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"Ça y est! Il a gagné !"'

La V República francesa ha durado veintitrés años. Tal vez el nuevo presidente, Mitterrand, no cambie la Constitución ni la denominación, pero el espíritu de la V se ha roto de Finitivamente. La Constitución y todas las leyes afines estuvieron inventadas para asegurar un poder largo de la derecha, un sistema de pirámide con una cúspide presidencial y una disminución del valor de los partidos políticos y del Parlamento. Era teóricamente impermeable, y puede decirse que la voluntad de cambio del pueblo francés no hubiera prevalecido fácilmente sin la testarudez, la aplicación, de este «animal político» que es François Mitterrand. Ha asaltado la fortaleza constitucional que inventó De Gaulle y es posible que no reduzca ahora sus defensas legales. Pero no podrá gobernar Francia si no sale del caparazón de poder, tras el que se refugiaron los políticos de la V. Mitterrand tiene una obligación de romper el inmovilismo y de realizar lo que ha prometido: un cambio de sociedad. No le va a ser fácil. Hay una base de la sociedad francesa que permanece mientras las repúblicas cambian, y aun mientras cambian otros regímenes: está apuntalada por el Código Napoleón, y es pesada, sólida. Todo ello le da muchas ventajas al armazón del Estado -sobre todo en comparación con nuestra eternamente mutante máquina administrativa, capaz por sí sola de destrozar todos los planes a largo plazo- y algunos inconvenientes a la hora de adoptar nuevas posturas, de adaptarse a los cambios reales que produce la dinámica de vida.La abolición de los veintitrés pesados, rígidos, años de gobierno de la derecha produjo en los franceses, en la noche y la madrugada del domingo, una euforia que era una reproducción modesta y contenida de una revolución: manifestaciones en la Bastilla, espontáneos bailes musette en las plazas públicas entre las ráfagas de agua de un temporal nocturno, y el grito acuñado para una sola noche: Ça y est! Il a gagné! Mientras los oradores, las radios y los editorialistas repetían la palabra «histórico» y el significado de un cambio de era. La primera víctima de esta victoria era ese difuso y grave sentimiento de lo que aquí llamamos desencanto, que desde hace años decepciona a los franceses. Y la primera esperanza, la del restablecimiento de la democracia.

Quedan, sin embargo, algunos pasos por recorrer para que la nueva etapa de la historia encuentre su asiento. El primero, las elecciones generales. El presidente de la izquierda no puede gobernar con una Asamblea con mayoría de derechas; no puede esperar el término de la legislatura y, como es constitucional y lógico, disolverá la Asamblea (lo hará el Gobierno que nombre) y convocará elecciones generales: las fechas más probables son las del 21 y el 28 de junio para cada uno de los dos turnos. Estas elecciones son clave para el desarrollo posterior de Francia y para la realidad del cambio de era. Mitterrand ha tenido ahora algunos apoyos -los electores comunistas, una pequeña parte de los de Chirac, otros de los candidatos menores que aparecieron en el primer turno- que en la nueva votación no irán al PSF, sino a sus respectivos partidos. Es más que dudoso que el PSF obtenga los suficientes votos como para tener una mayoría por si solo, aunque se pasen a él muchos moderados. La construcción de la mayoría tiene dos posibilidades: la de que Mitterrand se apoye en las minorías no comunistas y obtenga escaños y alianzas de los moderados y de la «izquierda de la derecha», o que llegue a un cierto acuerdo con el PCF. En los minutos posteriores a la comunicación de los resultados, aún oficiosos, Marchais reclamaba ya su parte en la victoria y las «responsabilidades a todos los niveles» -esto quiere decir, desde ministros en el Gobierno a muchos de los cargos públicos de designación que van a ser evacuados ahora por los derechistas-, y el partido socialista ofrecía, simplemente, un pacto de Gobierno. La fuerza del PCF está muy disminuida: en el primer turno de las presidenciales, Marcháis sólo obtuvo un 15% de los votos, y la alineación posterior del partido en favor de Mitterrand es más bien un seguimiento de la base electoral por parte de la dirección que un movimiento inverso: una consigna, una orden. Si la cuestión de las alianzas es difícil para Mitterrand en estos momentos, la toma de posición por parte de Marchais es notablemente difícil. El impulso y la calidad de promesa que tiene Mitterrand desde la noche del domingo es de tal fuerza en la Francia de la izquierda

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que el PCF difícilmente resistiría una consigna de oposición, sobre todo en un momento de decadencia y desprestigio, Por el contrario, sumarse a Mitterrand sin condiciones, o aceptando las muy duras que va a imponer el presidente -que, sin duda, sabe que su punto flaco con respecto a la Francia moderada está en la alianza con un partido desprestigiado por sus últimos apoyos internacionales a la URSS, -y que ha sido el enemigo declarado del PSF desde la ruptura de la unión de izquierdas-, es perder una identidad que, sin duda, ha sido errónea, pero que ha sido capaz de mantener frente, incluso, a la impopularidad.

Se abren, pues, dos etapas: una, hasta las elecciones legislativas de fin de junio, preparadas por pactos y acuerdos, cuya última consistencia no se verá sobre todo hasta la semana anterior al segundo turno, y otra, después de* las elecciones- cuando, una vez formada la nueva asamblea, se precipiten los contratob de mayoría. La apuesta que hace ahora Francia -la Francia de izquierdas; no olvidemos que hay unos decimales más del 47% que han votado contra Giscard-es la de que el presidente, con la Constitución y con la mayoría parlamentaria a su medida, va a poder gobernar cómodamente.

Lo cual no quiere decir que Francia vaya a ser socialista, como no es socialista la Alemania Federal, gobernada por la socialdemocracia, ni Gran Bretaña cuando lo estaba por los laboristas. Las estructuras económicas y sociales de Occidente no están preparadas para sufrir un cambio brusco; ni una ola de nacionalizaciones ni una alteración brutal del sistema de impuestos. Ni la personalidad de Mitterrand, ni las bases de su partido, ni el programa electoral del presidente y el que se emita ahora para las legislativas tienen ningún carácter revolucionario. Pero tal como es la vida política, una simple cuestión de matices profundos puede cambiar todala tesitura: atender al paro, defender las medianas y pequeñas empresas frente a las grandes y a las multinacionales, dar otro valor a la Seguridad Social y al sentido dél trabajo; y restaurar la democracia en los aspectos de una mayor permeabilidad de la soberanía popular, hasta ahora constreñida y desencantada.

En el aspecto internacional hay también algunos rasgos históricos. La capacidad de irradiación de la política francesa sobre Europa ha sido siempre considerable. La elección de Mitterrand ha roto una racha de conservadurismo europeo y representa una respuesta determinada a la situación económica que se inclinaba a unas defensas de clases cada vez más minoritarias; el hecho de que haya sido posible -y una gran parte de la importancia de este hecho es que estaba previamente condenado por imposible, y esa condena ha fallado- favorece a todas las izquierdas europeas. Tiene una trascendencia para el Tercer Mundo, con el que Mitterrand ha mantenido contactos incesante y que Giscard veía como una posibilidad neocolonial; la tiene para la cuestión nuclear -los pacifistas han votado a Mitterrand- y para un cambio singular de voz de Francia en todas las reuniones internacionales.

No hay que deducir de ello que Francia vaya a salirse, de ninguna manera, del mundo occidental: los socialistas de todo el mundo se encuentran muy bien dentro de él, y no es cuestión, ahora, de que Francia presente a Reagan un desafío tan fuerte como el que le planteó De Gaulle, aunque puede suceder lo contrario: que sea Reagan el que desafle a Mitterrand, o el que obstaculice su desarrollo. El resumen es que posiblemente Francia, con Mitterrand, no salga de la vía del capitalismo, aunque reduzca el capitalismo salvaje que se estaba imponiendo; que acentúe el carácter democrático de la misma democracia, que estaba siendo restringida, y que dé a la Presidencia un tono más brillante, más sincero, más transparente y honesto que el que tenía hasta ahora.

En cuanto a España, es posible que los dos contenciosos básicos no varíen demasiado: Mitterrand no va a favorecer nuestra entrada en el Mercado Común (es un tema de opinión pública nacional, más que de partidos) ni cambiará sensiblemente la situación en el País Vasco (es una factura que Francia está pagando por evitar que el terrorismo pase sus fronteras; con la ceguera de ignorar que si no se acaba con el terrorismo en España, en un momento dado pasará inevitablemente a Euskadi norte). Sin embarlo, la ízquierda francesa es mucho más sensible que la derecha al establecimiento de una dictadura en España y a cualquier intento golpista, y estará más dispuesta a ayudar a los socialistas españoles en su capacidad de estabilizar España y de presentarse como alternativa.

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