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Reportaje:

Las huelgas de hambre que radicalizaron a los católicos irlandeses

La prisión Maze, en las afueras de Belfast, en Irlanda del Norte, es una de las más célebres del mundo. En ella cumplen largas condenas 2.000 condenados por terrorismo. En su mayoría son miembros del IRA, el Ejército Republicano Irlandés, los provisionales del IRA.En el bloque H, número 3, una protesta de cuatro años llegó el fin de semana pasado a su punto álgido. Siete prisioneros del IRA cumplieron 54 días de huelga de hambre. Habían afirmado que se dejarían morir si el Gobierno británico no les reconocía como presos políticos. El final de su ayuno voluntario no ha dejado claro si se han cumplido sus pretensiones.

La huelga de hambre amenazó con sumir a Irlanda del Norte en una nueva ola de violencia de una magnitud no vista desde los graves conflictos de 1972. En opinión de muchos observadores, estuvo a punto de estallar la confrontación definitiva entre el Gobierno británico y la rama provisional del IRA.

Los presos están albergados, dos por celda, en una estructura de cemento de planta baja en forma de «H», de donde le viene el nombre: bloques H. Cada uno de estos bloques constituye una auténtica prisión de máxima seguridad dentro de una cárcel que ya tiene esas mismas características, rodeado de una serie de vallas de seguridad de más de seis metros de altura.

Unidades del Ejército británico patrullan constantemente los alrededores. Sus funcionarios son de los mejor pagados de toda Europa. Es comprensible, ya que desde 1976 diecinueve funcionarios, entre ellos el subdirector de la prisión, han sido asesinados por hombres del IRA fuera de la prisión. Con ayuda de las entrevistas realizadas a dos presos y unas declaraciones exclusivas que me fueron sacadas de la cárcel sin conocimiento de los funcionarios del ala donde se llevó a cabo la huelga de hambre, ha sido posible reconstruir el camino que ha llevado a estos hombres a un paso de convertirse en «mártires republicanos» y que ha colocado al Ulster al borde de la confrontación definitiva.

Dos funcionarios de prisiones me condujeron por el pasillo de un ala de la prisión hasta las celdas de los huelguistas. En todo momento se mantuvieron en contacto por radio con el control de seguridad. Se mostraron amables, pero reconocieron que la huelga de hambre ha aumentado la tensión dentro de la prisión de manera dramática.

Nuestros pasos resonaban en el largo pasillo. Por el aire nos llegaban lejanos gritos desde otras alas del bloque H.

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Los hombres de las mantas

«Los que gritan son los que están en huelga de limpieza», me explicó un guardia. «En otras alas de este bloque y en otros bloques, más de cuatrocientos presos del IRA viven en celdas con los muros pintados con sus propios excrementos y con restos de comida y vestidos únicamente con mantas. Les oía gritar de una celda a otra instrucciones en irlandés. De cuando en cuando llegaba hasta nosotros un grito repentino: «Victoria a los "hombres de las mantas"», «Estatuto político». El olor a excremento humano invadía nuestras narices. Daban ganas de vomitar.

«Están gritando continuamente», siguió explicándome, ceñudo, el guardia de la prisión. «Sobre todo si saben que hay algún visitante. Cuando más ruido hacen es cuando matan a algún guardia de la prisión. Se les oye dar gritos de alegría. A veces, paso por delante de una celda y me dicen: «Tú vas a ser el próximo».

Hace dos semanas, los que estaban en huelga de hambre fueron trasladados de las celdas «sucias» y se les puso de uno en uno en celdas de observación, para poder vigilar su estado médico. Sin embargo, sus familiares afirman que se les trasladó a celdas individuales para socavar su espíritu de resistencia.

«Ahora han abandonado la huelga de limpieza», me dijo un funcionario de la Secretaría de Estado para Irlanda del Norte, que me acompañó en la visita. «Tienen camas, muebles, lectura. Están bastante bien atendidos».

«No les alimentamos a la fuerza, por supuesto», siguió explicando. «Pero en la medida de lo posible, queremos asegurarnos de que no mueran de otra cosa que no sea su negativa a tomar alimentos».

Nos detuvimos frente a la puerta de una celda. A la derecha, en un soporte de madera, había una pequeña tarjeta blanca. En ella se podía leer la información escueta de un hombre que se estaba dejando morir de inanición: «Nombre: Brendan Hughes. Edad: 32. Lugar de nacimiento: Belfast. Sentencia: quince años. Religión: católica».

Brendan Darky (Morenito) Hughes es el líder de los siete hombres en huelga de Jambre. Es oficial del IRA provisional al mando de todos los bloques H, además de un influyente estratega de los provisionales, tanto de dentro como de fuera de la prisión. El fue quien convenció al Consejo del Ejército Republicano Irlandés de Dublín para que apoyase la huelga de hambre, y fue quien eligió a sus seis compañeros de entre veintiocho voluntarios. Antes de ser encarcelado por posesión de armas y explosivos con propósitos criminales, Hughes era comandante de la brigada de Belfast del IRA provisional. Fue el responsable de la campaña de atentados que redujo a escombros el centro de Belfast.

Se abrió la puerta de la celda. Frente a mí una figura humana yacía en una cama de hospital. Hughes me miró fijamente, con una expresión de perplejidad. Las mantas grises extendidas hasta el rostro envolviéndole la garganta. Parecía tener frío. El entumecimiento que da la desnutrición estaba comenzando a afectarle.

El pelo largo y enmarañado, una fina barba negra caía hasta las mantas. La celda estaba débilmente iluminada; una persiana de plástico traslúcido cubría las ventanas; las habían instalado para impedir que los presos lanzaran sus excrementos a los patios. Hughes estaba pálido, con aspecto de cansancio, y no se movía. No había ni excrementos, ni malos olores. Era como si hubiera entrado en la habitación de un enfermo desahuciado. Hughes parecía más una abuela moribunda que uno de los más temidos activistas del IRA provisional.

Comenzó a murmurar sobre la protesta que ya dura cuatro años, de una manera casi inaudible. «Somos presos políticos; pedimos cinco puntos justos. Queremos nuestros derechos como prisioneros políticos..., nos han obligado a hacer esta huelga de hambre». Los cinco puntos son: el derecho a no realizar ningún trabajo, a llevar su propia ropa, a asociarse libremente, a tener facilidades de recreo y de educación y a recuperar las remisiones de las penas perdidas por las protestas.

Un mártir republicano

Era profundamente espantoso ver un hombre tan destrozado físicamente, y resultaba muy fácil olvidar que él mismo se había puesto en tal estado. Hughes estaba ya bastante mal. Había perdido mucho peso y se le empezaba a caer el pelo. Orinaba sangre. En cuestión de semanas. podía haber muerto. En ese momento habría nacido un mártir republicano. Este gesto final de desafío de los, republicanos buscaría el acercamiento de los católicos al IRA contra los británicos. El ciclo de violencia comenzaría as!, de nuevo, en Irlanda del Norte.

Un poco más adelante paramos frente a otra celda. A un lado había otra tarjeta blanca. Esta pertenecía a Raymond McCartney, de Londonderry. Cumplió veintiséis años la semana pasada. En 1978 le sentenciaron a cadena perpetua, con una recomendación de que debería cumplir un mínimo de veinticinco años, por la muerte de un inspector del cuerpo especial del Royal Ulster Constabulary, la policía de Irlanda del Norte, y de un empresario local, Geoffrey Agate, director de una sucursal de Dupont en Londonderry. Esta última muerte fue una acción brutal y sin sentido que desacreditó bastante la campaña de violencia del IRA provisional. Al leer la sentencia de McCartney, el juez dijo: «Eres un asesino despiadado, y la gente tiene derecho a que la protejan de tí». Para mucha gente, McCartney es el compendio de un asesino del IRA.

Se abrió la puerta de la celda. McCartney estaba acostado en la cama; la celda, tenuemente iluminada.

Le pregunté por qué creía que él y sus compañeros deberían tener un trato especial en la prisión; habían sido condenados por atentados con bombas y asesinatos.

McCartney se mostraba despierto y seguro, al contrario que Hughes, que divagaba y resultaba incoherente. Contestó con un fuerte acento irlandés: «Todo el sistema establecido en Irlanda del Norte, con un sistema especial de detenciones, con unos tribunales especiales sin jurado, nos ha demostrado, sin la menor duda, que se han creado para convencer a la gente de que somos criminales, lo cual no es cierto. Somos un producto de los problemas políticos de Irlanda del Norte ».

La vida de Raymond McCartney constituye la historia de esos problemas. Ha vivido en el corazón de doce años de amargura, frustración y violencia. Ha vivido la historia de Irlanda del Norte desde las manifestaciones por los derechos civiles, los encarcelamientos sin juicio previo y el Bloody Sunday (domingo sangriento) hasta las celdas del hospital en los bloques H. Durante ocho años ha estado en el centro de las campañas de bombas y asesinatos del IRA provisional. La vida de McCartney, contada con ayuda de unas declaraciones exclusivas sacadas dé contrabando de la prisión de Maze que me fueron entregadas a mí, constituye un análisis único de las motivaciones de la rama provisional del IRA.

La desintegración del orden público en Londonderry tras los enfrentamientos entre el Royal Ulster Constabulary y los católicos en 1969 dio como resultado la entrada de tropas británicas en Irlanda del Norte. En aquel momento había un peligro real de que masas incontroladas de protestantes quisieran vengarse de los católicos. McCartney recuerda muy bien ese día.

«Resulta difícil describir mis primeros sentimientos, con los soldados en las calles. Supongo que estábamos todos felices porque creíamos que estaban para protegemos de la policía de Irlanda del Norte, a pesar de lo acertado de las palabras de mi abuelo James de que al cabo de poco tiempo se convertirían en policías con uniforme

En 1971 había estallado la guerra en Irlanda del Norte. El IRA lanzó con fuerza una campaña militar. Frente a la insurrección popular en las calles, el Ejército británico puso en práctica el internamiento sin juicio previo. Ello indignó a los católicos y elevó de manera considerable las cifras de reclutamiento del IRA provisional.

En enero de 1972 se celebró una manifestación masiva en Londonderry para protestar contra la política de internamiento. Los paracaidistas británicos causaron la muerte de trece civiles. Un informe posterior del Gobierno señaló que los soldados británicos habían utilizado las armas de fuego de una manera un tanto imprudente. Esa fecha se conoce con el nombre de Bloody Sunday, domingo sangriento.

Raymond McCartney acudió a la manifestación junto con toda su familia. Le acompañaba su primo Jim Wray.

«Tras la manifestación me dirigí a casa de mi tía Sadie. Ya sabía entonces que había algunos muertos, pero no me imaginaba lo que me aguardaba. Me dijeron que mi primo, Jim, podía estar entre los muertos, y así fue. Fue un golpe duro, no sólo para mí, para todo el mundo, porque todos sabíamos que había sido un asesinato ».

Tras la muerte de Jim Wray, sus padres recibieron una carta de la organización paramilitar protestante, la Ulster Volunteer Force. Con un lenguaje de lo más brutal amenazaban con más muertes. El padre de McCartney todavía llora cuando ve la carta.

«No entiendo cómo nadie puede enviar una carta así. Esto que dice: "Tu hijo Jim Wray fue felizmente asesinado. Ojalá él y sus doce compañeros se asen en el infierno ... ja... ja... ja". Y hay cosas peores, pero no puedo leerlas».

El ingreso en el IRA

Todos los que conocían de cerca a Raymond McCartney dicen que cambió después de la muerte de Jim Wray. Varias semanas después del Bloody Sunday ingresó en la brigada de Londonderry del IRA provisional. Recibió adiestramiento militar con el IRA en un lugar secreto al sur de la frontera. Tenía dieciocho años.

McCartney llamó pronto la atención de las fuerzas de seguridad. A finales de 1972 iba conduciendo por Londonderry con dos amigos cuando el coche se detuvo en un puesto de control. Les encontraron una ametralladora y McCartney fue acusado de llevar una tira de munición. Le sentenciaron a seis meses de cárcel.

Raymond McCartney cumplió la condena como un preso de categoría especial. Ello le dio virtualmente la condición de prisionero de guerra. El Gobierno británico le había concedido tal condición al IRA, después de una masiva huelga de hambre, en 1972. La categoría especial duró hasta que el Gobierno británico la suprimió, en 1976. Pero el hecho de que la tuvieran en cierta ocasión es una de las razones principales por la que los actuales huelguistas creen que pueden volver a conseguirla de nuevo.

Libre en 1973, McCartney volvió a unirse a su batallón del IRA en Londonderry. Pero esta vez, en pleno apogeo de la política de internamientos, la familia McCartney estaba estrechamente vigilada. McCartney pasó a la clandestinidad, durmiendo en casas de amigos detrás de las barricadas para escapar a los soldados británicos. En noviembre de 1973 se le acabó la suerte, y fue arrestado y llevado ante un tribunal de internamiento, que recomendó su detención sin juicio.

McCartney pasó cerca de dos años internado en Long Kesh. Esta segunda condena la cumplió también como preso de categoría especial, con los derechos de prisionero de guerra. El IRA organizaba ejercicios de adiestramiento militar para sus hombres, dentro de la prisión de Long Kesh. La prisión se convirtió, según el Gobierno británico, en una universidad de terror; se les adiestraba a los internados en el manejo de armas y fabricación de bombas. Fue una de las razones principales por las que el Gobierno decidió suprimir la condición de categoría especial en 1976, y puso fin a la política de internamientos.

Una vez libre, McCartney volvió a unirse a su batallón de Londonderry, en un puesto de mayor responsabilidad. Tenía veintidós años y pasó los dieciocho meses siguientes vagando de un empleo a otro. No tenía ninguna amiga fija. «La mayoría de las chicas con las que se llevaba bien estaban en la cárcel de Armagh», dice su madre. La campaña del IRA estaba en su punto álgido. En Londonderry se duplicó el número de asesinatos. Las fuerzas de seguridad creían saber quién estaba detrás de la campana.

Casi en el momento en que McCartney alcanzaba un puesto de responsabilidad, la red estaba ya cerrándose en torno a él.

En enero de 1977, un inspector de los servicios especiales del Royal Ulster Constabulary, Patrick McNulty, fue muerto en Londonderry. Según los informes de los servicios de inteligencia, se sospechaba que un tal McCartney había preparado la operación. Seis días después, Geoffrey Agate, director de una sucursal de la fábrica Dupont, fue muerto a tiros al volver a casa. Su esposa salió a tiempo de ver alejarse a los asesinos en un coche. Su marido yacía frente a la puerta del jardín. Había recibido varios disparos. Unas horas después, McCartney fue arrestado en relación con ambos asesinatos.

Una muerte traumática

La muerte de Geoffrey Agate tuvo un efecto traumático en Londonderry; así lo recuerda la actual alcalde, Marlene Jefferson: «Hubo una tremenda sensación de sorpresa y de horror. Entristeció a toda la ciudad». Agate era un miembro de la comunidad inteligente y querido, que había hecho mucho para poner fin a la discriminación laboral contra los católicos. Su muerte fue un acto brutal sin ningún sentido.

El asesinato de Agate repercutió en el IRA, y en muchos aspectos marca el comienzo de su declive. Para muchas personas, que incluso apoyaban los objetivos del IRA, el asesinato de Geoffrey Agate fue un acto criminal que no podría jamás considerarse político.

A comienzos de 1977, la política británica había cambiado. Habían introducido una nueva política: a partir de ese momento, los hombres del IRA iban a ser juzgados en tribunales de justicia, e iban a ser tratados como delincuentes. La policía se hizo cargo de la situación, se retiró el Ejército, se suprimió el estatuto de categoría especial y se puso fin al proceso de internamientos.

La nueva política de delincuentización fue puesta en práctica con ayuda de leyes especiales; la policía contaba con poderes especiales para detener e interrogar a los sospechosos por un período de hasta siete días; se crearon tribunales especiales presididos únicamente por un juez, sin asistencia de jurado, con capacidad para condenar, basándose tan sólo en las confesiones. Desde 1976, esta política ha reportado grandes éxitos al Gobierno británico, y en base a ella se ha condenado a miles de hombres del IRA y se les ha enviado a la prisión de Maze como delincuentes comunes.

Tras su arresto, McCartney fue conducido al centro de interrogatorios de Castlereagh, en Belfast, donde fue interrogado durante largos períodos.

Tras prolongadas acusaciones de brutalidad en el centro de interrogatorios de CastIereagh y en otras partes, se inició una investigación oficial en 1978. Sus conclusiones fueron que en algunos casos los sospechosos de terrorismo habían recibido heridas que no podían haber sido causadas por ellos mismos.

Durante el juicio en 1978, McCartney rechazó las acusaciones, pero el juez consideró que su confesión, la única prueba en su contra, había sido hecha libremente. Fue declarado culpable y condenado a cadena perpetua.

McCartney volvió a regresar a Long Kesh, que tenía ahora el nuevo nombre de prisión de Maze. Esta vez no ingresó en la cárcel como preso de categoría especial, sino que fue destinado a los bloques H como delincuente común. Allí se unió a cientos de hombres del IRA Provisional que estaban llevando a cabo una nueva guerra: la de conseguir un trato especial como presos políticos.

McCartney se negó a llevar el uniforme de la cárcel y comenzó a vestirse con mantas únicamente. El uniforme era para él el símbolo de un delincuente. Comenzó la protesta sucia, que consistía en ensuciar las paredes de la celda con la comida y con sus propios excrementos. Durante dos años vivió en condiciones de una tremenda autodepravación, con la esperanza de que ello forzaría al Gobierno británico a concederles el estatuto político.

Durante dos años, los presos estuvieron amenazando con iniciar una huelga de hambre. Los sacerdotes católicos con más influencia en Irlanda del Norte, el cardenal O'Fiaich y el obispo Daly, intentaron evitarla mediante negociaciones con el Gobierno británico. Tales negociaciones fracasaron y el mes pasado se anunció la huelga de hambre.

La huelga de hambre ha operado cambios en Irlanda del Norte. Hasta su comienzo, la normalidad estaba volviendo a las calles. Pero la huelga levantó una gran ola de apoyo a los siete huelguistas. En las últimas semanas se celebraron en Irlanda del Norte las mayores manifestaciones desde los días de las concentraciones masivas a favor de los derechos civiles, hace doce años.

Los provisionales acogieron con alegría este apoyo. Esperan que la huelga de hambre haya atraído más gente a su causa y les permita reconstruir con fuerza su lánguida campaña.

La huelga de hambre es igualmente vital para el Gobierno británico. Es la primera gran prueba a su política de delincuentización de los hombres del IRA.

Se trató, pues, de una batalla por conquistar los corazones y las mentes de la población católica de Irlanda del Norte. Ambas partes eran conscientes de que quien saliese derrotado podía perder los doce años empleados en esta larga campaña. Así lo afirmó el veterano defensor de los derechos civiles Ramonn McCan, en una manifestación masiva en Londonderry, hace dos semanas: «No podemos permitirnos perder esta batalla. Si la perdemos habremos perdido en realidad toda la guerra».

En una desnuda celda de los bloques H de la cárcel de Maze, Raymond McCartney apostó también alto. Sólo la fuerza de su fe le mantuvo vivo en esos momentos.

«Cuando entré en esta huelga de hambre por la justa consideración como preso político tomé plenamente en consideración que había una buena posibilidad de que acabara muriendo. Resulta difícil decir cómo me enfrento a la muerte, pero estoy dispuesto a morir porque no soy un delincuente. No se trata de lo que consiga: estoy en la huelga por principios. Pero si muero, otros hombres la continuarán hasta conseguir nuestros objetivos», dijo McCartney.

La visión de una larga riada de ataúdes saliendo de los bloques H es algo en lo que mucha gente no quiso ni pensar. Pero el ministro del Gobierno británico Michael Allison creía que la única solución era una postura firme.

«A la larga es la única forma en que podemos proteger vidas inocentes. Si tratamos los crímenes como crímenes y a los que los cometen como criminales existe la esperanza de que acabemos convenciendo a la gente de que con esta vía y estos métodos de acción no van a sacar nada».

Pero hace mucho que Raymond McCartney rechazó la moralidad ordinaria y entró en el enrarecido ambiente moral en el que los hombres se pueden convencer a sí mismos de que la historia les juzgará. Afirma que «el derecho de una persona a usar la violencia política para lograr un objetivo político debe juzgarse siempre en base a la moralidad de la situación. El IRA Provisional parece representar esa tendencia de republicanismo militante que constituye el futuro de la moderna historia de Irlanda».

«Cuando salí de la celda me vino a la mente la revelación de que había dejado de ser un ser humano».

Según se iba cerrando la puerta observé a McCartney echado sobre la cama de la cárcel. De repente parecía cansado, y su cuerpo parecía extrañamente transparente.

Una agonía general

Afuera, en las calles de Irlanda del Norte, la gente aguardó su muerte. Sabían que su agonía no era más que el preludio de una mayor agonía para todos ellos.

«Un día en huelga de hambre», contado por McCartney: «Antes del 6 de noviembre, cuando nos trasladaron al ala del hospital del bloque H3, la rutina diaria parecía igual que antes de la huelga. Dejaban las comidas a la puerta y no se las llevaban hasta que traían otra; eso suponía que la cena se quedaba allí toda la noche, hasta el desayuno. Desde mi traslado a H3 estoy en una celda limpia. Camas, sábanas, armario y silla. Pero esto aparte, la vida es más o menos igual. En H3 te cubren la comida y la dejan en la celda, como en el bloque anterior».

«La concesión de llevar nuestra propia ropa no hubiese detenido la huelga de hambre, porque perseguíamos cinco exigencias elementales y simples; una de ellas es llevar nuestra propia ropa. Pero eso no cambia el hecho de que queremos lograr los cinco puntos. En cuanto al "comienzo del fin del Gobierno británico en Irlanda del Norte", no lo veo como tal, porque es una cuestión por la que no estoy en huelga. Si la gente lo ve así, están equivocados, aunque resulta cada vez más evidente que, si se fueran los británicos, la paz y la normalidad volverían a Irlanda. Mis opiniones políticas son bastante simples: creo que Irlanda debería ser una nación unida, y los que no quieren que esté unida son los que se benefician de su división. Si Irlanda estuviera unida y libre de una potencia extranjera, todo cambiaría económicamente y el país podría ser próspero».

«¿Cuánto tiempo llevo pensando en la huelga de hambre? ¿Por qué en este momento? Es difícil decir cuánto tiempo llevo pensando en ello. Hubo momentos en los que pensaba que era la única forma en que podíamos mostrar la sinceridad de nuestras peticiones... Cuando las conversaciones del cardenal O'Flalch y del obispo Daly teníamos muchas esperanzas. Pero cómo les desairaron. Demostró que ni conversaciones ni los ruegos de otros dirigentes cambiarían el corazón del Gobierno británico.

Copyright New York Times.

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