¡Viva la cibernética!
Tengo el disgusto de comunicarle que ya está aquí el superhombre cibernético, cuyo advenimiento no detectó ningún Filósofo, profeta o guionista cinematográfico, en su justa medida. El superhombre, un neurótico-neutrónico entrado en años, quiere preservar su decadente imperio adelantándose a la invasión de los bárbaros, todos los bárbaros, incluidos los bárbaros europeos infiltrados ya en París, y quién sabe mañana. El drama de Hollywood es melñodramático. Edificios de cartón piedra que amenazan ruina y, hecatombe si no se esmera el de los efectos especiales. El superhéroe cibernético evalúa las pérdidas. Si las pérdidas sobrepasan el límite cibernético es bueno, y el homúnculo sonríe satisfecho de oreja a oreja, con esa sonrisa tan higiénica característica de Hollywood. Si las pérdidas no llegan al límite cibernético es malo, y el superhéroe frunce el ceño y golpea furioso la mesa de su despacho. Claro que, cibernéticamente hablando, hablar de pérdidas o ganancias no tiene sentido. Una pérdida probable puede ser una ganancia suficiente, y una ganancia segura puede resultar una pérdida catastrófica. Todo se reduce a una cuestión de probabilidades bien entendidas. Extras hay muchos y no son más que extras. Entre tanto, las masas de extras (demócratas sin más) señalamos al superhombre cibernético con el dedo. Desconfiamos de él.Aquí también tenemos émulos del superhombre. Un presidente cibernético, un Gobierno cibernético y un partido cibernético. Son pertinaces en desconocer (excepto a la hora de atraer extras para que les voten) que en una película democrática la soberanía reside en los extras. Pero desprecian olímpicamente su voluntad cuando el argumento puede acabar, entre otras cosas, con la supervivencia física
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del extra. Estos superhombres deberían ocupar su poltrona en el olimpo de la desfachatez, de la demagogia o de la majadería. Pero no deberían actuar en una película democrática. A no ser que sólo se trate de eso: una película./
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