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Tribuna:TEMAS PARA DEBATE: La última encíclica de Juan Pablo II
Tribuna
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¿Un texto de hace un siglo?

Lo que me parece que ocurre ahora mismo con una encíclica social es que resulta un documento-sorpresa, inesperado o quizá incluso inesperable. Ciertamente, cuando León XIII o Pío XI escribieron sus encíclicas sociales existían teorías o concepciones políticas y económico sociales que parecían sólidas y hasta eternas, o luchaban entre sí para conformar un orden del que se creían conocer las leyes inmutables, y resultaba lógico que también hubiera una teoría social católica. Más tarde, las encíclicas sociales de Juan XXIII y Pablo VI se inscribirían luego en su intento de apertura al mundo moderno y de asunción de sus logros, y, más que expresar una específica visión católica de esos problemas sociales, lo que pretendieron fue aggiornar la vieja doctrina social católica o secundar y apoyar los logros históricos conseguidos fuera de la Iglesia y a veces contra ella. Pero es que esta encíclica, Laborem exercens, creo yo que vuelve a pretender dar una visión y sentar una doctrina católica del ordeii social, cuyas leyes y dinámica tratan de discernir e incluso conformar en un momento en que la complejidad de esa cuestión social, íntimamente ligada a la revolución tecnológica y a la praxis política -lo que no aparece tan claro, desde luego, en el documento pontificio ya está muy los de poder ser encerrada seguramente en una teoría, y están haciendo agua por todas partes todas las teorías y las praxis que hasta ahora parecían tenerse por consistentes. Escrita hace cien años, o cincuenta años al menos, en plena vigencia del industrialismo y del primero y segundo capitalismo, quizá esta encíclica hubiera ahorrado a la historia occidental, y desde luego a la propia Iglesia, toda una serie de luchas y amarguras, o al menos hubiera hecho que aquéllas resultaran menos terribles y éstas menos acervas, sin tantos tanteos y equívocos al menos. Si hace esos cien o cincuenta años, en efecto, se hubiera afirmado la licitud y como naturalidad social de los sindicatos y se hubiera extendido la carta de riobleza pontificia, que ahora se extiende a la huelga, que León XIII sólo veía como una plaga en la Rerum novarum, o se hubiera hecho algo para desacralizar la individuación de la propiedad, etcétera, más que probablemente las cosas hubieran sido muy distintas. No sólo para la lglesia de la que a mediados de siglo pasado salía Felicité de Lamennais, y con él tantos otros que desesperaron de la reconciliación entre Iglesia y pueblo y de la posibilidad de una misma Fidelidad hacia ambos -como otros desesperarían de esa misma reconciliación entre 18esla y mundo cientícico o conquistas políticas. Y no sólo esa Iglesia no hubiera perdido a la clase obrera y no se hubieran dado dramas como el de la condena de Le sillon, de Marc Sangnier, en razón misma de su sentido social y democrático, o el de los curas-obreros, ni todos los otros momentos de tensión social y política que ocurren entre 1929 y 1939. Y los de después. Incluso no hubiera hecho falta producir esa especie de rigodón -dicho sea con todo respeto, pero la imagen no me parece temeraria- de semana social tras semana social y de cartas papales o cardenalicias a congresos sociales cristianos en las que se avanzaba un paso para recular otro, o se avanzaban dos, si se quiere, pero siempre con una extremada prudencia detrás de las conquistas sociales logradas no sin equívocos por parte de la Iglesia. ¿Y cuántos acontecimientos dramáticos no hubieran tenido lugar, al menos con el carácter trágico y teológico que tuvieron, si esta encíclica hubiera estado escrita por esas fechas que decía?; la guerra civil española, sin ir más lejos.Y no estoy jugando a los futuribles con lo que acabo de decir, porque de hecho la Iglesia -una Iglesia que se reclama del Evangelio y que por tanto no parece

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José Jiménez Lozano periodista y novelista, es espedabsta en el anábsis de temas religiosos, a los que ha dedicado libros de ensayos y parte de su obra narrativa.

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¿Un texto de hace un siglo?

Viene de la página 11 que haya de recibir su iluminación moral del progreso ético de la historia-, a poco que hubiera sido un poco más fiel a su señor y a sus orígenes y a las mil radicales voces de sus fuentes, cuya radicalidad está muy lejos de alcanzar, por supuesto, esta misma encíclica, Laborem exercens, debería haber dicho al menos todo esto que esta encíclica dice sobre la propiedad, la circulación de bienes y la igualdad humana o la dignidad primordial del trabájo. Y el hecho de que no haya sido así no sólo resulta lamentable, sino que hipoteca en no escasa medida lo que se dice ahora mismo.

Los análisis técnicos

Pero, de todas maneras, creo que no es lo más llamativo de esta carta encíclica esa inevitable sensación de retraso que suministra al leerla con la fecha al pie. Y ni siquiera la eventual sensación de oportunismo o de sentarse a una mesa servida para bendecir tranquilamente una conquista ya indiscutible para todo el mundo, como la de los sindica tos o la huelga, que pueden tener los mal pensados. Lo más llama tivo, en mi opinión, es su intento de construir una teoría social para una realidad tan compleja: como la del trabajo en nuestro mundo de hoy. Porque ¿se puede contemplar el trabajo como una realidad unívoca en los países in dustrializados y en los subdesa rrollados, o mantener todavía un cierto egloguismo sobre el traba jo agrícóla, cuando en realidad está dentro del mismo círculo de dominio de las, multinacionales que la producción industrial o quizá de manera más directa? ¿Es posible, sin más, desconfiar del capital que ha hecho posible el avance tecnológico, decisivo e imprescindible para salir. de la miseria misma? ¿No queda aquí algún viejo rescoldo de la vieja inquina católica al interés y al co mercio? ¿Se puede socializar realmente sin estatalizar? ¿Hay una alternativa real a la lucha de clases, salvo su humanización, que no desembo que en la dictadura real de una de ellas? ¿Puede pedirse un salario justo para el cabeza de familia sólo en función del no trabajo para la mujer, sin reafirmar a la vez una visión patriarcalista de la familia y una cierta función exclusivamente maternal de la personalidad femenina? ¿Funcionan en la realidad histórico-social las cosas como dice la encíclica y pueden funcionar, sin más y sólo con buena voluntad, como propone? ¿No han de sonar irremediablemente a abstractas las propuestas sociales de la carga papal en un mundo cuyos diversos sistemas sociales, tanto del Este como del Oeste, son todo lo contrario de fijos y sólidos y se debaten en medio de sus contradicciones?

Una teología del trabajo humano

Pero, en cualquier caso" no parece que nadie vaya a exigir a la Iglesia claves técnicas para la solución de los problemas sociales, incluso cuando las propuestas de la encíclica coinciden en buena parte con las esperanzas de las masas de una manera neta. Por eso mismo resulta que las pági nas más convincentes y hermo sas de esta carta papal no son las de esos análisis y propuestas técnicas, transidos de filosofía personalista como intento superador del neocapitalismo y del colectivismo, sino las dedicadas a una filosofía y teología del trabajo y de la condición humana del trabajador. Se diría incluso que soil unas páginas en las que re suena la voz personal del Pontífice, que conocemos por su teatro o su poesía, mientras el resto de la carta sería de pluma curial o burocrática o académica, técnica. Son también las páginas más modernas y no solamente se oye allí una voz bíblica en un tono vivo difícil de encontrar en un documento del magisterio eclesiástico, sino casi esa voz real mente impresionante de uno dé los seres humanos que ha comprendido mejor la condición obrera y el trabajo humano en toda su urdidumbre: Simone Weil. ¿Es mucho aventurar si dígo que estas páginas son también a las que se tornará más sensible el homhre de hoy, creyente o no?, porque, sin duda alguna, al igual que otros documentos de la Iglesia de este tipo, la Laborem exercens será, sobre todo, un arma a manejar en las luchas sociales y políticas -y la izquierda está encantada con la encíclica hasta el punto de cerrar complacientemente los ojos a ciertos tonos y nostalgias no precisamente progresistas de ella-, pero al fin y al cabo - lo que un hombre de este tiempo espera de la Iglesia no son, -creo yo, teorías sociales, sino lo que ella tenga que decir sobre el sentido global de la existencia humana y del destino de la historia. Lo que no quita, desde luego, para que al mismo tiempo contemple con curiosidad al menos, este bajar de la Iglesia a lo concreto de la condición humana y precisamente junto a los que tratan de configuras: un mundo un poco más justo.

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