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La revista "Time Out", de Londres, deja de publicarse porque su personal rechaza la libertad de salarios

Andrés Ortega

Time Out, la revista indispensable para saber lo que está ocurriendo en Londres, no está en los quioscos, pues una disputa salarial lo ha impedido. El personal ha ocupado las oficinas de la publicación en Covent Garden. ¿Piden más dinero? No; lo que piden es que todos sigan ganando lo mismo, manteniéndose la extraña estructura igualitaria que impera en la revista, en la que desde el director hasta el chico de los recados ganaban lo mismo. Cuando su joven propietario, Tony Elliot, lanzó Time Out a las calles de la capital británica, la revista se convirtió en el portavoz de la juventud radical, con útiles secciones sobre las manifestaciones políticas, los actos marginales, el teatro y la música de vanguardia, además de constituirse en una guía clara y estructurada de los espectáculos más tradicionales.

Doce años han pasado desde su lanzamiento, y Time Out se ha establecido firmemente en el mercado, vendiendo 85.000 ejemplares a la semana, con una cifra de negocios anual de más de quinientos millones de pesetas y unos buenos beneficios. Sin embargo, aunque su contenido editorial e informativo siga teniendo importancia, y a veces cierta influencia en la opinión pública, la revista se vende, sobre todo, por esa información detallada sobre el Londres tradicional y alternativo.El personal de Time Out, unas cincuenta personas, en su mayoría jóvenes radicales, ha empezado a recibir notificaciones de despido desde que, hace dos semanas, ocuparon las oficinas, y, por supuesto, esta semana, la revista tampoco saldrá. A principios de la última década, el personal, más reducido y dedicado, logró un acuerdo con Elliot por el cual todos los empleados, salvo los gerentes y el director, recibirían un mismo salario, que últimamente se situaba en unas 8.700 libras (1.700.000 pesetas) anuales. Esto es una excepción en la Prensa británica, donde se producen los salarios más dispares.

Ahora, Tony Elliot quiere cambiar este arreglo, chocando frontalmente con sus empleados, ya sean redactores, publicitarios o mecanógrafos. Elliot desearía poder contratar a otras personas y pagar más a unos y menos a otros. Ayer, según indicó a EL PAIS Duncan Campbell, un portavoz de la redacción de Time Out, la dirección y el propietario han decidido empezar a encerrar en las oficinas a las personas que allí se hallaban. La situación se ha invertido.

Para Elliot, la cuestión central se basa en una lucha de poder por ver quién manda en la publicación; pero la disputa rebasa el ámbito de Time Out: si la dirección o el propiétario quisieran lanzarse a otra aventura periodística, tendrían que contar con el beneplácito del personal de la revista, cuya organización interna debería basarse en la misma estructura salarial de Time Out. Lo mismo ocurriría si esta revista comprara alguna otra publicación. La disputa es oficial e implica a los sindicatos de impresores y de periodistas, pero se espera que tarde o temprano se llegue a una solución. Los habitantes de la capital británica, ya sea los que viven aquí o los que sólo están tres días en Londres, echan de menos su Time Out, y se han visto forzados a comprar otras publicaciones del mismo género, peor informadas, pero más orientadas hacia el turista más frívolo.

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