España y el "pasar de todo"
España es europea. En la ocasión presente, ello quiere decir que España desea ingresar en el Mercado Común. El hecho no es noticioso, pero si lo es el que el ministro para las Relaciones con las Comunidades Europeas, Eduardo Punset, lo haya reafirmado solemnemente en París ante sus interlocutores galos. Y, esto último, por dos razones, primera razón: porque se produce en el momento en el que el Gobierno español ha comprendido que sólo la estrategia del «realismo» conducirá al país al club de los nueve. Segunda razón: porque las incertidumbres de la diplomacia española (tercermundismo, movimiento de los no alineados, dudas casi metafisicas sobre la adhesión a la Alianza Atlántica, y últimamente el happening patriótico organizado a causa de la pausa giscardinana) han planteado interrogantes sobre los verdaderos deseos de los españoles, tanto en París como en las demás capitales del área comunitaria.Las vicisitudes de la negociación hispano-comunitaria, hasta el presente, han creado en la opinión española un clima confuso, equívoco, por no decir dramáticamente estúpido. Ello se debe a la torpeza, a la ignorancia o a la mala fe de los gobernantes y de todas las demás fuerzas políticas. Ese clima, desde fuera, es analizado con reservas serias por muchos comunitarios e induce, en última instancia, a estimaciones despectivas, calcadas del refranero y de la leyenda de la «pandereta hispánica». Pero esto, en un primer tiempo, no tiene absolutamente ninguna importancia. El hecho trascendental históricamente, es que España desea ser europea y, en consecuencia, está dispuesta a comportarse como tal, esto es: antes de nada, a aprender el «lenguaje» europeo para estar a la altura de los demás y, así, defender sus intereses, empezando por consolidar el respeto que se le debe a toda identidad nacional. Una vez emitidos desde más allá de los Pirineos cambiarán probablemente, y en caso contrario, peor para ellos.
¿Cuál es el abecedario mínimo de ese «lenguaje» europeo, sin el cual los españoles, como todos los «mudos», no podrán ejercer más que de minusválidos en un conglomerado de monstruos del verbo? Ese abecedario puede resumirse, de momento, y por lo concerniente al «lenguaje» comunitario, en cuatro preguntas: ¿Qué es el Mercado Común? ¿Por qué a España le interesa, o no le interesa, ingresar en el Mercado Común? ¿Cuáles son los tres principios que rijen la política agrícola común? ¿Cuáles son las fuentes de ingreso de la caja comunitaria?
Aunque los institutos de opinión pública no se han interesado por estas cuestiones, no sería exagerado afirmar que sólo una ínfima minoría de los españoles podría responder a tales preguntas. Y, en tal caso, es imposible pronunciar ni una sola palabra sobre el contencioso hispano-comunitario. Y este postulado, aplicado a un escándalo «reciente» quiere decir que la inmensa mayoría de los comentarios, exaltaciones patrióticas y antifrancesismos de toda especie que se han exhibido como consecuencia de la llamada «pausa» giscardiana, resultan simplemente, infantiles y ridículos. Es una revisión que se impone en el momento en que el Gobierno ha decidido muy sabiamente reemplazar su ignoracnia, o su cinismo, por una estrategia europea basada en la lucidez, es decir, en el estudio de los hechos.
Pero es menester anclar, a la hora de la revisión, los responsables del cultivo de esa indigencia nacional, consistente en ocultar que España, una de dos, o camina hacia Europa dialogando y, para ello, debe dominar el «lenguaje» para esto, o se convertirá en al hazmerreír trágico de una región del mundo que no se resigna a dejar de «ser» y que obra consecuentemente.
1. El Gobierno en primer lugar: es fácil comprender el esfuerzo democrático de unos hombres que, en su mayoría, se formaron en un régimen en el que la única razón prepotente era la fuerza. Pero eso no les justifica, puesto que cada uno de ellos está en su puesto, en primer lugar, porque lo desea y, por otra parte, se han comprometido a ejercer la democracia. Y la democracia es informar al ciudadano de aquello que incide, como la cuestión europea, en la vida de cada día. El Gobierno, por añadidura, tiene en sus manos la televisión, el instrumento moderno más potente de formación y de información. Pero ya resulta bobo volver a decir que ese instrumento, propiedad de los españoles, con sus mercancías de importación y sus chapuzas nacionales, se ha convertido en el «enemigo público número uno» de la sociedad.
2. La clase política: es también comprensible que los partidos de la oposición, como los movimientos sociales y demás organizaciones representativas del país, tras cuarenta años de clandestinidad, se sientan indigestados por tantas responsabilidades. Pero eso tampoco les justifica, puesto que, para hoy o para mañana, se ofrecen a los españoles temo alternativa de poder ¿Y qué «regalan» esencialmente?: una democracia basada en bellos discursos del pasado y que descuida, por no decir que ladea, la traducción de esa democracia en la vida de cada día y, en el caso que nos ocupa, en informar, esto es, en ayudarle al ciudadano a acceder al conocimiento, a la posibilidad de su autodeterminación, a la posibilidad de ser libre en la medida de lo posible, de ser demócrata. Dicho más escuetamente: transformar la sociedad desde la oposición.
3. Los medios de información: también ellos merecen una comprensión, por las mismas razones, pero que no justifican nada. Ejercer la democracia escribiendo, más que en opinar, consiste en intentar saber.
La alianza de estos tres responsables, más allá del tema comunitario, ha generado, sin duda, esa moda «paso de todo», que sería una moda graciosa si no fuera estremecedora cuando se desea, de verdad, «vivir» cara al futuro.
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