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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El largo folletín chino

HU YAOBANG ha brotado en el 12º Congreso del Partido Comunista chino como presidente del partido: el puesto de Mao Zedong. Viene empujando -o empujado- desde el pleno del Comité Central del 29 de febrero de 1980. Hasta casi entonces, su vida ha sido una sombra: la sombra de Deng Xiaoping. Juntos han trabajado durante casi cuarenta años: comisarios, burócratas, perseguidos -por la Revolución Cultural y después por la banda de los cuatro: una de las acusaciones que se les hizo a los dos fue de ser «fanáticos del bridge»-; juntos, al fin, triunfadores. Deng, el maestro: Hu -con once años menos: tiene 66- el discípulo. La elevación de Hu a la presidencia del partido se considera como un triunfo personal de Deng, que coloca incesantemente sus hombres en los puestos de máxima importancia, y que reúne así la fuerza del Gobierno con la del partido. El ascenso de Hu es la caída de Hua; viene declinando Hua Guofeng desde hace años. Su derrota estaba cantada. Pero los movimientos políticos son lentísimos; y, además, Hua tiene todavía una fuerza dentro del partido y del país, incluso dentro del Ejército. La resolución del congreso conque se le destituye es muy explícita: su servidumbre a la línea de Mao era «ciega», su resistencia a recuperar y colocar a las víctimas de la revolución cultural,, notoria; dedicó su tiempo a elaborar el culto a la personalidad de sí mismo, y planteó objetivos económicos utópicos: «Bajo su dirección no se corrigieron los errores del izquierdismo dentro del partido». Sin embargo, queda nombrado primer vicepresidente del partido. Algo más que una cortesía: el reconocimiento de una fuerza y quizá de una alternativa.El partido único está, por lo menos, duplicado: la tendencia de Deng Xiaoping, la tendencia de Hua Guofeng, parecen algo más que meras opiniones dentro de una unidad. Sin olvidar otras tendencias -o partidos dentro del partido- ahora reprimidas, como la que reivindica la pureza de Mao y su línea o la que cree que la banda de los cuatro hubiera podido gobernar mejor el país. La línea triunfante, la que representa Deng, con Hu, es la que sostiene que hay un enemigo claro, la URSS, y unos amigos por lo menos coyunturales, Estados Unidos y la gran masa de Occidente y países afines; la que sostiene, como dice la Prensa oficial que la «principal virtud del partido es la de corregir sus errores» y que, _por tanto, trata de modernizar el país, que había quedado esclerotizado en las consignas revolucionarias de la primera hora, y que necesita la entrada de capital privado y, por tanto, de la creación de incentivos, de la noción de beneficio y de la noción de consumo. Hay indudablemente una contradicción con los principios del comunismo y con su desarrollo; pero naturalmente no se renuncia a él y a sus ventaja! de disciplina, mano de obra barata, grandes trabajos colectivos, sistemas de represión de toda índole para quienes no acepten la línea general, etcétera. Se diría que por la vía del comunismo de presión sobre las poblaciones China trata de llegar, con el tiempo, a un capitalismo occidentalista. El grupo que representa Hua Guioféng es más cerrado, menos confiado. Sigue creyendo que fuera de China no hay más que enemigos y que lo inteligente es enfrentarlos unos con otros -en el fondo, la tesis de Mao, hasta la de Chu Enlai-; y que el país es todavía demasiado pobre para someterlo a experimentos capitalistas. Cree en la lucha de clases y que esa lucha, que según ellos se estaba extinguiendo, puede reaparecer en cuanto se desarrolle el sentido de la propiedad privada y del beneficio; y que esta lucha de clases puede plantearse, a la larga, como lucha interregional, entre zonas pobres y zonas ricas del inmenso país. El problema está en saber si es una vía cegada, fracasada ya: los enemigos de Hua -los de la línea triunfante- creen que esa forma de comunismo hará pesar sobre el pueblo sacrificios y pobreza sin solución de continuidad, sin objetivo visible; y que a lo más que se puede llegar es a una situación como la soviética, que a su vez está detenida en el camino del progreso.

Hay una tendencia a considerar que la línea de Deng, que día a día, año por año, se va afirmando en el poder, es ya la línea definitiva de China. Ésta creencia es, probablemente, la que ha hecho a Reagan olvidar momentáneamente su prometida reivindicación de Formosa y proponer la venta de armas ofensivas a los chinos; y la que acude a la inversión de importantes capitales para que la transformación se haga rápidamente, y se convierta en irreversible. Pero todavía no lo es. La realidad es que China y su partido comunista -38 millones de afiliados están sufriendo una larga crisis, que en parte- está dentro de la crisis mundial de la ideología comunista, pero que en parte también es una crisis de su práctica, de su propio crecimiento; una línea en la que, a la larga, probable mente el partido comunista deje de ser único. Pero todavía pueden pasar muchas cosas, muchos movimientos internos. La historia de los últimos sesenta años -los que tiene el PCCh- nos muestra un increíble folletín de personajes recurrentes, de apariciones y desapariciones, de seres hundidos que terminan siendo presidentes y de presidentes que tienen que huir o son encarcelados. No hay ningún motivo para creer que la novela ha terminado ya.

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