Un congreso que no se divierte
NO ES pensable que la huelga de los controladores aéreos haya podido ser provocada por ningún sector de UCD, pero es, en cambio, evidente que puede ser aprovechada para un indefinido aplazamiento, injustificado e injustificable, del II Congreso centrista.No se trata, obvio es decirlo, de una cuestión que sólo interese a los militantes o votantes centristas. Del desenlace de la convención de UCD debe depender, en buena parte, la forma en que este país será gobernado hasta las próximas elecciones generales. En esa perspectiva, el suspiro de alivio ante la suspensión del Congreso exhalado por el sector oficialista y chalanear marchan en paralelo con el toque a retirada trompeteado por el sector crítico.
Al fondo se alinean las cabecitas de esos ciudadanos y ciudadanas que ilustran los carteles de propaganda de UCD y que se preguntan, una vez que sus expectativas han sido despertadas por la campaña precongresual, cuándo y dónde se va a llevar a cabo el anunciado torneo entre los seguidores de Adolfo Suárez y las huestes de Landelino Lavilla, campo del honor en el que supuestamente se juegan los destinos no sólo de un partido político, sino también del equipo ministerial y del grupo parlamentario que controlan, hoy por hoy, el Ejecutivo y el Legislativo.
En anteriores comentarios señalamos que el cimbel de la democratización interna, de la colegiación del poder y la representatividad, situado por el sector crítico en el foco del debate, ha seducido a personalidades centristas de indudable consistencia democrática, pero apenas disfraza su carácter de señuelo para hacer viable el abordaje directo del poder por grupos que desean dar un volantazo a la derecha -todavía más a la derecha- de la línea política del Gobierno. La hegemonía democristiana en la operación resulta tan visible que apenas merece la pena subrayarla. La colaboración en esa maniobra, que merecería todos los respetos si no jugara a la confusión, entre las formas y los contenidos políticos de un mínimo grupo de liberales -unos con cilicio, otros con lealtades o votos dobles y algunos con un inverosímil caldo de cabeza respecto a los principios que dicen defender con cómica ira y desagradables modales- apenas suma o resta en el resultado final. La ley de Divorcio, la ley de Autonomía Universitaria y la financiación de los colegios religiosos son los tributos que los defenestradores o hipotecadores del presidente Suárez desean pagar a esa red de «asociaciones familiares, profesionales y económicas» y a ese «entramado social» del que hablaba recientemente Miguel Herrero. Sin contar, por lo demás, con el sindicato de privilegiados a costa del presupuesto, que se resiste al régimen de incompatibilidades, y con la larga lista de peticiones, agravios y exigencias que aguardan cola en la sala de espera de la gran derecha.
Pero parece también que ni el presidente Suárez, ni los hombres de su aparato, ni los socialdemócratas estén demasiado deseosos de hacer frente a la ofensiva que se les viene encima. Se diría que la huelga de los controladores ha sido para ellos un regalo providencial que les permite ganar unas semanas o unos meses en espera de que la fronda de los críticos se apague por sí misma o se cure mediante palmoteos, promesas o cargos.
Si el sector crítico combina las formas democráticas con el contenido político de ese nacionalcatolicismo que. constituyó la auténtica sustancia del franquismo, el estilo de gobernar del presidente Suárez, aunque hoy pueda estar al servicio de un programa comparativamente menos derechista que el propuesto por sus adversarios, recuerda demasiado en ocasiones como ésta a los procedimientos del anterior régimen. Dejar pudrir los asuntos, no dar la cara ante el Parlamento y la opinión pública, refugiarse en la penumbra de los despachos y rehuir la discusión política no es precisamente una forma democrática de gobernar en un sistema parlamentario.Resulta increíble, y es ridículo, que el Comité Ejecutivo centrista no anunciara anteayer mismo, tras la reunión en que decidió suspender la cita en Palma de Mallorca, la fecha y el lugar para la inmediata celebración del II Congreso de UCD. Los trabajos previos ya han sido realizados, las asambleas locales han nombrado sus delegados se conocen los temas polémicos, son públicas las corrientes que defienden posturas contrapuestas, han sido elegidos los presidentes y los miembros de las distintas ponencias. El congreso de un partido político no es un crucero de recreo, ni un pretexto para tomarse unas vacaciones, ni una fiesta. Constituye el foro para un debate, y precisa únicamente de un local con cabida para 3.000, personas, aunque sea incómodo, y dotado de servicios mínimos de asientos, luz, megafonía y baños. En cuanto a los delegados, cuatro días se pasan deprisa, aunque no se duerma en hoteles de muchas estrellas, no se coma en restaurantes de lujo y no se haga turismo con la familia. Al menos, en teoría, a un congreso se va a trabajar. Que las comodidades de los delegados, las manías de grandeza de los organizadores o las preocupaciones por los símbolos externos puedan servir de pretexto al aparato de UCD, en realidad temeroso de la confrontación con los críticos, para aplazar el II Congreso movería por eso a risa si no suscitara indignación. Este país permanecerá con un Gobierno semiparalizado hasta que ese congreso se celebre. Y los españoles tenemos derecho a exigirle al partido en el poder la dignidad mínima y la capacidad necesaria que ni críticos ni oficialistas han sabido exhibir en esta ocasión. Un país democrático tiene que mirarse con cierta tranquilidad y algún orgullo en su primer partido, pues representa a la mayoría de los ciudadanos y detenta por delegación el poder de la soberanía popular. También a los electores de la oposición les gusta ver su país gobernado con dignidad. El aplazamiento indefinido del II Congreso de UCD por unanimidad de la ejecutiva, dato este esencial, es puro bochorno.
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