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RELIGION

3.500 carismáticos españoles celebran en Madrid su fiesta anual

«Unos nos ven como un grupo de gente extraña y fanatizada; otros como protestantes y se mantienen alejados; otros como una Iglesia paralela», dicen los dirigentes de los carismáticos españoles, 3.000 de los cuales se concentran a partir de hoy en Alcobendas (Madrid) para su fiesta anual. A España llegaron en el año 1973 y son unos 10.000, la mitad de los cuales hubieran venido hoy a Madrid de no haber sido por la neumonía atípica que ha desanimado a muchos provincianos.

La historia de los carismáticos comenzó en América en 1900, cuando el pastor protestante Charles Parham, desanimado por la poca eficacia de su trabajo, descubre una vieja fórmula cristiana: la invocación del Espíritu más la imposición de las manos acarrea un raudal de conversiones y la efusión de carismas tan olvidados como el don de lenguas y curaciones. Los otros colegas, sobre todo los severos calvinistas, desconfiaron del invento. A pesar de la oposición, la fórmula se impone, se extiende y llega hasta los confines de la Iglesia católica.El cardenal belga Suenens, un hombre progresista del Vaticano II, lo conoce en 1970 y escribe: «Algo nuevo está naciendo ahí: quizá el germen de una nueva religiosidad moderna». En 1973 se encuentra rodeado, en el congreso anual de Indiana, de 20.000 fervorosos carismáticos que pasan a 30.000 en el año siguiente. Desde entonces, Leo Josef Suenens se ha convertido en el mentor y defensor de un movimiento religioso que encuentra serias resistencias en el mundo católico.

Los carismáticos, actuales, como los movimientos renovadores medievales, invocan al Espíritu Santo. En el siglo XII, la renovación urbanística, política, financiera y hospitalaria se hacía en nombre del mismo espíritu: los puntos se llamaban Puente Nuevo del Espíritu Santo y las bancas del Espíritu Santo, denominación que todavía subsiste en la entidad bancaria del actual Estado pontificio.

Los carismáticos rompen el molde de lo que habitualmente entendemos por un creyente. Cuando rezan pasan del susurro musical a una deshinbida expresión de sentimientos religiosos, con cantos, lloros, gritos e imposición de manos. Muchos se sienten desconcertados por un fenómeno tan insólito, sobre todo dentro de una Iglesia católica que se ha vuelto muy cauta con todo lo emocional y milagroso. Por ejemplo, cuando se habla de la presencia en la comunidad del don de lenguas. En las asambleas carismáticas se producen unos murmullos, especie de melopea no carente de armonía, que ellos llaman glosolalia o don de lenguas. El que habla en lenguas se dirige a Dios y no a sus vecinos, por eso el lenguaje es incomprensible a los demás, y a veces a él mismo. «No importan», dice Suenens, «es la forma de balbucir nuestro amor».

Según una encuesta realizada en Estados Unidos, resulta que sus miembros representan el ala más conservadora de la Iglesia y son más bien reticentes al compromiso sociopolítico, lo que no impide que otros les consideren como molestos contestatarios. La jerarquía católica, sin embargo, les brinda su apoyo, y si el año pasado fue el cardenal Tarancón quien presidió las celebraciones de los 4.500 participantes, reunidos en El Escorial, este año esperan igualmente la presencia de un delegado de la Conferencia Episcopal.

La difícil frontera entre lo religioso y lo seudorreligioso

La Asociación pro Juventud declaraba recientemente (véase EL PAIS, 14-6-1981) que se multiplicaban en España movimientos seudorreligiosos que calificaban de peligrosos. En el debate subsiguiente se puso de manifiesto que no se podrían reducir a un común denominador fenómenos religiosos harto dispares y a los que se calificaba genéricamente de lavado de cerebro, y agentes de actividades industriales sospechosas. Tampoco era evidente, como querían los ponentes, que se pudiera trazar una divisoria clara entre actividades religiosas y seudorreligiosas.Los puntos de vista de la Asociación pro Juventud han sido contestados por algunas de las agrupaciones allí mencionadas, como La Comunidad, que no se sienten definidas en esa tipología. La Comunidad se entiende como «una institución social y cultural dedicada al progreso humano. No es una entidad política, religiosa o comercial», dice uno de sus textos fundamentales, escrito en forma de catecismo. Si no es una forma clásica de religión sí que es un sistema de creencias, ya que su objetivo es «mostrar de un modo práctico y manejable que lo más útil para la vida es la fe». En nombre del sentido utilitario de la fe se dice que lo más práctico es la fe en la transcendencia. Y se intenta demostrarlo desde una meditación sobre la muerte.

La importancia numérica de cualquiera de estos fenómenos que doblan en miembros por ejemplo al Opus, alude ala crisis de formas religiosas clásicas y a la pujanza de nuevas formas de expresión. No deja de ser significativo que sean los dominicos, cuya tradición intelectual se ha movido en contextos mucho más racionaliza dores, los que más decididamente apoyan un movimiento como el de los carismáticos. Y la crítica de estos fenómenos a la institucionalización de los sentimientos religiosos toma con frecuencia, en nombre de la espontaneidad, forma que van desde la exaltación dionisiaca a la interiorización mística sin descontar toda una picaresca religiosa que gestionan gurus de distinto tipo.

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