Tierno: "El lenguaje de mis bandos es el de los campesinos sorianos"
El peculiar lenguaje y forma de decir del alcalde Enrique Tierno no solamente ha conseguido despertar el asombro y la expectación ante los bandos que publica, sino que casi logra que, tras la inevitable bronca del preámbulo, el abochornado ciudadano pague las consabidas multas con sonrisa agradecida. En una forma colegiada de entender el gobierno municipal por parte de la izquierda, los bandos son los únicos resquicios de poder presidencialista del alcalde. Algunos de ellos son verdaderas piezas de museo.
Cualquiera de los bandos publicados durante sus dos años de gestión aparecen con una envoltura dieciochesca que, ante todo, suelen provocar perplejidad por cuanto el lenguaje utilizado parece bastante ajeno al utilizado por el hombre de la calle.El propio alcalde confiesa ser el primero en divertirse con sus escritos. «Los hago yo personalmente y, desde luego, me divierto al escribirlos. Pero más que buscar la sonrisa, lo que yo hago es pedagogía. Eludo los galicismos y anglicismos tan frecuentemente utilizados y procuro utilizar un buen castellano, sin arcaísmos. A mí me gusta el sabor rústico del idioma y por eso el lenguaje de mis bandos es el de los labradores sorianos. Es, ante todo, el casticismo, el gran lenguaje».
Enrique Tierno no cree utilizar una terminología de museo, como pudiera pensarse. «Es que se habla y escribe muy mal el castellano. Por ejemplo, la gente sustituye sin ningún rubor una palabra tan castellana como es intentona por golpe, que es un galicismo. Tampoco es que yo sea un purista, porque no me gusta eludir los giros propios de la lengua, pero busco expresiones castellanas».
Cada bando pasado por la pluma del alcalde está impregnado de una notable ironía que contribuye a alimentar la figura un tanto despistante del viejo profesor. «Es que yo creo que la mejor forma de transmitir una idea es por medio de la ironía », dice Tierno.
Y así, haciendo un gran alarde de esa ironía, los bandos de Tierno -inevitablemente distintos a los de sus antecesores en el cargo- se presentan como una larga regañina a los malísimos ciudadanos que sirve de preámbulo paternalista, seguido de la comunicación final de la multa a los infractores del tema en cuestión.
Las condenables costumbres del madrileño
«Ya», admite el alcalde, «pero es que sin sanciones y multas no conseguiríamos nada. Tenga usted en cuenta que el madrileño es dado al descuido y a la holganza. Son ciudadanos simpáticos y alegres, aficionados al buen vivir y al poco preocuparse, y si no fuera por las multas no habría forma de que dejaran de ensuciar las paredes o de tirar papeles al suelo».Y así, una vez que su secretaria le deja sobre su mesa el texto del futuro bando en una terminología considerada convencional, el alcalde echa mano de su pluma y con grandes toques de la ironía por él reconocida procede a señalar las malas y condenables costumbres de los madrileños, las lamentables consecuencias de esos deplorables hábitos y anuncia el castigo y azotaina a todo aquel que ose desobedecer. Sus bandos concluyen con un «publíquese» que rompe totalmente el suave tono de la perorata preambular.
«No es abuso de autoritarismo la publicación de estos bandos», asegura el alcalde, con su conocida sonrisa paternal, «porque en uso de las atribuciones que me confiere la ley de Régimen Local doy salida a asuntos que han acordado los concejales y a los que yo añado algo de mi cuenta. Pero no hago literatura por goce personal, sino que es una necesidad para esta ciudad ».
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