Ante el 29º Congreso de PSOE: la gran ocasión
El PSOE puede y debe ganar las, elecciones de 1982 o 1983. En primer lugar porque su principal competidor se halla desunido y desgastado por el poder.En segundo término porque el propio sistema democrático exige una cierta alternancia en el poder y no hace falta recordar que la izquierda lleva 42 años sin participar en el Gobierno.
En tercer lugar, y sobre todo, la consolidación de la democracia requiere un Gobierno socialista. UCD, en efecto, ha hecho muchas cosas, pero diríase que ha tocado techo. Las inevitables discrepancias de sus miembros en temas fundamentales y el pasado poco democrático de tantos de sus dirigentes impiden, al parecer, que haga mucho más de lo que hace.
El PSOE se halla, pues, en ventaja, tal como revelan los sondeos. Sin embargo, quedan de uno a dos años para las elecciones; la derecha sigue siendo poderosa; el electorado, poco hecho todavía, puede mudar de opinión, y la amenaza golpista no favorece, claro está, a los socialistas.
¿Qué es lo que deben hacer éstos para acrecer al máximo las ventajas y reducir o anular los aspectos negativos?
Hay que contribuir, ante todo, a que el juego democrático no esté falseado por presiones anticonstitucionales, sean las que fueren. Se trata, por tanto, de apoyar al Gobierno actual en tanto que Gobierno constitucional y al tiempo, criticar algunas. o muchas, de sus actuaciones desde la oposición.
Difícil filigrana, sin duda, que se está haciendo a veces con fortuna y otras no tanto.
Con todo, eso no basta. El PSOE tiene por delante uno o dos años en los que ha de cuadruplicar el número de militantes activos -uno de los más bajos de Europa-, no complicar más de lo que está su mutación ideológica -puesto que de mutación se trata- y perfilar al máximo su programa de gobierno.
El que esté más o menos igual en este aspecto que los demás partidos no impide reconocer que el PSOE sólo tiene un militante por cada cuatrocientos habitantes, cifra que se reduce casi a uno por 4.000 entre los menores de veinticinco años. Además, de cada dos militantes, uno se limita prácticamente a pagar su cuota, y eso, no siempre.
Para resolver este tema hay que hacer algo bastante sencillo en el papel y muy difícil en la práctica: entusiasmar a militantes y votantes para crear un efecto de bola de nieve que permita en las próximas elecciones conseguir exactamente lo mismo que acaban de lograr los socialistas franceses hace poco.
Esa capacidad de generar entusiasmo no ha sido la cualidad más destacada de los últimos tiempos del PSOE. Sin embargo, si se consolida la unidad del partido, -algo muy hacedero en estos momentos- y se aprovechan las enormes posibilidades que brinda la amplia gama que va desde marxistas a socialdemócratas (y casi, si me apuran, desde trotskistas a socialiberales), la cosa es factible. ¿Será capaz la dirección socialista actual de dar las suficientes pruebas de generosidad y de inteligencia política para lograr la unión de todos, olvidar pasados recelos y sacar del gueto a quienes no comparten todas sus ideas? Pocas veces habrá ocasión más propicia.
Ideología socialista
Otro tema es el de la ideología socialista. Curiosamente, tras el estallido de 1979, me parece que ha perdido importancia. Recordemos, sin embargo, que el PSOE ha registrado una confusa pero importantísima transformación desde 1974, que no creo sea posible aclarar definitivameníe en el congreso,del próximo octubre. Lo cierto es que las resoluciones políticas de los congresos -en este punto puedo ejercer la autocrítica con cierta autoridad, puesto que redacté como ponente principal las de 1974 y 1979- han tenido poco que ver con la realidad. Si no pareciera demasiada novedad, casi me atrevería a sugerir que en este 29º Congreso la ponencia política se dedicara no a precisar nuestra filosofía Política y sí, en cambio, a fijar las líneas maestras de lo que sería una acción de gobierno socialista en el cuatrienio 1983-1987.
En suma, el PSOE necesita fortalecer bastante su organización interna y ofrecer, si gobierna, unos cambios a la vez atractivos y realistas.
Para Io primero, paradójicamente, ha de hacerse más plural y autocrítico en su funcionamiento. Baste un ejemplo: en el PSOE existe un órgano en teoría muy importante, el comité federal unas 150 personas-, que, sin embargo, casi nunca tiene iniciativas propias y aprueba siempre lo que hace y deshace la comisión ejecutiva. Esta, además, es lo bastante amplia -unas veinticinco personas- como para introducir en ella a socialistas destacados, hoy más o menos marginados (y que ningún mal pensado imagine que me estoy promocionando, pues está claro que no se puede, o no se debe, ser rector de universidad y dirigente de un partido político).
Tenemos un líder que suscita adhesiones grandes, lo cual supone, junto con algún que otro ínconveniente, un activo fundamental. Si, comenzando por el propio Felipe González, se enarbola la bandera de la eficacia y la ilusión y se abre el PSOE, dentro y fuera de sus filas, a todas las corrientes, ideas y personas que ven en el socialismo una esperanza, el triunfo estará al alcance de la mano.
La experiencia francesa es aleccionadora. Una figura discutida, pero repetada; un partido antiguo pero renovado; una organización eficaz y abierta; un programa avanzado pero realista; una derecha dividida y desgastada; un partido comunista que no acaba de encontrar su lugar. Con algún que otro esfuerzo, las analogías, ya de por sí notables, podrían ser enormes. ¿Perderemos esta oportunidad? Mala cosa sería para el socialismo y también, muy probablemente, para España.
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