Pérez Esquivel, bajo la sombra de Helder Cámara, Gandhi y Saint-Exupéry
«Es el comité del Nobel quien debe responder si este premio se debe a nuestros méritos personales o es una especie de condena contra el régimen militar argentino». Adolfo Pérez Esquivel, arquitecto y flamante nuevo premio Nobel de la de la Paz, evita cualquier contestación comprometida. Concedido a una persona prácticamente desconocida en su propio país, el galardón ha dividido a la opinión pública argentina, cuando lo normal es que, en un país de esas características, hubiese provocado una explosión de exaltación nacional. Un enviado especial de EL PAIS conversó en Buenos Aires con el nuevo premio Nobel.
El local, situado en el popular barrio de San Telmo, recuerda a los despachos laboralistas españoles de los tiempos de la clandestinidad. Una frase de Saint-Exupéry preside la sala destinada a la recepción: «En toda violencia, la victoria es de quien más tarde en pudrirse. Pero los dos adversarios se pudrirán juntos». Junto a los retratos de Martin Luther King y Gandhi, uno del obispo brasileño Helder Cámara preside la improvisada oficina donde, desde hace más de una semana, Adolfo Pérez Esquivel, pequeño, con aire de cura obrero, recibe ininterrumpidamente a centenares de personas. «Soy amigo personal de monseñor Helder Cámara. Es uno de los profetas de nuestro tiempo».Las referencias de Pérez Esquivel a la Iglesia latinoamericana no son gratuitas. El servicio Paz y Justicia, auténtico destinatario del premio, nace en Argentina y otros países del continente gracias al impulso que recibieron, en la década de los sesenta, los movimientos pastorales de liberación. Sólo las especiales condiciones de la política interna argentina han hecho que el servicio se haya visto comprometido en una defensa directa de los derechos humanos.
La concesión del premio ha provocado una, auténtica marejada dentro de los sectores duros de las fuerzas armadas, que consideran a Pérez Esquivel como un «colaborador de la guerrilla» durante los años previos al golpe militar de 1976. El Gobierno se ha visto obligado a publicar un comunicado lamentando la decisión del comité noruego.
En él se acusa a Pérez Esquivel, de haber favorecido a la guerrilla «aun a su pesar». El arquitecto se defiende: «Se trata de una afirmación muy subjetiva, porque, después de tenerme detenido durante 34 meses sin ninguna acusación concreta, no me han podido probar nada. Si lo que dicen es cierto, no me habrían dejado salir a la calle».
Una circunstancia imprevista ha venido a aumentar la irritación de las fuerzas armadas. Hace unos meses, el Gobierno decidió que, a partir de ahora, y en concepto de compensación, los premios Nobel argentinos pasarían a cobrar una pensión vitalicia mensual de 5.500 dólares. La medida estaba pensada, obviamente, para Jorge Luis Borges. Ahora las autoridades se verán obligada; a pasar una pensión tan sustanciosa a una persona que es considerada como un «peligroso subversivo». «Las únicas noticias que tengo sobre esa pensión son las publicadas en la Prensa. Yo no la voy a solicitar. Es a ellos a quienes corresponde cumplir un decreto que ellos mismos han aprobado. En todo caso, el dinero sería destinado al servicio».
Y es que, aunque ahora vive modestamente en una casa que se está construyendo él mismo en el barrio de Olivos, cerca de la residencia del presidente de la República, Pérez Esquivel, miembro de una de las familias más acomodadas de Buenos Aires, nunca ha pasado apuros económicos. Quien le conoce le atribuye, sin embargo, un enorme mérito personal.
El nuevo Nobel prefiere, por otra parte, no pronunciarse sobre las expectativa; de liberalización política que despierta la designación del general Viola como nuevo presidente. «Esperemos que durante su gobierno se encauce al país por la vía democrática. Todavía en 1980 se han producido desapariciones. Lo que más nos preocupa ahora es la situación de niños desaparecidos y de los niños que suponemos que han nacido en cautiverio porque sus madres estaban embarazadas cuando fueron detenidas».
Después de seis días de visitas ininterrumpidas, Adolfo Pérez Esquivel se muestra al borde del agotamiento físico. Aparta amorosamente a dos gatos blancos que no han dejado de circular durante todo el tiempo per la pequeña habitación y atiende la llamada telefónica que se le hace, esta vez desde Barcelona: «Juan Pablo II era mejor destinatario que yo».
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