: la moda necesita, ante todo, ser fashionable, y los modistos y modistas saben que lo fashionable es siempre lo peligroso, lo arriesgado, lo subversivo. La moda tiene que ser siempre, un poco, lo que no debe ser.

De Ortega a Roland Barthes, los pensadores han reflexionado mucho sobre esto de la moda. Sentí no acudir al pase del señor Loewe en Pachá, donde se anuncia una nueva fiesta sobre la moda y el modo, sobre el trapo, el dry, el regge y el funky, mayormente el funky. Pienso, en todo caso, que el slogan de Lui debiera haber sido: «Mujeres, de entrada, desnudas, no; en cuanto a la verdad, exige un referéndum». No basta, o sea, con ,comprar una revista pornocultural de prestigio europeo y adecentarla con un slogan y una falda de ama de cura. Porque esa verdad desnuda que se promociona incluye a la mujer, y la dirección histórica de la mujer conduce actualmente a la desnudez intelectual, política, moral, social, sentimental: la desnudez corporal no es sino una puesta en acto y en escena del progresivo desnudamiento de la mujer. Lo realmente pornográfico (o sea demagógico, o sea evidente) era la segunda parte de la frase, el segundo hemistiquio, por decirlo culto, pues la verdad desnuda supone que la mujer de hoy toma la píldora, practica el aborto, lucha por la libertad, ejerce el sexo, conoce la droga, elige el divorcio, obvia al marido y decide los hijos. La única revolución que se está haciendo es la revolución femenina y, frente a eso, el problema del tanga indiscreto o los mejillones adulterados me parece cosa de poco momento. Desnudar a las mujeres para retratarlas es tan reaccionario como vestirlas de punto para vender más punto. Mi slogan es: «Las mujeres, de entrada, vestidas, no, y la verdad, de entrada, desnuda, tampoco, porque no me lo creo».

Releyendo en estos días las memorias de Lou-Andreas Salomé, aquella progre de entre dos siglos, amante de Nietzsche, Rilke, Freud y Wagner, veo cómo al escribir se hizo una estrecha: habla mucho de Dios, nos pasa la moda/Nietzsche, la moda/Rilke, la moda/Freud, la moda/Wagner, pero no se decide al strip-tease literario de contar nada. La mujer, desnuda o vestida, es siempre subversiva porque pone en cuestión al hombre y sus verdades/mentiras. Un suponer, Natacha de Santis.

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