_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La actualidad Visconti

La proyección íntegra del Ludwig de Visconti dura cuatro horas y pico, casi el doble de lo que se dio como estreno: presentada con cierta timidez, la respuesta ha sido y es de colas y llenos, de entusiamo, de compra por parte de la RAI para que tenga la extensión y la gratuidad de la pantalla televisiva. No es justo hablar de vuelta o de redescubrimiento de Visconti, siempre vivo, pero sí de una mayor insistencia en sus valores y de un como vacío sin la despampanante belleza de sus imágenes. El gusto cada vez mayor por Fellini, gusto no sin polémica, no estorba para esa insistencia: un polo parece reclamar el otro. La influencia de Visconti se extiende más allá del mundo del cine: de una parte, la pasión por Mahler; de otra, la pasión, pero con muchas exigencias, hacia la ópera, hacia el melodrama de Verdi especialmente. Llega, pues, apunto la completa biografía y estudio de Gala Servadio: libro grande, detallado, crónica de cada año, de cada filme y con tono general muy influido por el Proust de Painter.Es espléndida la descripción y evocación de Milán en los años anteriores a la guerra del catorce. Hay muy graves historiadores que socavan el mito de la unidad italiana: el contraste entre Norte y Sur sigue siendo el de las dos Italias. Milán fue en los tiempos del Visconti joven heredera de su antigua domadora: de Austria, de Centroeuropa. Alguien de su gran aristocracia era capaz de añorar otra imposible unidad: la que hubieran conseguido los Borbones, tan distintos de los Saboya. La cultura de Visconti, enorme cultura, tiene hondas raíces germánicas: lleva dentro todo Thomas Mann. Esa cultura se hace vida en la familia de los Visconti a través de una dialéctica que combina la respetabilidad externa con el lujo y el desenfreno: el padre de Visconti, padre de muchos hijos, gentilhombre de la reina, tenía como hobby la homosexualidad. La madre, bellísima, arquetipo de la mujer para Visconti, combina una muy cumplidora religiosidad con aventuras más que sentimentales. Visconti adolescente ve uno de los grandes signos de la decadencia: separación educada, pero irremediable, de los padre. No sé: parece como si la Milán del Visconti joven fuera más proustiana que el mismo París. Todo lo que a partir de Senso hay en Visconti de detalles de gusto exquisito, de magnificencia en sus escenarios, toda esa expresión de riqueza auténtica para los ojos, ese como milagro de que el mirar casi se huela la rosa fresca y casi se palpe el terciopelo más caro, viene de su misma familia. No es extraño, pues, que acerque tan bien la locura de Luis de Baviera y no menos el repertorio de batines de seda que Wagner necesitaba para estar a gusto.

La agitada, escandalosa extravagante y martirizada vida sexual de Visconti se cuenta al detalle, pero yo diría que limpiamente: se dan nombres propios, algunos vivientes y altísimos, se nombra y se juzga, pero con nobleza, sin herir más que a quien lo merece -Helmut Berger, haciendo gastar a Visconti cuarenta millones de liras en un día para caprichos- con una cierta misericordia incluso que viene de lo siguiente: hubo en Visconti, también como herencia, un subsuelo de religiosidad, le era imposible ser ateo, religiosidad que, trágicamente, no funcionaba como nostalgia o como consuelo, sino como segunda conciencia moral, señalando la. «diversidad» como pecado. Visconti, que vivió hasta el fondo el París de Cocteau y de Coco Chanel, no fue un pecador alegre: busca inconscientemente la bajeza y la humillación como si hubiera infierno en la tierra. Del deslumbramiento ante la belleza pasa al sufrimiento de lo humillante. Por eso, el pormenorizado relato de Gaia Salvadio nada tiene que ver con una crónica escandalosa. Cuando Visconti descubre su verdadera vocación de director de cine junto a Renoir y en los tiempos del frente popular francés, cuando ve como consecuencia de su camino de Damasco la descripción en imágenes de la miseria obrera, campesina, y su adhesión al Partido Comunista, se forman primero en París y luego en Roma e incluso durante la resistencia, dos grupos en torno suyo: el grupo de los aprovechados, los del esnobismo también, los provocadores de la orgía y el grupo de los amigos políticos, de los políticos culturalmente inquietos, discípulos de la cultura de Visconti, absolutamente distintos y distantes de los otros. Veo confirmado en el libro lo que intuía: comunistas de primera fila, como Ingrao, hablan de otra manera, son como más «espirituales», porque en los duros tiempos de la resistencia y del cine realista aprendieron mucho de la cultura sensible de Visconti y le vieron capaz de grandes sacrificios. No podía haber permeabilidad entre los dos grupos porque el Visconti director, trabajador infatigable, minucioso hasta la histeria, tirano de sus actores para hacerlos grandes, está muy lejos del Visconti de las otras noches: cuando esas eran ya imposibles, Visconti sigue trabajando. Ahí está la trágica singularidad de esta vida y su clara mitad de grandeza.

Es muy curiosa la relación con Togliati, político de muy refinada sensibilidad. Cuenta Trombodori que la relación fue de extremo respeto recíproco. Cuando Visconti no permitía la menor injerencia en su trabajo, cuando se le atacaba desde el partido, Togliati lo defendía, prohibiendo incluso la publicación de los ataques. Es curioso testimonio la siguiente carta con motivo de la longitud de El Gattopardo: «Querido Antonello Trombadori: he visto en Turín el Gattopardo. Una gran obra de arte. Te ruego que si tienes ocasión de ver a Visconti le expreses mi admiración y el aplauso incondicional. Se tiene la impresión de que en cada nueva creación suya se supera a sí mismo. Di incluso a Visconti que no acepte la petición de hacer cortes. Que no acepte cortar nada del baile, cima de la obra de arte, incluso porque alcanza ese carácter obsesivo (no sé si me expreso bien) que sólo está en las grandes creaciones artísticas».

Al referirme a la música en Visconti la pluma quisiera volar. ¡Visconti y la ópera! Músico de verdad, músico de partitura sabida, ha llevado al cine la esencia del melodrama. ¡Qué historia de enriquecimientos en su diálogo con los monstruos! De niño, ya va al palco de la Scala, el más cercano al llamado «golfo místico»; adolescente, jugando a los novios con la hija de Toscanini, pero más atento a la gran revolución musical del padre. Sus realizaciones escénicas para el melodrama combinan de tal manera el fasto con la pureza musical que esa ópera logra que el público sea muchedumbre y, al mismo tiempo, se convierta en «hecho de cultura». Oye a la Callas cuando pesaba más de cien kilos, pero en cuanto cumple la orden de perder cuarenta comienza ese diálogo de monstruos, ese amor extraño, peleón, enloquecido, pero comienza también una nueva era del canto, de la ópera misma. Escribo esto al mismo tiempo que cumplo un encargo de nota de programa para El trovador, de Verdi, y recuerdo la primera escena de Senso, cuando la famosa pira desencadena en La Fenice de Venecia el griterío de los patriotas: esa escena es una cima de belleza visual, de música como revelación de la historia política, de adoración por Venecia, de todo. En una escena se logra lo que es imposible y necesario a la vez, pues allí se encarna la utopía de la unidad de las artes.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_