Ray Charles congrego en Barcelona a 7.000 personas
La orquesta levanta vientos y tempestades. Las luces se encienden y un hombre negro y canoso sonríe de manera espléndida mientras le ayudan a cruzar el escenario, a sentarse frente al piano, a comenzar su trabajo. Era Ray Charles en Barcelona, el pasado martes, frente a las 7.000 personas que casi abarrotaban el Palacio de Deportes ya preparado para un espectáculo sobre hielo. Era el genio.
Antes, la orquesta, la inmensa orquesta, había mostrado lo que es una gran banda de jazz, más de veinte instrumentos sonando como uno sólo, y, de cuando en cuando algún solista que trataba de lanzar una voz individualizada en medio del apocalipsis. Tan buenos eran que la gente no sólo no protestó la ausencia provisional del líder, sino que aplaudió en todo momento, con cualquier excusa, por mínima que fuera. Pero acabó su demostración y llegó el número fuerte.Ray Charles nació en 1932, pero parece mayor, debido a unos problemas de salud acrecentados por una seria adicción a la heroína. Ocurre, sin embargo, que frente al piano y al micrófono se olvida todo. Es dificil entender que un ciego sentado pueda montar un espectáculo de tal calibre. Se mueve sobre el sillón con tonos epileptoides, absolutamente al margen del ritmo que está marcando, parece que se cae, pero nunca lo hace, bascula sobre una pierna, sube baja, sonríe, se enfada. Y va sol tando sus canciones. Por allí pasa de todo: blues, gospel, baladas, semirocks, canciones prodigiosas como Georgia on my mind, mil veces cantadas, pero que sólo en su voz adquieren todo su sentido. Una voz áspera, un poco agónica, pero resistente a la agonía, aún más llena de vida.
Utilizar el piano
No es un virtuoso del piano, pero sí alguien que sabe utilizarlo para dar respuesta a su inmensa orquesta, a los acompañantes de la inspiración.Pero no sólo son él y la orquesta. También son las Raelettes, un grupo vocal casi tan mítico como el jefe, con su cantante del diente plateado y su comprensión de cómo se hace un ritmo suave del Milton. hit the road jack. La gente, que era de todo tipo, se enardecía con aquel portento de señer. Los del rock, disfrutaban, los del jazz también, los de las variedades lo mismo. Era un sueño y una vivencia para muchos que le han seguido con entrega desde la infancia. Y lo mejor son las baladas. Con ellas Ray Charles se rompe sobre el piano y sobre el micrófono, sus vibraciones traspasan aún más y cuando ya parece que el sueño va a durar siempre, aquello se acaba. Ha sido media hora exacta de orquesta sola. Ha sido una hora y cuarto en punto de Ray Charles. La gente pedía más. Las luces se encendían, el genio quería volver, pero sus mentores no le dejaron. Una lástima. Porque su presencia podía haber durado mucho más. Se habría agradecido.
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