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Agredo Rampi se hundió ayer 24 metros más en el pozo donde permanece aprisionado Vivo

Juan Arias

La dramática historia del niño Alfredo Rampi, de seis años de edad y enfermo del corazón, que el miércoles por la tarde cayó a un pozo artesiano en Frascati, a veinte kilómetros de Roma, quedándose empotrado a 36 metros de profundidad, tuvo un momento de enorme angustia a las 49 horas de lucha para salvarlo.

Los bomberos y espeleólogos que habían conseguido construir con mil dificultades otro pozo paralelo para llegar hasta el niño a través de un túnel, cuando abrieron una ventana de treinta centímetros con la esperanza de estar según los cálculos, a menos de dos metros del pequeño Alfredo, se encontraron con la triste realidad de que el niño había resbalado veinticuatro metros más abajo.En este momento, el niño estaba exactamente a sesenta metros de profundidad del pozo, que tiene ochenta metros. Ahora el peligro es que el niño pueda seguir resbalando y caer en el agua.

La noticia cayó como una bomba en todo el país, que había seguido durante todo el día la operación de rescate en directo por la televisión, que transmitió en todos sus canales minuto a minuto ininterrumpidamente. Desde la profundidad de sesenta metros, donde Alfredo pudo haber resbalado o porque se durmió un momento o porque la tierra se movió con las vibraciones de las pistolas neumáticas que abrían el túnel, éste seguía vivo y llorando a la hora de despachar esta crónica. Un enano equilibrista del circo estaba a punto de lanzarse para una última tentativa desesperada de salvar a este pequeño, que se ha convertido desde hace 48 horas en el punto de atención de todo el país. Cada familia lo consideraba ayer como un propio hijo. La gigantesca operación desplegada por ingenieros, bomberos, espeleólogos, carabineros, médicos y psicólogos para sacar vivo a Alfredo hizo que el país se paralizase ayer todo el día. En la capital, Roma, muchos comerciantes cerraron las tiendas, y la mayor parte de las oficinas se quedaron desiertas. Alas 16.30 horas, en la boca del pozo del que se oían a través de un teléfono-sonda los gritos y llantos del pequeño Alfredo, se presentó de sorpresa el presidente de la República, el anciano Sandro Pertini. Estaba, como todos los italianos, siguiendo en directo la operación de rescate del niño y no resistió el acudir a la boca del pozo. Pidió un coche y corrió hasta el lugar donde Alfredo desde hacía cuarenta horas seguía gritando con voz cada vez más débil: «Mamá, ven, sácame de aquí. Ya no puedo más». Pertini quiso escuchar a través de los auriculares la voz del niño. «Alfredo», le dijo un bombero, «está aquí el presidente Pertini, que quiere oír tu voz», y el niño saludó al amado presidente, que no fue capaz de sujetar las lágrimas, que se enjugó sin pudor ante las cámaras de televisión.

«Estaré aquí», dijo Pertini, «hasta que Alfredo salga del pozo». Y así lo hizo. Se le vio muchas veces en pie con su mano apoyada con cariño a la espalda de la joven madre del pequeño Alfredo, enfermo del corazón. En seguida, del Vaticano llegó la noticia de que el papa Juan Pablo Il estaba siguiendo en directo la emocionante operación y que rezaba continuamente por Alfredo y por sus padres. Y Radio Vaticano anunció que había abierto una suscripción para recoger dinero para que Alfredo, si fuera salvado, pueda lo más pronto posible ser operado de su cardiopatía en Estados Unidos, como habían deseado sus padres.

Uno de los momentos de mayor tensión fue cuando se abrió el primer agujero en el pozo por encima de la cabeza del niño y éste empezó a gritar y a llorar. Probablemente porque le cayó la tierra en los ojos. Los médicos dieron orden de actuar con rapidez y sin demasiadas prudencias, porque el niño, después de 48 horas en aquella situación, por primera vez se había asustado y se temió una crisis grave de nervios. Se pensó en aquel momento que la liberación era cuestión de minutos. Lo más difícil de todo fue tener al niño siempre despierto por consejo de los médicos. El gran psicólogo y héroe de esta operación fue el desconocido mariscal bombero Nando que se ha convertido en un personaje nacional. Tumbado en el suelo a la boca del pozo llevaba anoche 32 horas consecutivas hablando con Alfredo. De todo. Le contó cuentos, lo hizo hasta cantar. Los psicólogos dijeron que el bombero había conseguido increíblemente convertirse para Alfredo al mismo tiempo en un padre, una madre y un amigo. A la madre del niño se le permitía sólo de cuando en cuando hablar con su hijo, por temor a que pudiera transmitirle su emoción. De hecho, en un cierto momento, Alfredo se enfadó con su madre: «No me digas mentiras», le dijo, «y ven a por mí en seguida». Lo que ni los médicos se explican es que un niño cardiopático haya podido soportar tantas horas una prueba tan dura y que haya sido capaz de colaborar con tanto ahínco. Los bomberos, por ejemplo, no re sistían más de tres horas dentro del pozo construido paralelamente a 34 metros de profundidad por el gran frío que hacía. Se turnaban, y cuando salían se cubrían con mantas de lana tiritando. Y el pequeño Alfredo llevaba más de cincuenta horas en camiseta, inmóvil, colgado, sin comer y alimentándose sólo con unas gotas de agua y azúcar que le mandaban con una sonda, y probablemente herido. Una vez pidió una pizza y una naranjada.

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