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Pauline Seaward,

una joven de veinticuatro años residente en Liverpool, creía que la mejor manera de mantenerse delgada era darse una gran comilona y luego estar varios días sin ingerir ningún alimento. Pero su régimen le falló cuando, después de una comida pantagruélica, falleció ahogada. Su último menú consistió nada menos que en libra y media (unos setecientos gramos) de hígado casi crudo, un kilogramo de ajos, otro de judías, dos pudines, dos coliflores, casi medio kilo de champiñones, un buen trozo de queso, pan y una gran cesta de fruta. Su madre, sin embargo, ha comentado que la comida no fue mucho mayor que las que Pauline hacía habitualmente. Claro que ha sido lo suficientemente grande como para que la joven no haya podido disfrutar del propósito de adelgazar, pues el exceso de alimentos le produjo la muerte por asfixia. La muchacha pesaba sesenta kilos el pasado sábado, día del ágape mortal. Cuando tenía diecisiete años, su peso no alcanzaba los treinta kilogramos.

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