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La potenciación de partidos regionales preocupa a la dirección del PSOE

La potenciación de partidos regionales y la pérdida de fuerza por los de «ámbito estatal» es uno de los asuntos más preocupantes para la dirección del PSOE, que ve en ello un peligro de fragmentación de la estructura política española y una amenaza directa a las posibilidades electorales del socialismo en el futuro. A corto plazo, una parte de la ejecutiva propicia la moderación de actitudes, a fin de preservar la idea -nunca abandonada- de una coalición con UCD «sin Suárez», mientras el sector crítico del PSOE vuelve a hablar de estrategia de izquierda.

Estas inquietudes se han formado en el contexto de los cambios políticos provocados por la votación de confianza al Gobierno Suárez, y el hecho de que, por primera vez desde la instalación del sistema democrático, existe en España una mayoría parlamentaria en fase de ensayo. El acuerdo UCD-Minoría Catalana, con la añadidura del grupo andalucista, es más que un consenso y menos que una mayoría estable; supone el fin de otro consenso, que presidió la etapa de la transición, e inicia el camino de una articulación de fuerzas que depende de que UCD mantenga o no su unidad interna.Menos de tres años separan esta afirmación: «El pueblo se ha orientado hacia lo que podíamos considerar un bipartidismo imperfecto» (enero de 1978), de esta otra: «A partir de 1983 sólo será posible gobernar en coalición» (octubre de 1980). Ambas proceden de una misma persona, el secretario general del PSOE. Las dos acotan un período de la política española marcado por expectativas muy distintas: actualmente parece que ha perdido eficacia la construcción política que los socialistas denominaron «alternativa de poder», fundamentada en la hipótesis bipartidista, y en cambio adquiere protagonismo un número considerable de partidos regionales.

Así se ha llegado a estos últimos meses de 1980, en que el diagnóstico de los dos líderes principales se matiza así: Suárez espera gobernar sin coalición hasta 1983, y obtener la confianza suficiente en las elecciones de ese año para gobernar cuatro años más; Felipe González cree que la potenciación de partidos regionales hará imposible a una sola fuerza obtener la mayoría; y, por tanto, precisará gobernar en coalición.

Es decir, el jefe del Gobierno se ve capaz de continuar en el poder, bien por una clara victoria electoral o por medio de pactos o acuerdos; mientras que Felipe González considera cada vez más difícil que su partido obtenga los siete u ocho millones de votos que le permitirían gobernar en solitario, al mismo tiempo que se reducen sus posibilidades de colaboración con un partido-bisagra -según el esquema de la República Federal de Alemania, por ejemplo-, función que ni existe en el ámbito estatal ni parece que puedan cumplir los partidos regionales.

Relación estable UCD-nacionalistas

La construcción del Estado de las autonomías es el dato político que prima sobre cualquier otro, a la hora de explicar la mudanza de expectativas. Dado que los partidos estatales están revelando su incapacidad para hacer la doble operación, sustentar tanto el Gobierno central como los órganos de poder autonómicos, el esquema político tiende cada vez más a la potenciación de partidos regionales en contraposición con la fuerza que ostenta el Gobierno central, pero en relación permanente con ella para obtener competencias, medios y financiación. Salvo una ruptura interna de UCD, ésta es la formación que va a dirigir toda la operación autonómica, y por tanto, la que tiene mayores posibilidades de consolidar una relación estable con las minorías regionales.En el campo del sector crítico del PSOE han surgido nuevas críticas a la dirección. «Hacer del PSOE un partido socialdemócrata es una maniobra que subyace en el socialismo español», dijo Luis Gómez Llorente, cabeza visible del sector crítico, en el acto de presentación del libro Socialismo y crisis, reflexiones para una alternativa, del diputado socialista Manuel Sánchez Ayuso. «Son los socialdemócratas», añadió Gómez Llorente, «los que se han introducido en el PSOE, que no fue jamás socialdemócrata, y tratan de que esta idea progrese».

La denuncia de los socialdemócratas se corresponde con la idea de una «convergencia de izquierda», estrategia que no comparte la ejecutiva del PSOE y que apenas cuenta con datos favorables para su realización. No sólo el pacto municipal de izquierda se muestra frágil, sino que el período de elecciones sindicales ayuda poco a la tesis del entendimiento socialistas-comunistas.

Por otra parte, se detecta en ciertos medios del PSOE, sin responsabilidades en el partido, la hipótesis de que hace falta un congreso extraordinario para discutir los problemas existentes, sin que en él deba ponerse en juego la dirección, a fin de que la lucha por el poder no perturbe el debate de fondo. No obstante, el recuerdo de la crisis de 1979 y la reaparición periódica de crisis localizadas -en estos días, la Federación Socialista Madrileña- hace que la idea de nuevos congresos cause escaso entusiasmo.

Finalmente, cabe destacar la próxima celebración, en Madrid, del congreso de la Internacional Socialista. Sus temas centrales no son especialmente interesantes para España, pero sí habrá una nueva declaración de principios de la Internacional, que puede clarificar cuál es el espacio socialista. El congreso concentrará en Madrid a todos los líderes de la Internacional.

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