El afrancesamiento definitivo de Cortázar.
El escritor argentino Julio Cortázar abandona su afrancesamiento teórico y literario y asume por completo un afrancesamiento que, a la par que afectivo, es efectivo. El ministro de Cultura de Francia, Jack Lang, lo acaba de anunciar: el autor de Rayuela será pronto un ciudadano francés.Cortázar, el novelista de Los premios, jamás obtuvo un premio, pero toma la noticia como un galardón. No se trata de una recepción simplemente afectiva, por otra parte. Cortázar ha filosofado sobre el carácter político del hecho y ha efectuado unas consideraciones que le añaden importancia al simple hecho de nacer de nuevo con una nacionalidad distinta.
En unas declaraciones a Efe, el autor de Todos los fuegos el fuego justificó su petición de nacionalidad y dijo: «Lo hago por motivos prácticos y para poder decir lo que pienso sobre la actualidad francesa e iberoamericana en suelo francés».
Los motivos prácticos están claros: Cortázar vive desde hace treinta años en Francia, reside allí como un parisiense reputado y para asistir a las recepciones que da en el Elíseo el nuevo presidente francés, François Mitterrand, sólo tiene que coger el metro, como señalaba hace unos días a este periódico su colega colombiano Gabriel García Márquez.
La nueva nacionalidad no elimina la verdadera procedencia de Cortázar. En las mismas declaraciones, el escritor de Ultimo round señaló: «Lo que yo soy es iberoamericano. Siento los problemas de todo el continente iberoamericano, no los de una nación en particular».
Ser francés no imprime en Cortázar el carácter de un cambio radical. El tiene una gran cultura francesa, que usa de modo mesurado, pero que se advierte en su vasta producción, y un acento que le obliga a pronunciar la erre tal como la hubiera dicho Honorato de Balzac. Todo este afrancesamiento es de origen belga en realidad, porque el responsable de 62. Modelo para armar nació en 1914 en Bruselas, hijo de un argentino que allí desempeñaba tareas diplomáticas.
Efe cuenta que Julio Cortázar mantiene una correspondencia regular con su madre, que vive aún en Argentina. La anciana señora insta a su hijo constantemente a que escriba más porque en la Prensa de Buenos Aires no aparece nada suyo.
El afrancesamiento definitivo de Cortázar no le hará abandonar la lengua al autor de La vuelta al día en ochenta mundos: «Siempre he escrito en español y seguiré escribiendo en mi lengua. Que me traduzcan si quieren». Queremos tanto a Glenda, editada en España por Alfaguara, es la última obra publicada por este escritor, que se defiende de sus raíces con una gran dosis de humor inglés. En cierto modo, ese humor es una de las mejores herencias que ha recibido de su admirado Jorge Luis Borges.
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