_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vigías en la noche

Apenas el sol se esconde cuando ya calles, caminos y jardines aparecen desiertos tras la marea cotidiana; la vida empieza sobre los tejados, en sus bosques de antenas apretadas. Las hay, de toda índole: rectas, sencillas, cóncavas, parabólicas, semejantes a parrillas dispuestas a recibir las bandadas de pájaros que preparan su largo viaje del otoño. Otras se miran, complementan o envidan pugnando por un lugar mejor cara al aIud de invisibles mensajes que les llega desde los cuatro puntos cardinales. Vienen a ser el extremo sensible, los ojos en la noche de los aficionados a la televisión. Aquellos que, en Italia al menos, quieren gozar de tal invento plenamente se han hecho instalar en azoteas, ventanas o balcones el último adelanto: un brazo que gira a voluntad según la vocación, capricho o necesidad de quien desde su hogar lo maneja. Hay, en estas secretas maniobras un placer hasta hace poco reservado a los radioaaficionados, al que se añade el aliciente de lo celado o prohibido, a partir de ciertas horas de la noche. Si usted vive en el norte de Italia y posee tal novedad, además de un receptor normal, tiene al alcance de su dedo y su mano nada menos que 35 canales entre privados y oficiales. Dicen -y no hay razón para dudarlo- que en todo el país funcionan unos cien. En el norte, usted dispone, además de los nacionales y privados, de los qtie llegan desde Francia. Montecarlo, Suiza o Yugoslavia, a los que es preciso añadir el Telepace, cuyo telediario corre a cargo de un clérigo que presenta a menudo filmes más o menos parroquiales. Aparte de noticias, transmisiones deportivas y algún qlie otro acontecimiento cultural tímidamente reseñado, los espacios mejores, sobre todo en verano, se dedican al cine. Un aluvión de historias olvidadas, de rostros muertos ya, de mensajes efímeros nacen y mueren entre concursos y y rockeros disputándose un tiempo que en su mayoría no fueron capaces de ganar cuando nacieron. De cuando en cuando Shakespeare, Antonioni o Capra vienen a echar una mano a Macario, Totó y otros artistas populares, pero a la larga el gusto, el interés o la simple necesidad se imponen y vuelven las comedias en las que el sexo aún se anuncia en palabras o situaciones que no suelen llegar más allá del desnudo discreto o la salsa picante. A la tarde, el Oeste lejano o de propia cosecha, la última guerra mundial o el filme histórico, en el que gentes y plazas de hoy piden prestados conflictos y pasiones a sus antepasados de otros siglos, tienen lugar de honor en los hogares antes de la cena, hasta alcanzar la hora de la noche. La última hora resulta, como siempre fije, al menos en teoría, el momento indicado, la hora meior, la ocasión favorita del amor, y la televisión privada ha tomado buena nota. A partir de las diez de la noche más o menos, cuando según los cálculos, no se sabe si hipócritas o paternales, los menores de edad se hallan en su lecho inocente, las pantallas se animan con abrazos y espasmos, con un tosco decamerón dedicado a toda una generación de ojos y mentes lejanos de tales avatares. Este público de la última hora, cuando el silencio invade los rincones dentro y fuera de casa, viene a ser hermano del que con may,or ríesgo y coste frecuentaba anteriormente tantas salas prohibidas por el respeto humano, por el "qué dirán si me ven". convertidas en clubes sólo para hombres.

Ahora, en cambio, la pantalla casera ha igualado ante el sexo las oportunidades. Matrimonios de tercera edad con la complicidad de la penumbra del salón de estar se asoman por primera vez a un volcán intermitente de pasiones que nunca soñaron en sus años más jóvenes. A rin de cuentas, jubilados en su mayoría, no tienen que madrugar ni levantarse al alba para ir a trabajar, a estudiar o vivir simplemente; la vida se les va ante el amor fingido que a lo largo del día volverá a nacer dentro y fuera de sí en la memoria o en las conversaciones. Tales historias donde la carne terrenal se disfraza con las ropas del arte, la etnografía, la cultura o simplemente el devenir que cada día se impone, se anuncian en la Prensa, unas veces como prohlbidas a los jóvenes y otras directa y llanamente. Denunciados tales anuncios hace poco, el juez dictó sentencia favorable a la emisora, porque al no depender del erario público, sino de la publicidad, estaba en su derecho de emitir las imágenes que juzgara más del agrado de sus posibles clientes. No así en el caso de las oficiales, financiadas en parte por la Administración del Estado.

Así, sexo y publicidad señorean los hocares. El sexo porque, tal como sucede en el sigue siendo el mejor reclamo para el espectador, y la publicidad, omnipresente por motivos que no es preciso explicar, pero que llegan a presentar anuncios de productos contra la calvicie sobreimpresionados en escenas de Hamlet.

Las cadenas más o menos importantes se disputan, cada cual a su modo, venal o legal, la atención de los clientes. Las unas interfieren a las otras, a veces sin querer, a veces adrede, borrándose o estorbándose, en tanto el dedo trémulo del espectador intenta abrirse paso en un océano de imágenes ayudado por el timón de su antena giratoria.

¿Cómo poner un poco de orden en tal laberinto? ¿Obligar a los menores a meterse en la cama con los ojos cerrados en cuanto el sol se pone? ¿Poner coto a la libertad de expresión, distinguiendo entre salas públicas y hogares? ¿Intentar hermanar publicidad e información? Nadie lo sabe; nadie, al menos, ha conseguido hasta ahora poner remedio a ello; mas ahora que en España se anda intentando ponerse al día por caminos similares, ya trillados fuera de ella, es de esperar que aquellos que van a llevar a cabo tal hazaña se informen antes tomando buena nota de precedentes bien próximos en el tiempo y en el espacio.

Pues la televisión, por encima de sus reglas o valores políticos, administrativos, técnicos o económicos, es sobre todo el medio más, importante conocido hasta hoy de formar y tamblén de deforriar a un país, más que lo fueron en su día el libro, el teatro o el cine, multiplicada su eficacia por la índole especial de un público que espera algo así como un nuevo maná que venga a sacarle de su momento actual, a medias entre la confusión y la ignorancia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_