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Tribuna:Política y filosofía / y 2
Tribuna
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La opción moral y la científica

En un artículo anterior nos habíamos interrogado sobre la posibilidad de una reconciliación teórica entre socialistas y comunistas, en base a una vuelta a Kant. Precisamente, dentro de los países socialistas han surgido corrientes de pensamiento humanista con proyección ética, como la Escuela de Budapest, inspirada por el maestro Gëorg Lukacs, que parte de un examen de cómo es la vida cotidiana en sí, u ontología de la realidad, y la Escuela de Varsovia, con Adam Schaff a la cabeza, que busca el fin de todas las alienaciones para llegar a una verdadera sociedad humana. Ambas escuelas pretenden una reforma del socialismo existente. La primera trata de realizar este objetivo por la humanización progresiva de sus estructuras básicas, mediante comunas libres o células cooperativas, como sostiene Agnes Heller, que diversifiquen y pluralicen la sociedad socialista, creando así una verdadera democracia que expresa las distintas capas o estratos sociales con intereses opuestos. También la Escuela de Varsovia combate los síntomas de las alienaciones sociales, políticas y humanas, que subsisten en los países socialistas, corno, por ejemplo, el fetichismo del dinero, de la mercancía, la seducción por el consumo. el afán de situaciones privilegiadas, el productivismo a ultranza, el economicismo, el burocratismo. Males estos que solamente podrían erradicarse por una democratización desde la raíz de la sociedad misma, con una participación creciente de los sindicatos, del partido y de los intelectuales en la dirección colectiva de la sociedad.Esta socialdemocratización que propugnan se inspira, en última instancia, en el ideal solidario de Kant, para quien el hombre no es un medio, si no un fin en sí mismo. Este proyecto, que llevaría a la realización práctica de un humanismo garantizador de la autonomía de la persona y los pluralismos políticos, en realidad concibe el socialismo como la continuidad de los ideales racionalistas y liberales de la burguesía ilustrada, como afirma Jürgen Habermas. Socialdemocratización que se inspira, igualmente, en el idealismo humanista de Kant y, también, en ese instinto de fraternidad que, según André Malraux, movía desde una raíz sentimental a todos los verdaderos militantes revolucionarios y a los primitivos cristianos.

Los proyectos reformistas del socialismo realmente existente constituyen una respuesta a la crisis de su sistema político. Pero esta revisión o socialdemocratización que propugnan puede derivar hacia un humanismo abstracto, idealista, filantrópico. Incluso Thomas Mann cayó en un idealismo humanista vacío, un marxista, como Eric Fromm, en un budismo contemplativo. Para que este humanismo, de tendencia más ético-kantiana que leninista-hegeliana, no caiga en un idealismo inoperante, debe dialectizarse, hacerse científico y lograr su realización paulatina, aceptando las leyes históricas de la ciencia.

Ahora bien, estas son hipótesis meramente heurísticas y metodológicas, pues puede ocurrir que ese reformismo humanista o socialdemócrata contribuya a una mayor estabilidad democrática de los países socialistas que los aproxime, en ciertos aspectos, a las socialdemocracias escandinavas. En este sentido, podrían reconciliarse Kant y Hegel: los ideales morales del socialismo con los ideales de la dialéctica histórica. Naturalmente, esta solidaridad pacífica de los estratos sociales podría llevar a una paz idílica, al crepúsculo de los ideales, a una apatía política e indife-

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rencia ideológica, como ocurre en los países escandinavos. Por esta razón, para movilizar a los hombres y a la sociedad, siempre es necesario un ideal, una utopía posible y realizable, práctica. Y aquí surge otra opción: la de Lenin, renovada. Ya lo indicó Lukacs: «La crisis de los sistemas políticos de los países socialistas no tiene otra solución que la vuelta al leninismo, a la democracia directa o soviética», lo que significaría el ejercicio del poder por las distintas clases trabajadoras, es decir, una decadencia progresiva de todas las formas de dominio del Estado. Sería una vuelta a Hegel, a las categorías leninistas de la subjetividad voluntarista, para no dejarse vencer por las leyes objetivas de la evolución social, sino crear siempre nuevas ideas que arrebaten la voluntad y el entusiasmo de los pueblos para realizarlas. Lo que no supone voluntarismo caprichoso ni arbitrario, y sí una concentración de la energía para el cumplimiento de los fines de la historia a través de un conocimiento concreto de la realidad. Por supuesto, esta política realista-leninista, esta vuelta a Hegel, sólo puede realizarse práctica y operativamente por la lógica empirista de Kant, acomodando los ideales que se proyectan o esos conceptos puramente regulativos a la realidad y sometiéndolos a prueba para comprobar su verdad.

Así como el humanismo ético-kantiano, de los socialistas, puede diluirse en un transcendentalismo hipotético del «si tan largo me lo fiáis» que lleva a la desesperanza, al perderse el objetivo final del movimiento histórico en una lejanía nebulosa, también el cientificismo o adhesión ciega, de los comunistas, a la dialéctica histórico-objetiva puede condenarlos a la pasividad, como ya dijo, Sartre. Para evitar las desviaciones de esta dialéctica formal y de la otra experimental, es necesaria la vuelta a los ideales morales de Kant. En consecuencia, la dialéctica leninista de He gel podría aliarse con el moralismo socialdemócrata de Kant, pues ambos buscan crear una sociedad basada en la unidad o comunidad de los hombres. Por esta coincidencia en una finalidad común cabría en lo posible la conciliación ideológica de la opción moral socialista con la científica comunista.

La ciencia dialéctica formal y experimental, por influencia subyacente del positivismo y naturalismo, puede disolverse en esa hechología de que hablaba con ironía Dickens en su novela Tiempos felices. Y aunque logre una reunificación de los datos experimentales, y hasta una visión unitaria, monista, del mundo, como buscan los científicos soviéticos Fock y Omejanowski, no llega a proponer al hombre metas concretas. Por esta razón, es necesario completar el método dialéctico de Hegel con el trascendental de Kant, pues sólo las ideas sin contenido concreto, puramente ideales, pueden dirigir la tensión, del hombre hacia ese objetivo supremo de transformar el mundo. La ciencia dialéctica tiene, pues, que ser histórica, es decir, humanista.

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