Teólogos denuncian recortes a la libertad de expresión en la Iglesia
«No está en nuestro ánimo negar el papel de la autoridad en la Iglesia, pero sí denunciarlo cuando se convierte en un pretexto para el uso arbitrario», decía ayer José Antonio Gimbernat, director del Instituto Fe y Secularidad, en la presentación del debate en torno a la libertad de expresión e investigación en la Iglesia.La suma de los diversos casos de remoción o despido de profesores de Teología, ejercidos sobre personas representativas de un pensamiento crítico, daba pie al presentador para hablar de un clima de involución en la Iglesia católica, que trata de enmudecer las voces incómodas.
Casiano Floristán, catedrático del Instituto de Pastoral de Madrid, recordaba que conflictos con teólogos los ha habido siempre, pero particularmente en tiempos de Pío XII y Juan Pablo II. «El conflicto no se produce», señalaban, «cuando es cuestión de voces que ni llegan al Vaticano II, como les pasa a los teólogos del Opus Dei». El ideal del teólogo para la Iglesia es el del intelectual orgánico, buen repetidor de la enseñanza oficial.
«Toda discriminación de la persona humana debe ser evitada como contraria al plan divino», rezaba el Vaticano II. Esta cita, aducida por Benjamín Forcano, director de la revista Misión Abierta, le sirvió de hilo conductor para exponer la generosa doctrina conciliar sobre la libertad de expresión e investigación, cuya aplicación brilla por su ausencia en determinadas actuaciones jerárquicas. En su opinión, están renaciendo hábitos preconciliares que se reflejan en el anonimato de las denuncias contra sospechosos y en el secretismo de los procesos e investigaciones a espaldas del interesado.
Julio Lois, profesor de Teología, detectaba «un clima de miedo generalizado que hasta nos impide manifestarnos y solidarizarnos». Se va imponiendo así como un doble lenguaje, «el público, que se expresa con autocensura, y el de los cenáculos teológicos, donde todo es posible».
Solidaridad con los represaliados
El acto estaba motivado por las censuras de diferente tipo de teólogos, como José María Castillo, Juan Antonio Estrada, Manuel Fraijo y Díez-Alegría. Por razones de prudencia no juzgaron comparecer los primeros en el acto de solidaridad. Juan José Tamayo, animador de las comunidades populares hizo una semblanza intelectual de José María Castillo: honradez intelectual, desclericalización del lenguaje religioso y conexión entre teoría y práctica.Cerró el acto Díez-Alegría, recurriendo a santo Tomás, «que también fue represaliado en su tiempo». Recordó su doctrina sobre la virtud, que debe lograr un equilibrio entre dos extremos. « Los obispos, con la mejor buena voluntad», decía, «piensan que cuanto más cerca mantengan a la gente del polo de la superstición, más lejos quedarán de la incredulidad, que es su gran obsesión». Pero la fe es libre y, por ende, hay que tomarse en serio lo de la libertad religiosa, «que esto es doctrina de santo Tomás y no una novedad de Hans Küng».
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