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Nueva consideración a Borrow

En el centenario de su muerteEn el centenario de su muerte

El incuestionable patriotismo de don Manuel Azaña fue sensible a la petición que le hiciera su amigo el señor Jiménez Fraud en el sentido de que tradujera del inglés la obra de George Borrow The bible in Spain. El original había aparecido en Londres en diciembre de 1842, con éxito tan fulminante que en el medio siglo siguiente se conocían dieciocho ediciones autorizadas, además de haber sido traducida muy pronto al alemán, al francés y parcialmente al ruso. Como se sabe, la obra trata de los esfuerzos hechos por la Sociedad Bíblica de Londres para introducir el protestantismo en España en la década de 1830, mediante las gestiones de una serie de agentes, entre los cuales el extravagante y genial Borrow, el cual recorrió cientos de pueblos llevando unos mulos cargados de biblias, que vendía a bajo precio, puesto que se trataba de una campaña subvencionada. Poco más tarde, Borrow escribió el relato de sus aventuras de viajante, y es escandaloso que su apasionante escrito no estuviera traducido y comentado entre nosotros desde poco después del momento de su aparición (se ve que aquí interesan solamente unas pocas cosas). A los señores Jiménez Fraud y Azaña debemos, pues, que se pudiera leer al fin en castellano, en 1921, con casi noventa años de retraso. ¿No hay quien sepa algo de las circunstancias de esta edición, en tres tomitos, tan cuidados como la propia nota preliminar que en ellos pusiera el traductor?Aún es menos conocido el hecho de que unos años después el señor Azaña tradujera otra obra del mismo autor: The zincali, o sea, Los gitanos, según el título algo caprichoso de Borrow. La cuidada edición se imprimió en Segovia en 1932, pero su eco fue relativamente escaso, dada la turbulencia política que ya se cernía sobre Guadarrama. Después, décadas de ostracismo torpe en el asunto, hasta que en 1967 apareciera en Madrid una nueva edición de La biblia en España, que me parece no alcanzó éxito porque pronto se la vio en las librerías de saldo, quizá por su equivocada portada, demasiado poco explicativa. La aparición, tres años más tarde, de otra reedición en Alianza Editorial puso a este libro importante en la órbita de un público numeroso de lectores.

¿Es esto suficiente en estas alturas? El relato hecho por Borrow de sus «viajes, aventuras y prisiones de un inglés en su intento de difundir las escrituras por la Península» en 1836-1840 -obra que quizá por su cierto tufillo novelesco Azaña definiera con exactitud, en su imprescindible comentario, como una «obra de arte, una creación»- merece más atención por nuestra parte, pues -con los clásicos libros de Irving y Merimée- el de Borrow es uno de los tres más castizos hechos por ciudadanos de los tres países punteros que ganaron y ejercen el liderazgo de las ideas (aunque ya no en exclusividad), y de los tres libros, seguramente el de Borrow es el más castizo; de casticidad británica, entiéndase, ya que el autor es tan arquetípico de su país y su momento como lo son del nuestro los gitanos, alguaciles, párrocos rurales y monterillas que él tratara en la Península.

La atención española hacia él debería haber sido mayor, ya que dio una imagen determinada de nosotros que alcanzó justo un siglo de vigencia. Azaña hizo su traducción sobre la edición de Burke -cuyas anotaciones respetan varios errores de Borrow y se aumentan con otros-, errores algunos de los cuales corrigió Azaña. Para su introducción utilizó éste la biografía hecha por Knapp en 1899, pero ya son hoy muchas más las blograrias de Borrow de que disponemos y son centenares las ediciones de sus títulos, pues no fue autor solamente del libro sobre la biblia subvencionada, sino de otros varios de parecido interés, en alguno de los cuales siguió mostrando su gran conocimiento de las cosas españolas, su consideración por algunas de ellas, y en especial por algunos autores, entre los cuales destacan Lope de Vega y Cervantes. Pero mostrando desgraciadamente y sin tregua el «fanatismo antipático» que Azaña le señalara. En sus autobiografías fantásticas -híbridos -de Poe y de Larra, entre una brujería diluida y un costumbrismo sin fustaque titulara Lavengro y The romany rye-, o sea, El maestro de la palabra y El caballero gitano, que eran dos de las maneras que tenían los gitanos de designarle -las referencias a lo español son siempre sorprendentes y continuas-. Su convivencia con la gitanería inglesa, afín, pero muy distinta de la española, hace que esas autobiografías merezcan también ser conocidas en nuestro ámbito.

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El protagonista es apabullante; asombra a latinizantes, griegos, hebreos, árabes, armenios, galeses, alemanes, daneses, franceses, italianos, portugueses, irlandeses, rusos y españoles hablándoles o entendiéndoles en sus respectivos idiomas. Penetra en la intimidad de los gitanos españoles en cuanto se presenta a ellos porque es también en nuestro país «maestro de la palabra» como entre los «zincalíes» ingleses. Andarín no menos fabuloso que lingista, sus caminatas entran dentro de lo inverosímil; aquella cigüeña zancuda recorrió a pie miles de kilómetros pulsando los idiomas locales y, de paso, predicando las excelencias poéticas de... Lope de Vega, o recordando a Cervantes, o a Iriarte, o al refranero.

Merece otra consideración aquel sujeto voluntarioso que hiciera por Castilla, el Norte y las Andalucías una figura tan sorprendente como la que habría hecho un monje copto o un archimandrita propagando sus cristianismos respectivos por los pueblos toledanos de Illescas, Bargas, Yuncos, Villaseca, Esquivías, Azaña (perdón, «Numancia de la Sagra») y por otros cien. Este chalado -que escribió docenas de cosas sorprendentes que abarcan el conocimiento de varias culturas europeas y que abrió tienda en el número 25 de la calle del Príncipe, de Madrid, esquina a Visitación, para vender, entre otras versiones más asequibles al público madrileño, Evangelios en persa y árabe, este fenomenal lingüista que consideraba las lenguas irlandesas, catalana, portuguesa y vascuence como meros «dialectos» (¡) no carecía de mañas ni de astucias, como cuando no dijo toda la verdad respecto de su detención durante diez días en la cárcel de Madrid, ya que ocultó las circunstancias en que el arresto se produjo y multiplicó por dos el tiempo de su duración al escribir en The Bible in Spain que fueron tres semanas. Sin que olvidara de añadir a esta última cifra un about, «alrededor», para establecer una coartada a su deliberada falta de veracidad...

Si por un lado hemos de lamentar mucho que las actividades, dudosamente legales, de la Bible Society y de sus agentes en España condujeran a molestias y detenciones -aun dentro de una legislación liberal que se estaba introduciendo trabajosamente también lamentamos las gestiones políticas que resolvían aquellas situaciones por la vía de la coacción pura y simple. De todo ello hay datos en las auténticas Letters of George Borrow to the Bible Society (Londres, 1911), cartas cuyos originales tuvo delante don Jorgito cuando escribía The Bible in Spain, pero que utilizó a su manera, parcialmente, buscando efectos multiplicadores para el éxito en la calle. Pero ahora, cuando debemos decidirnos a ejercitar equiparaciones, podemos preguntarnos qué le hubiera ocurrido a un fanático españolito -llamémosle «don Jorge Préstamo»- que por cuenta de alguna asociación piadosa o episcopal de la Península se hubiera visto envuelto en la actividad de fijar carteles en las calles de Londres anunciando, por ejemplo, «el Ripalda», con ofensas para los dirigentes de la Iglesia de Inglaterra (que hasta el año anterior había estado, por cierto, encabezada por Guillermo IV y por Jorge IV; consúltense biografías...). ¿Hubiera salido el españolito de su aventura con diez días de detención o se le hubiera caído el pelo durante una larga temporada en la prisión de Newgate? Interesante supuesto

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Nueva consideración a Borrow

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perteneciente a la Ciencia-Ficción o a las Letras-Ficción, porque no existió un «Jorge Préstamo» ni los producimos de cara al exterior.

Nuestra atención a Borrow por sus peculiaridades nos llevó en agosto de 1947 a buscar su casita-museo en la ciudad de Norwich. Desde entonces, cuando hemos tenido ocasión, hemos seguido sus itinerarios en España y en Inglaterra, en Portugal y en Gales, mirando a sus moradías y buscando, entre el ruido de los aviones que van a aterrizar a Heatrow, su tumba en el cementerio londinense de Brompton. Está allí, bajo tierra, desde 1881, y no vaya a ser que el gigante con artes de brujo vuelva a salir en las noches de luna a caminar sin tregua, a pelearse con los perros que le ladren y a seguir hechizando con las lenguas de fuego que poseía a las gentes sencillas a las que pretendía «salvar». O a seguir escribiendo sus cosas extrañas, sus «cosas de Egipto», como en el lenguaje corriente de la época se decía «cosas de España» o «cosas de los ingleses». (Término que él hubo de traducir en inglés por affairs o business, y que el traductor español, en un descuido, retradujo como «asuntos» o «negocios».) No pocas cosas podrían comentarse en sus obras y en las notas que acompañan a éstas, a las que habría que añadir ya siempre lo que Rivas Cherif ha escrito del trabajo de su cuñado Azaña. Hoy el hombre Borrow no está cerca de nosotros, por su extremo fanatismo religioso y por la vesania racial e imperialista de alguno de sus escritos posteriores a The Bible in Spain, aunque en ésta se esforzara en dar de sí una imagen de hombre razonable y de buen sentido. Ya Burke relegó a la condición de apéndice un fragmento racista de The Bible in Spain, y el traductor español lo suprimió del todo...

Con el tiempo, a la zancuda se le fueron acentuando rasgos de murciélago y murió nocturno y raro. Hoy se ha escrito un libro tratando de demostrar que Borrow, cuya madre era algo amiga de la farándula, tuvo en realidad por padre a un gitano que pasaba por el camino, mas nos parece que esta tesis no es convincente.

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