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Gente bien educada

Todo congreso de cualquier partido político tiene necesariamente que tener algo de catarsis y un poco de psicodrama. Los comportamientos colectivos necesitan desahogos que compensen, de alguna manera, las frustraciones individuales. En política es imprescindible que, de cuando en cuando, se destape la olla para evitar que la presión no haga saltar el aparato en el momento menos oportuno. En UCD, sin embargo, las cosas no son así, o, al menos, no lo han sido en el congreso de Palma de Mallorca. Para cualquier observador que no tuviese las claves del inestable equilibrio de fuerzas que componen UCD, éste ha sido aparentemente un congreso de guante blanco. En frase de Oscar Alzaga, chapeau Adolfo o, en boca de Jiménez Blanco, chapeau Oscar. En los enfrentamientos (?) en el pleno de la discusión de la ponencia de estatutos, auténtica madre del cordero de la despiadada lucha por el poder, entre Alzaga y Arias Salgado, la tónica fue exactamente la misma y rara vez traspasó los límites de una discusión académica con abrazo final ante los fotógrafos para que quedase inmortal constancia de que, no faltaba más, es más lo que une que lo que separa. En la presentación de candidaturas, momento álgido del debate, y dejando aparte los distintos tonos que ambos candidatos emplearon (y que alcanzó momentos sublimes e inefables en la intervención de Rodríguez Sahagún), tampoco se dijeron sustancialmente cosas muy distintas. Ya se sabe: aquello de que el centro no es izquierda, obvio, ni derecha, menos, y que todos componemos una gran familia que, junta, vamos a ganar las elecciones de 1983 (?(.Pues qué bien. Sólo faltó la racial música de un castizo pasodoble para subrayar la emotividad de algunos momentos de lo que, en principio, se presentaba. como un debate político cargado de tensiones. Tensiones que, por otra parte, eran más que evidentes en el origen, desarrollo y desenlace, inacabado, de los acontecimientos. Pero Suárez, en su intervención inicial, eligió el camino de actuar con elegancia, para no enconar los ánimos, según se dijo, e hizo después mutis por el foro. Y la elegancia, ya se sabe, es incompatible con decir a sus huestes, y de paso a los electores, cuáles fueron las profundas razones que le llevaron a dimitir en un momento tan crucial de nuestra historia. Saber la verdad, como es normal, debe de seguir siendo privilegio de unos pocos. Por su parte, los críticos actuaron de cara al exterior con mesura y sin alzar nunca la voz. Y los oficiallstas, con sentido de la grave responsabilidad que recaía sobre sus espaldas. Todos juntos dieron en los plenos una perfecta lección de urbanidad, como una ilustración de cualquier manual de señoritas bien de la belle époque,. La derecha y el centro nunca pueden perder las formas ni Ia compostura. Como debe ser.

Lo que sucedía en realidad, sin embargo, no se correspondía con tan bucólica imagen. Cuando se abandonaba el gran aliditorium, y ya lejos de fotógrafos y plumillas, la canallesca en suma, el ambiente era muy distinto. En los pasillos, nadie perdía el tiempo en quitarse el sombrero. Adminículo perfectamente inservible para una lucha cuyo encubrimiento, además de inútil, resultaba absurdo, puesto que en un partido político es absolutamente legítima. En Palma de Mallorca, la procesión, de alguna manera hay que llamarla, iba por dentro. Por lo visto, la tendencia al escamoteo del debate político y su sustitución por los cabildeos, las negociaciones con rigurosa reserva de plazas y la búsqueda de frágiles y artificiales consensos, es connatural a nuestra clase política. Que en las comisiones se trabajase con relativo entusiasmo, no anula lo anterior porque, en definitiva, las cuestiones ideológicas auténticamente de fondo apenas afloraron al exterior o, al menos, no se exteriorizaron con la dureza ni la virulencia que en pasillos y salones, pero que subyacían y planeaban sobre la gran mayoría de esos casi 2.000 compromisarios invitados a su propio festín. La representación, que, como siempre pasa en estos casos, oscilaba entre la tragedia y el sainete, estuvo siempre entre bastidores. Así, los críticos, que en público tendieron la mano para la negociación y se mostraron sumamente cautelosos en sus críticas, se hicieron de cristal de roca en privado, amenazando con el abandono si sus condiciones no eran aceptadas. Por su parte, los oficialistas esgrimieron su indudable mayoría para, a poco que los acontecmientos hubieran sido propicios, barrer a sus contrarios. Paralelamente, ni una sola salida de tono en plenos, que, gracias al confuso modo de votar como suele decirse a ojo de buen cubero, no permitió, hasta el último momento, hacerse una idea mínimamente exacta del equilibrio real de fuerzas.

La ausencia de un auténtico debate ideológico y político fue la nota más destacada del congreso. Las referencias eran estrictamente personales y ninguno de los grupos en contienda se consideraron en la obligación de expresar coherentemente, más allá de referencias genéricas y de uso común , su particular definición del partido. Ni, mucho menos, decir la dirección a seguir. La gran mayoría de los barones y de los notables apenas intervinieron, salvo en las ocasiones forzadas, pocas, en que era inevitable. Lo suyo, sin duda, son los despachos. Suárez se disipó y actuó por medio de intermediarios, y los socialdemócratas intentaron, y lo consiguieron, pasar inadvertidos. Cuando se repasa la nómina de los que no intervirn'eron (desde Fernández Ordóñez a Martín Villa, desde Cabanillas a Herrero de Miñón, desde Alvarez de Miranda y Camuñas a Abril Martorell) no hay más remedio que preguntarse si, para este viaje, hacían falta tales alforjas. La sensación fue curiosa: más que un congreso de un partido, las sesiones de Palma se asemejaban a un multitudinario seminario de estudios con unos enormes sótanos donde iba a parar todo aquello que, planteado en la superficie, podía convertirse en percutor para la contrastación y el debate ideológico. Aquello era como un circo de tres pistas en el que sólo una, lateral, está iluminada. Cuestiones conflictivas, no, por favor, parecían decir unos y otros. Nos encontraremos fuera...

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Y, sin embargo, no hay que ser especialmente perspicaz para saber que las tensiones ideológicas y las diversas concepciones del partido fueron el alfa y la omega del congreso. Y lo serán aún más en el futuro. Pero no era de buena educación que eso trascendiera. Todo el congreso fue pura víspera de la elección de la forma y de los nombres de la ejecutiva. Y ésta, mero prólogo de la elección del próximo gabinete. El resto fue paisaje y camuflaje. No es de extrañar, por tanto, que el esperado congreso de UCD diste mucho de estar terminado. En realidad, Palma apenas ha sido un capítulo de una historia inacabada a partir de una ceremonia de clausura donde sólo el presidente de la mesa despidió a los congresistas. Ni siquiera tuvo el habitual apoteosis ni la consigu.iente moraleja. Sequiso evitar la terapia de grupo, que nunca es elegante, y se desdeñó el elemento liberador, que arrastra consigo la confrontación directa y la extenorización de las tensiones. Pero es evidente que éstas existen y que no han quedado saldadas, ergo volverán a las huestes centristas en esta misma semana y reforzadas por la inminencia de la formación de gabinete y los test, entre otros, del divorcio y de la LAU en el telar. Decididamente, los congresos de los partidos políticos no parecen hechos para gentes tan bien educadas.

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