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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Pan y fútbol?

ALGUNOS SÍNTOMAS, bastante claros en su presentación, aunque todavía inciertos en lo que concierne a su consistencia, dan pie para pensar que la pasión por el fútbol-espectáculo, más allá de los partidos de competición y de lo que ocurre dentro del terreno de juego, comienza a, recuperar, lenta, pero firmemente, el espacio que le fue arrebatado, hace cinco años, por Aras cuestiones de la vida colectiva de mucha mayor trascendencia para los ciudadanos. Tal vez la proclividad de un sector de los profesionales del poder a reducir la política a una representación escénica, semejante a la que ha conducido en Francia a la aberración de la precandidatura de Colouche a la Presidencia de la República, pueda explicar, aunque sea parcialmente, esta asombrosa regresión. Porque, puestos a entretener a la afición, son bastante más divertidas las declaraciones de algunos directivos, entrenadores o futbolistas que las de muchos diputados. Lo cortés no quita lo lamentable.El caso es que, como si de una excursión por el túnel del tiempo se tratara, las estudiadas provocaciones y el talento para la réplica de Helenio Herrera, ahora entrenador del Barcelona, vuelven a suscitar los mismos remolinos que cuando, a finales de la década de los cuarenta, era preparador del Atlético de Madrid y promotor de aquella memorable delantera de seda a la que alimentaban dos medios volantes canarios. El Madrid carece ahora de aquel grueso remedo de cazurrería que encarnó Santiago Bernabéu, siempre dispuesto, por lo demás, a usurpar el lugar de Federico García Sanchiz como españoleador y de la carrera como diplomático. Sin embargo, su eterno rival, inquilino antes del Metropolitano, y propietario ahora del Manzanares, ha fichado, junto a un extraordinario brasileño y dos notables extremos, a un exhibicionista y dicharachero presidente que hace las delicias de sus seguidores y provoca las iras de sus adversarios.

La figura del doctor Cabeza es como un paradigma de nuestro presente, en la medida en que su avidez por la publicidad y su prisa por saltar a la fama ha elegido la olvidada senda de la presidencia de un club de fútbol, en vez de un escaño, para conseguirla. Sería injusto criticar al representante máximo de una entidad dedicada al espectáculo por el hecho de que cultive todos los géneros teatrales que debe dominar un buen actor, capaz lo mismo de interpretar El rey Lear que Gigantes y cabezudos. Hasta se puede admitir, metidos ya en faena, que las taquillas de los estadios y las pasiones de los graderíos necesitan de Alfonso Cabeza para crecer y multiplicarse. Ahora bien, es igualmente cierto que los ciudadanos, como eventuales clientes de la Ciudad Sanitaria La Paz, pueden sentirse justificadamente inquietos ante la idea de que el director de tan importante centro sanitario sea al tiempo el responsable de un club futbolístico. Ignoramos si el ministro de Sanidad puede o quiere aceptar la siempre anunciada dimisión del doctor Cabeza como director de La Paz, acerca de cuyo nombramiento en el pasado, por lo demás, convendría conocer las razones, los procedimientos y los méritos. Pero los candidatos a enfermos seguramente ingresarían más tranquilos en la ciudad sanitaria si supieran que ese simpático y apasionado ex miembro de la tuna no es el responsable último de sus servicios médicos. Que a casi todo el mundo le. divierta el circo no puede servir de excusa a las autoridades sanitarias para tolerar el espectáculo de que un hombre dedicado en cuerpo y alma a entretener a sus compatriotas sea, a la vez, director del más importante centro hospitalario de este país.

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