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El primer ministro canadiense, anfitrión impecable en la cumbre de Ottawa

Ayer concluyó la cumbre que los dirigentes de las siete democracias más desarrolladas han celebrado en las inmediaciones de Ottawa, la capital canadiense. Hasta ahora sólo había trascendido el aspecto serio de las negociaciones, pero como una democracia no celebra una cumbre así como así, sino que son los hombres, en este caso los más poderosos del mundo (o casi), los que la protagonizan, ocurren hechos tan de hombres, y no de supermanes, como los siguientes.Pierre Elliott Trudeau, primer ministro canadiense, sabe que las normas de cortesía oriental son muy rígidas, y, como anfitrión de la cumbre, fue a visitar en su habitación, el pasado domingo por la noche, al premier japonés, Zenko Suzulki.

Trudeau conoce de la pasión de Suzuki por las artes marciales y le ofreció celebrar un combate de kendo, un tipo de lucha japonesa derivado de los combates de los samurais, en la que se emplean dos astas de palo a modo de espadas. El kendo es muy popular en Japón, donde se emplea para mantenerse física y mentalmente en forma, y Trudeau quizá pensase que nada de esto le vendría mal a un hombre de setenta años que durante los dos días siguientes iba a discutir sobre los graves problemas que afectan a este mundo.

"No, gracias", respondió el líder nipón sorprendiendo al hospitalario Trudeau. Pero Suzuki, cortés, le ofreció una solución alternativa: jugar al golf. "En todo caso", puntualizó uno de los secretarios de Suzuki, el primer ministro podría hacer kendo "para establecer un intercambio cultural".El Gobierno de Trudeau ha pretendido crear durante los dos días de cumbre una atmósfera distendida entre sus huéspedes, rodeándoles de todo aquello que los canadienses consideran tipycal canadian. Así, por ejemplo, los alojamientos de los insignes visitantes estaban construidos sobre una estructura de añosa madera procedente de la ribera de un río que corre por la frontera bilingüe de Ontario y Quebec.

El primer ministro canadiense, conocido por su campechanía y liberalidad protocolaria, hizo honor a su fama en el momento de recibir a los siete líderes mundiales. Frente a una guardia de honor constituida por la escarlata policía montada de¡ Canadá, Trudeau vestía una camisa desabrochada que dejaba ver su velludo pecho.

La ligereza del vestuario de Trudeau constrastó con la de Margaret Thatcher. Ottawa es una de las capitales de Estado más frías del mundo, sólo superada por Ulan Bator, la capital de Mongolla. En invierno, la nieve alcanza fácilmente los dos metros de altura y las temperaturas permanecen durante meses a muchos grados bajo cero. Esa era la información que tenía la danza de hierro, y por ello apareció en la escalerilla del avión con guantes y con un cálido y amplio abrigo. Los periodistas, que la esperaban en mangas de camisa y con ropas veraniegas, no pudieron evitar hacer comentarios sobre los servicios de información británicos.

Margaret Thatcher protagonizó otra anécdota, ésta recogida por el diario local The Citizen. El lunes por la noche la primera ministra se tropezó en los pasillos del castillo de Montebello con François Mitterrand y no lo saludó, hecho que sorprendió al presidente francés. Sin embargo, a los pocos segundos la dama de hierro se dio cuenta de que la cara que acababa de ver le resultaba familiar, y entonces se volvió, dio un toque en la espalda a Mitterrand y le dijo, confundida: "I am sorry, I am sorry" (perdón, perdón).

En fin, en Montebello el Gobierno canadiense había montado una tienda de souvenirs. Cuando Trudeau, el anfitrión impecable, se acercó a preguntar cómo iba el negocio, la respuesta fue rotunda: "No hemos vendido nada, absolutamente nada".

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