Otra vez la masonería
EN ESPAÑA hubo decenas de millares de personas fusiladas, encarceladas durante muchos años, separadas de la vida civil y mantenidas en cuarentena hasta su muerte por haber pertenecido, incluso de una manera incidental, a la masonería. Incluso elevados personajes -militares, políticos- que habían colaborado con Franco durante la guerra sufrieron la represión. Fue un delito de tal gravedad que requirió una ley y una jurisdicción especial: la de Represión de la Masonería y el Comunismo. Estos datos sangrientos y vergonzosos de nuestra historia reciente deberían bastar para contener la pluma antes de moverla para pedir más investigaciones, más controles de la masonería española, que hoy no es una sociedad secreta, sino legal, con sus estatutos y sus listas a disposición de las autoridades en los registros pertinentes.Pero se trata de un episodio más en el gran revival de las ideologías franquistas y fascistas al que estamos asistiendo, no sin cierto asombro, en nuestros raros días. Se trata ya de reivindicar y resucitar la idea del golpismo y la sublevación, la de la santa violencia, la negación al derecho y a la opinión expresada por cauces normales, la duda sobre el derecho de agrupación en partidos o en sociedades; se pide ya, finalmente, la represión como higiene. Y la represión -o sobrevigilancia, o cuidado especial- de una asociación legal como lo es la masonería, en virtud de pensamientos, leyes o fobias mostradas en lo más negro de un período negro.
Incluso quienes encuentren cómicos o truculentos algunos de los rasgos de la masonería -tan cómicos y tan truculentos como los de otras sociedades que, por ser de otro signo, se mueven con más facilidad y hasta con todos los apoyos- comprenderán que el escándalo de la Logia Propaganda Dos, fenómeno peculiar italiano dentro de una masonería que se ha apresurado a expulsar a los implicados, para nada tiene que ver con esas manipulaciones ideológicas de un cinismo apenas disimulado, en las que se quiere demostrar la validez básica del régimen anterior y, en consecuencia, la culpabilidad de la democracia al invertir o modificar algunas de esas bases. El recuerdo de algunas incitaciones similares -y concretamente en el caso de la masonería- producidas en artículos y libros previos a 1936 está estrechamente ligado a una represión feroz y a un doloroso asombro en países donde reyes y presidentes no ocultaban su pertenencia a la francmasonería.
Vivimos en unos momentos especialmente graves, y hay que recordar que no sólo hay un criminal terrorismo activo, que no sólo hay un golpismo latente, sino también un terrorismo intelectual, que se agarra a cualquier clavo ardiendo, desde el divorcio o los programas de televisión, desde los espectáculos públicos o algunas intervenciones parlamentarias, y ahora a la masonería, para pretender, no sólo una derechización de la democracia, sino la implantación de una violencia represiva.
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