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Viaje al frente de batalla iraní / y 2

En Jorramshar sólo quedaron los combatientes

La población civil abandonó Jorramshar tras el primer ataque iraquí. Sólo quedan combatientes en esta ciudad que, durante más de un mes, ha protagonizado una desesperada resistencia, casa por casa, frente a las tropas de Bagdad. En este segundo capítulo, nuestro enviado especial describe la situación en la citada localidad que visitó poco antes de que se iniciase una nueva ofensiva iraquí.

El conductor ha enfilado la recta que va a Jorramshar. Frenéticamente, el autobús galopa por entre avenidas enormemente anchas, donde todo parece haberse ido. Con el estrépito del puente acabamos de cruzar el río Karun, sobre cuyas márgenes reposan somnolientos centenares de barcos, algunos de gran cabotaje. Las aguas del río discurren casi alegres hacia Chat El Arab sin que nada parezca compartir su flujo sereno. Sobre las aguas del Karun se reflejan a veces las columnas de humo que vomitan desde los depósitos de petróleo incendiados.Hemos entrado en la ciudad. A los lados de las grandes avenidas, las casas de Jorrarnchar exhiben las feroces huellas de la guerra en medio de una suerte de abandono que la hubiera dejado sin pobladores. El sonido de los obuses y de los morteros se va encadenando a medida que avanzamos. Los disparos de la artillería, de las dos artillerías, revientan cada vez más cerca de nosotros. El conductor ha dado un bandazo hacia la izquierda, vertiginosamente. En el momento del viraje hacia el centro de la ciudad, el proyectil de un mortero acaba de reventar un pequeño depósito de carburante en un cuartel contiguo y comienza a soltar grumos negros hacia arriba, a muy pocos metros de nuestro vehículo.

Un frenazo brusco nos anuncia que ya hemos llegado. Al fondo de la calle donde estamos, la cúpula verde de una mezquita se yergue orgullosa sobre el cielo de la ciudad más castigada por esta guerra.

Un grupo de pasdaran se arremolina junto a nosotros. Alguno de ellos se lleva un dedo a la sien y suelta grandes carcajadas. Todos caminan por debajo de la sombra «protectora» de las cornisas, como para protegerse de las bombas, cuyo ritmo arrecia insoportablemente encima mismo de donde estamos. Un periodista italiano silba detrás del grupo de Prensa como silbaría una bomba de grueso calibre que va a caer inmediatamente sobre nosotros. Tras una espantada general, sus carcajadas permiten descubrir su broma que queda cortada unos segundos después por un bombazo, esta vez real, que hace caer estrepitosamente parte de una techumbre de una casa muy próxima, situada en la esquina de la casa en la que estamos.

El viaje va a continuar hacia adelante, un kilómetro más. A los pocos minutos el autocar regresa a toda velocidad. Una periodista de la agencia Pars, comentarista de Bolsa, acaba de ser herida en una pierna y Pos camilleros se la han llevado quién sabe dónde. Un tiro perdido le ha atravesado la pierna izquierda.

Una ambulancia enlodada acaba de traer el cuerpo de un joven pasdaran recién muerto, con cuatro grandes agujeros en la espalda. La ambulancia se detiene un minuto ante la mezquita y dos pasdaranes jovencísimos se descalzan, penetran en el templo y preguntan a un mullah, que luce un gran revólver negro en el cinto, qué hacen con el muerto. Con gran respeto vuelven a calzarse y se van del recinto sagrado, cuyo techo parece balancearse suavemente por las explosiones.

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Hospital destruido

El autobús continúa su marcha alocadamente. El bombardeo no amaina y volvemos a cruzar las desiertas calles de Jorramchar, donde el tableteo de las ametralladoras suena secamente. Un nuevo frenazo nos deja en el que fue el hospital Mossadeg. Un mullah, poseído por una indignación indescriptible, corre hacia nosotros para enseñarnos lo que ha quedado del hospital. Los techos abatidos del todo o agujereados por grandes boquetes, el instrumental por el suelo, las sillas de rueda! para trasladar enfermos caídas sobre montones de escombros.

«Tuvimos que evacuar 150 heridos graves en plena noche, bajo un intenso cañoneo. Es imposible olvidar aquella noche», dice un sanitario

Los relatos sobre la contención del primer asalto sobre la ciudad son espeluznantes. En medio de la noche, sólo el reflejo de las bayonetas y el restallar de los cócteles molotov permitían ver alguna luz, cuyos fogonazos se mezclaban con los gritos de agonía de los que iban cayendo al paso de los oscuros carros de combate, que dificultosamente intentaban abrirse paso hacia el corazón de la ciudad. Los habitantes de Jorramchar se defendieron bravamente, según nos aseguran, y con los molotov en la mano forzaron la re tirada iraquí, que dejó sobre las calles muchos de sus tanques destruidos y algunos intactos.

Hemos ido a Abadán. La tarde cae pausadamente sobre la capital petrolera iraní, donde sus gentes conservan una cierta tranquilidad pese a la inmediatez de la guerra. El atardecer parece ahora ponerse sobre el sur cuando las gigantescas llamas que caracolean desde el interior de algún depósito incendiado la iluminan desde la refinería.

El cañoneo artillero iraquí, incansable durante casi toda la noche, nos hace presagiar que la ruta que tomaremos mañana para salir de este infierno puede quedar cortada dentro de muy pocas horas. Tomamos la ruta de Abadán a Mahahr. La carretera está llena de pasdaranes y viandantes. Van a cortarla ahora mismo. El mayor-Islam¡ consigue que nos dejen pasar. Es el último autocar civil que sale de Abadán.

Sin darnos cuenta hemos salido del área de fuego. Los helicópteros han quedado atrás y ahora comenzamos a ver baterías antitanque dispuestas en paralelo a la carretera. Se preparan para recibir a los blindados iraquíes que cruzan velozmente el desierto.

Todo va quedando atrás, Mahahr, Ahvaz, otra vez. Un aviún Hércules, que traslada diez heridos y seis muertos caídos en los combates, despega en pocos segundos, tras haber recogido en Ahvaz a nuestro grupo de periodistas. Con el recuerdo de los heridos que pedían agua y los pequeños desplazamientos de los seis ataúdes, el viaje al frente culmina cuando las luces azules e imperceptibles del aeropuerto de Teherán nos anuncian que hemos tomado tierra.

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