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Garantúa y Mari-Jaia,"gigantes" en la semana grande de Bilbao

No son gigantes ni cabezudos y, sin embargo, ambas cosas a la vez. Mari-Jaia y Gargantúa. La amarxo (madre) entrañable y, festiva y el tragaldabas impenitente. El uno, legendario; la otra, capaz de convertirse en símbolo. Dos enormes muñecos de plástico y cartón piedra, a hombros de fortachones o sobre ruedas rivalizan por el protagonismo de la Aste Nagusia (Semana Grande) de las fiestas de Bilbao, las más completas y animadas que se conocen en su historia reciente.Cada día, desde que aquéllas comenzaron, ambos animan, por separado y a su manera, un programa de actos que no se interrumpe ni de noche ni de día.

Bisnieto del primer Gargantúa, que realizara Antonio Echániz, jefe del parque de bomberos bilbaíno, en 1864, destruido por una bomba diez años más tarde en el sitio de Bilbao, no puede negar su origen en el padre de Pantagruel que creó Rabelais. Gigantón amante de la buena mesa y el vino, que le ha encarnado la cara, el baserritarra (casero) vasco, sentado sobre un cesto de proporciones sólo comparables a su trasero, apoya sus codos sobre la mesa para tratar de acaparar viandas con sus descomunales manos.

De esta guisa se pasa el día en el parque del Arenal, de Bilbao. Impasible, engulle a todas horas miles de niños (diez por minuto de media), tras guardar rigurosas colas, que se desplazan desde la boca hasta las posaderas a través del tobogán de su estómago. No hay, desde hace cuatro generaciones, niguna fiesta vasca en la que el Gargantúa no se convierta en la mayor atracción de los niños y en nostalgia de mayores.

Mari-Jaia es más joven. Nació hace sólo cuatro años en Lejona (Vizcaya), sobre una mesa del estudio de la pintora y mascarista Mari Puri Herrero. Es la muñeca -mascota- símbolo de las fiestas de Bilbao. De edad indeterminada, no puede ocultar un gesto maternal (la amatxo vasca) muy acorde con el complejo edípico tan extendido en Euskadi. Es una mujer del pueblo.

Alta y bien plantada, la Mari-Jaia se deja pasear de aquí para allá por Bilbao vestida con cierta coquetería rural, escondiendo su pelo amarillento con un pañuelo. Los marcados labios de color carmín, la nariz respingona y unos ojos saltones con pestañas postizas componen una sonrisa cordial y frescachona en su rostro coloradote. Cada día, y a la hora de la diana, es despertada por una de las 38 comparsas que le pasearán durante toda la mañana en los pasacalles y actos infantiles, junto a los cabezudos y las parejas de gigantes: Isabel y Zumalacárregui, el baserritarra y la etxeko andre (ama de casa), el ferrons y la cigarrera y el inglés y la bilbainita.

Por la tarde irá a los toros -en ocasiones, con un clavel reventón en la pechera-, y, al término de la corrida será una vez más la reina de la bajada de todas las comparsas al Arenal. Sin descanso ninguno, bailará hasta caer rendida de madrugada en una de las muchas txoznas (casetas) instaladas en el mismo parque.

Hoy, último día de las fiestas, Mari-Jaia arderá. Antes de prender fuego a su cuerpo de paja se le retirará la máscara de la cara. Sus cenizas serán luego introducidas en un ataúd, que será arrojado a la ría de Bilbao, que se la llevará hasta el año que viene. El Gargantúa no lo verá. Guardará reposo en un almacén en espera de iniciar una gira por las fiestas de otros pueblos.

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