Francia elige presidente
EN FRANCIA se dice que de los franceses se puede saber todo menos el dinero que tienen y el voto que depositan. Quizá por eso las auscultaciones preelectorales han fallado con bastante frecuencia en ese país: el disimulo puede vencer al responder a los encuestadores. De otro lado, los sondeos han sido prohibidos en la semana previa a la votación por temor a que la publicación de sus resultados pueda influir en las opciones tardías de los indecisos hasta la última hora.No hay, pues, pronósticos científicos sobre lo que pueda suceder en la votación presidencial de hoy, domingo, que puede ser única si un candidato obtiene la mayoría absoluta o la primera de dos -la otra sería el domingo próximo- si no hubiera decisión definitiva en favor de ninguno (ballotage). SIn estás previsiones de computador, las únicas que se pueden hacer son de olfato de ambiente. Una es la de que ninguno de los candidatos va a ser elegido hoy presidente de la República; la segunda es que la elección definitiva se hará entre los que el humor popular llama la banda de los cuatro: Giscard, presidente actual; Chirac, representante de la derecha autoritaria; Mitterrand, socialista, y Marchais, comunista.
A este último se le puede dar por eliminado, al igual que a los candidatos marginales que se presentan en gran número (ecologistas, feministas, nostálgicos, propagandistas, que se sirven de la elección para utilizar las facilidades de televisión, radio y carteles); los votos dispersos que obtengan tendrán que definirse sobre los finalistas en la segunda vuelta. La candidatura de Marchais, sin embargo, tiene una gran importancia: la de restar votos a Mitterrand. No se sabe aún claramente dónde irán a parar los votos comunistas en la segunda vuelta. En todo caso, lo esencial de su campaña se desarrolla contra Mitterrand, sobre la base de que si éste ganara las elecciones, el PCF no le apoyaría, a menos que incluyera en su Gobierno ministros comunistas. Marchais podría intentar una negociación entre la. primera y la segunda vuelta en el caso de que Mitterrand quedase bien colocado: ofrecerle los votos comunistas a cambio de una alianza gubernamental. Es un regalo envenenado.
Mitterrand sabe perfectamente que, si accediera, muchos de quienes le voten hoy le retirarían el apoyo en la segunda vuelta, y la derecha quedaría reforzada. En todo caso, en estas elecciones, como en las anteriores, el PCF no tiene ningún interés en que gane la izquierda. Cree que su lucha está en la oposición, y mejor aún si estuviese solo; es decir, si inclinase a Mitterrand a una alianza con la derecha, a un Gobierno de coalición. El PCF advierte que la situación social se está deteriorando y se va a deteriorar más aún en el tiempo por venir, y quiere capitalizarla. Es una política.
Mitterrand se beneficia en estas elecciones de una voluntad de cambio que parece definida por el cansancio del largo reinado de Giscard y por la preocupación de que si éste resultase elegido acumularía el poder por siete años más, hasta totalizar catorce: demasiado tiempo para el miedo francés a la autocracia. La otra alternativa a Giscard es Chirac, pero también resulta demasiado autoritario, demasiado vigoroso. Sin embargo, el fondo conservador francés teme ahora la presencia de un socialista en la presidencia de la República: es un poder muy considerable desde que De Gaulle modificó la Constitución. A pesar de la moderación del veterano político, Mitterrand es todavía un espantapájaros para amplios sectores de la sociedad francesa. Podría haber fuga de capitales y una actitud reservada de otros poderes, entre ellos el militar.
Tal como se presentan hoy las cosas, podría hoy producirse un reparto de porcentajes entre la banda de los cuatro bastante equilibrado, que les clasificara por este orden: Giscard, Mitterrand, Chirac, Marchais. Habría, así pues, una final el próximo domingo, y en ella Giscard sería reelegido por una quizá muy corta distancia sobre Mitterrand. No está del todo excluido, sin embargo, que el segundo lugar -el de aspirante- no lo ocupe Mitterrand, sino Chirac, que está recibiendo grandes apoyos de la derecha tradicional. Aun así, se supone que en el cuerpo a cuerpo aún seguiría siendo Giscard el favorito.
En todo caso, el aburrimiento, la desgana y una desesperación de fondo caracterizan el ambiente de estas elecciones. Los cuatro rostros están demasiado envejecidos, son demasiado conocidos, y sus campañas han sido más bien riñas entre ellos que presentaciones de programas concretos; programas, a su Vez, envueltos en un lenguaje neotecnológico difícilmente discernible y prometedores de una felicidad sobre esta tierra sin demasiados datos de garantía. Los nuevos rostros, a su vez, no ofrecen más que fantasías y ensueños, poco aptos para un país tan apegado a lo material. Son unas elecciones que, en este aspecto, se distinguen muy poco de las que se vienen celebrando en el mundo occidental en los últimos años: las elecciones del desencanto. Este factor beneficia, sin duda, a Giscard: cuando no se sabe qué votar, la resignación lleva al poder establecido. Las abstenciones en el primer turno pueden ser muy numerosas. Sobre todo si el día es soleado y radiante: una buena mañana primaveral puede presentar la tentación de la carretera como más interesante que la de las urnas. Bajo todo ello hay un fondo que atañe a la enfermedad actual de la democracia: la posibilidad de que, por falta de participación ciudadana, la sociedad no se refleje en la realidad institucional del país.
Desde el punto de vista de España, cualquiera de los candidatos es poco interesante. Todos se han manifestado contra la incorporación española al Mercado Común -una posición que es una fuente de votos- y ninguno está muy decidido a que su País Vasco, los tres territorios históricos -Baja Navarra, Laburdi y Zuberoa- incluidos en la provincia de los Pirineos Atlánticos, y que carecen incluso de régimen autonómico, dejen de ser un santuario para los terroristas de ETA. Es indudable que la izquierda española podría verse relativamente beneficiada con el triunfo de Miterrand y que la gran derecha recibiría con entusiasmo la victoria de Chirac. Quizá Mitterrand pudiera optar, una vez en el poder, por una política menos desfavorable a los intereses españoles. Pero ninguno de los dos candidatos dará jamás un paso que les distancie de sus electores, de su política nacionalista y de lo que convenga a su partido y a su país.
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