Los primeros dividendos bancarios "libres" en los últimos 40 años supondrán el 20% del nominal de las acciones
La próxima semana las entidades bancarias nacionales procederán a distribuir sus dividendos a cuenta del pasado ejercicio, los primeros libres en los últimos cuarenta años, tras la derogación del decreto Larraz de 1941, por el que se limitaban las derramas que los bancos podían distribuir entre sus accionistas al 6% de sus recursos propios. Frente a algunas estimaciones que se avanzaron a principios de año, coincidiendo con la publicación del decreto de reordenación del Sistema Financiero español, la banca aparentemente no ha iniciado una carrera por incrementar las retribuciones a sus accionistas.
Los dividendos, que normalmente serán repartidos en tres tandas -julio, primeros del próximo año, y nuevamente en el mes de julio de 1982-, se aproximarán a un 20% del nominal de las acciones. Pero este incremento será prácticamente igual en todas las entidades del sector, en condiciones de distribuir beneficios.Dos son, por tanto, las novedades que se plantean. Por una parte los accionistas observarán un incremento sustancial en la retribución por sus inversiones en acciones bancarias. Por otra, los tradicionales dos plazos en los que se fragmentaban las derramas serán normalmente ampliados a tres, lo que supondrá una acumulación en el mes de julio de los años venideros del último dividendo con cargo al ejercicio anterior, con el primero del recién cerrado.
La Bolsa, a favor
La confirmación de que se producirán importantes aumentos en la cuantía de los dividendos bancarios, y la proximidad del pago de sus primeros plazos hizo que ayer las bolsas de valores subieran de forma significativa, quebrándose con ello la tendencia declinante que iniciaron en las semanas anteriores. A pesar de que sus niveles de rentabilidad directa (relación entre el precio de las acciones y el dividendo) aún quedan bastante lejos de los valores cuyo principal atractivo se considera su elevado nivel de retribución, como sería el caso de las eléctricas, los mercados de valores han encontrado una magnífica excusa para justificar unas subidas, que en algunos casos resultaron incluso aparatosas.
Aparentemente, la liberalización de los dividendos del sector va a tener un efecto beneficioso sobre estas entidades, ya que se pondrá claramente de manifiesto quiénes tienen posibilidades de incrementar las retribuciones a su accionariado desde el denostado 6% que prefijaba el decreto Larraz, y quiénes, por el contrario, resultan incapaces de concurrir a la escalada de las derramas.
Sin embargo, algunos de los más tradicionales representantes del sector mostraron, pocos meses atrás, su descontento por la derogación de la norma histórica, que había servido casi también como el célebre statu quo para preservar la salud del sector en momentos de crisis, a la vez que numerosos presidentes se servían de ella para arremeter contra una Administración Pública, en demasiadas ocasiones complaciente, pues les resultaba imposible aumentar las retribuciones a los accionistas.
Las críticas vinieron en general por el lado de que se podría desatar una nueva carrera por incrementar las retribuciones, la misma que se produjo en la apertura de oficinas tras el decreto de 1974 de Antonio Barrera, y que ello no haría sino agudizar la crisis del sector.
No obstante, estas opiniones fueron reducidas por la evidencia de que las acciones bancarias habían perdido su atractivo para los inversores, una vez que las condiciones del mercado hicieron abandonar a los representantes bancarios sus queridas políticas de ampliaciones de capital anuales, que habían servido como incentivo complementarlo a los inversores a lo largo de la década de los sesenta, y primeros años setenta.
En algo sí estaban de acuerdo los máximos responsables de las mayores entidades del sector. Perdidas las distintas cotas históricas, consideradas como mínimos aceptables en la cotización de sus respectivas acciones, sucesivamente el 500%, el 400%, el 300%, se consideró el duplo del valor nominal de los títulos como barrera infranqueable. Efectivamente, de entre los siete grandes sólo el Popular, que siguió de forma más estricta los dictámenes del mercado, perdió el 200%. El resto de los siete magníficos se mantuvieron, con algunas trampas y bastante cartonaje, por encima de este precio.
El «desembarque»
En estas épocas, finales de 1979 y comienzos de 1980, se iniciaron o, mejor dicho, se aceleraron las políticas de recolocación de acciones bancarias entre los inversores. Esta política, según medios del sector consultados por EL PAIS, tuvo su origen en dos razones distintas en su inicio, pero convergentes en cuanto a su fin. Por una parte, todas las grandes entidades se encontraban sobrecargadas de sus propias acciones, como consecuencia de las compras que habían efectuado a lo largo de los años anteriores en sus esfuerzos de mantener sus cotizaciones. Por otra parte se comienza a apreciar un interés por diluir las participaciones familiares o de grupos concretos en estas entidades, produciendo un fenómeno que algunos expertos compararon con el desembarque de las grandes familias de las empresas eléctricas en los albores de la década de los setenta.
Para incentivar a los nuevos inversores dentro de un ambiente bursátil eminentemente deprimido, como ha correspondido a los mercados de valores nacionales en los seis últimos años, estaba claro que una simple política de apoyo a las propias cotizaciones no haría sino contribuir a engordar las autocarteras de las entidades, cuyas sociedades instrumentales, sociedades de inversión y fondos, se encontraban al borde de la saturación de acciones de sus matrices.
El estímulo a los inversores había pues que buscarlo por la vía del incremento en la rentabilidad de las acciones bancarias, aunque ello pudiera suponer unas menores dotaciones a las cuentas de reservas. Los ejercicios de 1979 y 1980 fueron francamente favorables para la gran banca, y se lo podían permitir. Los grandes santones del sector transigieron a regañadientes y el efecto de la liberalización de los dividendos bancarios fue fulminante. Las cotizaciones del sector han experimentado a lo largo del presente ejercicio un incremento que, si nos atenemos al índice de la Bolsa de Madrid, se estima en un 43,34%.
Paralelamente a esta estrategia, y con el fin de diluir las fuertes concentraciones de sus propias acciones, que tenían estas entidades, el Banco de Santander reinventó el pasado año los bonos de Tesorería canjeables o convertibles en acciones. Esta fórmula, que para algunos especialistas ha supuesto, entre otras cosas, la reinstauración de las ampliaciones de capital con prima de emisión, ha permitido generar un flujo de salida de las propias acciones mantenidas en autocartera muy considerable, con lo que las posibilidades de la banca para actuar sobre sus propias cotizaciones vuelve a incrementarse.
En cualquier caso, el sector bancario parece ser uno de los primeros en nuestro país en el que se están cumpliendo las teorías sobre las Corporaciones planteada por el deseherado Galbraith, y aplicable a las sociedades desarrolladas. El proceso que se iniciara con la pérdida de un control económico directo en las eléctricas, se prolonga en este sector, donde ya quedan muy pocos presidentes que ostenten su cargo en función a la participación en el capital social de la entidad que detentan. Quizá la excepción más significativa a esta regla la constituya Emilio Botín, quien cuenta con una participación sustancial en el Banco de Santander.
En buena parte de las demás entidades se está produciendo un curioso fenómeno, que afecta fundamentalmente a las áreas de gestión, donde técnicos pertenecientes a las nuevas generaciones están reemplazando a los tradicionales bancarios, en lo que se anuncia como el albor de la era del mundo de la tecnoestructura, aplicado al arcaico universo bancario nacional.
La controvertida irrupción de la banca extranjera en los mercados financieros nacionales no ha sido ajena a este fenómeno,
Y éste era precisamente el efecto que pretendían las autoridades monetarias cuando autorizaron a la banca extranjera a operar en nuestro país. Introducir unos mayores niveles de eficacia, a la par que se disciplinaba un tanto el mercado y se realizaban operaciones hasta entonces desconocidas en nuestro reducido mundo financiero, han sido los efectos positivos que aparentemente han aportado las entidades foráneas.
A cambio se han desatado auténticas tempestades en el sector autóctono más estrictamente considerado de la banca, quien ha dado numerosas pruebas de desconfianza y cerrazón ante las innovaciones. No obstante. los banqueros españoles se están incorporando a los nuevos usos, y operaciones tan denostadas como eran hasta hace unos meses los préstamos sindicados en pesetas han sido retomados.
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