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Bostezos y susurros

Ayer, sobre los manteles de un comedor privado de Madrid -en el que almorzaban cerca de cuarenta comensales destacados en la política, el periodismo o la empresa privada-, dos asistentes se intercambiaban una nota personal manuscrita en un papel doblado: «Aquí se puede recomponer una nueva y absoluta mayoría parlamentaria contra Juan Luis Cebrián»

Ante el vicepresidente del Gobierno para Asuntos Económicos, Leopoldo Calvo Sotelo, los ministros de Justicia, Francisco Fernández Ordóñez, y adjunto al presidente del Gobierno, Pío Cabanillas; los secretarios generales del PSOE, Felipe González, y del PCE, Santiago Carrillo, además de directores y comentaristas de Prensa escrita, Jesús de Polanco, presidente de la Editorial Taurus, hizo la presentación pública del último libro de Juan Luis Cebrián, La España que bosteza. Apuntes para una historia crítica de la transición. Moderó el coloquio Jesús de la Serna, subdirector de EL PAIS, diario que dirige Juan Luis Cebrián; y nada más, pese a que en el coloquio algún asistente estimara sorprendido que «dirigía» algo más que un periódico o tuviera por cierto que con su reciente libro librara una batalla intelectual previa a una convocatoria política de corte radical.José Ramón Alonso, director de Pueblo, inició suavemente el turno -prácticamente tercio único- de objeciones, aduciendo que el pesimismo machadiano del que se reclama el título del libro no se corresponde con la realidad. Ni desde los más proyectos -vino a decir- hasta los más jóvenes, como el propio autor, pueden albergar tanto pesimismo como el que se desprende de la lectura del libro. Este Estado es mejor que el que tuvo que vivir Machado «el bueno», los niveles de corrupción pública han disminuido gracias a las libertades informativas, y hasta los españoles son más altos que hace algunas generaciones; reflexión esta última que provocó un posterior y desilusionado comentario de Pío Cabanillas.

José María de Areilza, conde de Motrico («la vejez es el antídoto de los rencores»), hizo gala una vez más de su oratoria. Para Motrico, el libro de Cebrián lo era de sugestiones, y se extendió entre las diferencias entre el desencanto de esta sociedad y su desencuentro: el desvío entre lo que ofrecen las instituciones y los partidos y lo que reclaman la sociedad y sus ciudadanos. Que tenemos, en suma, más apariencia de Estado democrático que contenido democratizador: que uno de los problemas enunciados por Cebrián -valga el ejemplo- era el de las autonomías, salidas «de madre» por cuanto marchaban por delante del diseño del Estado democrático que se quería elaborar. Y brindó al autor por el ésfuerzo de patriotismo que suponía la redacción de su libro.

La sinceridad de Felipe

Felipe González abrió a continuación una brecha de sinceridad insólita entre los líderes políticos: el libro de Cebrián no es tan bueno como se está diciendo, ha sido redactado con prisas y señala problemas, pero no aporta soluciones.Apoyándose en Juan de Mairena -nuevamente el fantasma de Coulliure- recordó la tradición de que el español desprecia secularmente al español y que, en efecto, como se afirma en La España que bosteza, nuestra clase política es mala, pero en la misma nedida en que son malas nuestras clases sindicales, empresariales o periodísticas. El líder del PSOE dio una vez más su, talla de estadista, su sentido de la sensatez, recordando la defensa que del Estado democrático es pañol hace fuera de España sin condicionar la crítica que del mismo hace de dentro de la nación. («Para eso tengo la tribuna del Congreso»). Y entre mister Hyde y el doctor Jeckyll asumió todas las críticas del libro de Cebrián; «pero todos los caminos que en él se pue dan señalar los hemos intentado», dijo. «El fruto podrá ser reducido, pero me resisto al pesimismo. ¿Qué podría hacer la - clase política ante una transición tan difícil como la nuestra?». Para Felipe González, en el libro de Cebrián hay mucho de improvisación y otro tanth de provocación. El libro es de agradecer, pero entre todos es preciso buscar una alternativa meditada. Leopoldo Calvo Sotelo, acaso por su rango gubernamental, se aproximó a los más elevados planos de la discusión, acercándose a las estolas. «La preocupación por las sotanas es tan anacrónica como el anticlericalismo», advirtió al autor. Cuidado con la impaciencia; la transición no es el vado de un río, sino un internarse en el mar. Cuidado con la promulgación de un partido radical.

Aristocratismo intelectual

Carrillo, compartiendo mucho, pero no todo, del libro en cuestión, clavó sobre el autor banderillas posteriormente utilizadas por otros asistentes a la presentación, que estarían en sus antípodas: el aristocratismo intelectual (una crítica de esta clase política, aliviando del mismo tratamiento a la Prensa y a los intelectuales). «No esjusto traer a Machado a cuento; no es justo imitar a Ortega; no es justo escribir tal libro para lavarse las manos y demostrar después que uno no es culpable de lo que ocurra. Todos tenemos una responsabilidad colectiva y es engañoso que la clase política bostece mientras la España real se muere». Incidió sobre la insolidaridad del proceso democrático y recordó que el lapso constituyente es largo y lo seguirá siendo. Voluntariamente hemos sustituido una revolución por una reforma y hace falta explicar a este país que se está pasando de una cultura de la dictadura a otra de la democracia. Largo proceso en el que la sociedad española más rechina que bosteza.Pío Cabanillas deslizó alusiones hacia la aventura intelectual (o política) del aficionado; hablo de un libro repleto de deseos, matizado de escepticismos, cuyas conclusiones no conducen a ningún resultado, y terminó con un monumento galaico a la repregunta como respuesta, interrogándose a sí mismo sobre si existían unos personajes en busca de un autor (seis, según Pirandello), o un autor en busca de personajes.

Cuando al filo del sorbete ya estaba claro que el partido en el Gobierno, el primer partido de la oposición y el líder comunista podían -ni más ni menos que ahora- estar de acuerdo en que La España que bosteza plantea los problemas de esta sociedad, escamotea sus soluciones e ignora el autoanálisis de la profesión de su autor, llegó un momento en que parecía que los astros se constelaban y que las mociones de censura podían formularse en el futuro contra los periodistas y contra el autor del libro.

Fernández Ordóñez rompió el hielo doblemente. «Cebrián», afirmó, «ha arrojado una gran piedra sobre el estanque helado de la política española. Juan Luis Cebrián advierte el miedo de la clase política española y tiene razón». La España que bosteza, según nuestro ministro de Justicia, es un libro en la línea de la utopía relativa -tan cara a Camús-, pero -quizá- una llamada elitista a la inteligencia española. El mismo comenzó su intervención recordando que se le reputaba de «hablar demasiado». Lo que aquí no le van a perdonar es que enlazara con la crítica carrillista sobre el «aristocratismo» de Cebrián.

El resto es «política». Felipe González, siempre un poco más allá, un poco más lejos, que los demás responsables políticos, se explayó sobre su decisión de mantener la neutralidad en la crisis de UCD hasta la conclusión del congreso gubernamental de enero y dejó perfectamente claro que sus prioridades políticas residían en la duración. de la democracia antes que en la alternativa de Gobierno.

Y el autor del libro -que se defiende con su texto- intervino para señalar que una cosa era una transición democrática prolongada y otra una transición interminable; que de la transición podríamos abocar a la recesión política y que el consenso practicado por la oposición distorsionaba la contemplación de la política del país, por cuanto la opinión pública aún

Jdentificaba al régimen con el Gobierno. ¿Qué puede pasar en este país -dijo el autor- cuando la alternativa al Gobierno de UCD no es el PSOE, sino una fracción derechista del partido en el Gobierno apoyada subrepticiamente por la oposición de izquierdas?

Un Consejo de Ministros y una reunión del PCE levantaron oportunamente de lamesa a bastantes de los más cualificados asistentes al almuerzo. En los corrillos posteriores, un político recordaba a una periodista que «todos los periodistas sois unos "chorizos"», mientras la invitaba enésimamente a cenar. Dos señoras, entradas en años, en pieles y en carnes, ajenas al comedor privado, preguntaban ansiosamente al maître: «¿Dónde está Pío, dónde está Pío?». Felipe González se habría tomado antes una copa con Rojas Marcos sin ni siquiera esbozar un tímido bostezo.

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