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Las grandes cuestiones no han sido debatidas en la campaña electoral portuguesa

Hoy la campaña electoral portuguesa marca una pausa: un merecido descanso de veinticuatro horas para los activistas, antes de la larga noche del escrutinio. Un momento de reflexión antes del voto, para los electores. Y la convicción generalmente establecida de que el lunes todo empezará de nuevo, para el segundo acto: las elecciones presidenciales de diciembre,

Ha quedado en la sombra otro acto electoral que se desarrolla también mañana domingo: las elecciones de los parlamentos regionales de las Azores y de Madeira.El sentimiento de que la campaña no ha sido aprovechada para discutir seriamente los verdaderos problemas nacionales, acerca de los cuales las grandes formaciones se han limitado a expresar generaEdades, curiosamente muy parecidas, predomina entre la opinión pública.

Se tiende a olvidar que once formaciones disputan las elecciones de mañana: los «tres grandes» han llenado de ruido y de furor, las tres semanas de la campaña, y con excepción de la Unión Democrática Popular (UDP), que tiene prácticamente asegurada la reelección de su único diputado, lo más probable es que ninguno de los grupos restantes conseguirá entrar en el palacio de San Bento, sede de la Asamblea de la República.

En base a este pronóstico, muchos han criticado, sobre todo en los círculos próximos del Gobierno, la ley electoral portuguesa que concede a todos los partidos concurrentes un tiempo de antena igual en la radio y en la televisión estatales.

Forzado es, sin embargo, reconocer que en medio de mucho ver balismo, de una fraseología muchas veces hermética para el elector medio, y de un radicalismo simplista, los «grupúsculos» han tenido el mérito de suscitar problemas reales, de llamar por sus verdaderos nombres algunos de los males del país y de la sociedad contemporánea. Sin sus intervenciones agresivas, los «grandes» no hubiesen tomado algunos compromisos que podrán serles recordados mañana.

La extrema derecha

Muchos más aguerridos han sido los «muchachos» de la coalición de extrema derecha PDC-MIRN-FN. A pesar de la prohibición legal de la propaganda fascista, se oyó en esta campaña gritar: «¡Abajo la democracia!», cantar el himno Mocidade portuguesa, reclamar la reconquista militar del ultramar portugués. Pero eran 3.000 en el mitin de Lisboa, muy jóvenes o muy viejos, o repatriados de las antiguas colonias. Los más indulgentes afirman que «todoss'on necesarios para que la democracia sea completa». Otros lamentan que la memoria de los políticos sea tan corta.

A medianoche se termina la campaña, con las últimas palabras de Sa Carneiro y de Cunhal en Lisboa, y de Soares en Coimbra.

En el suelo, en las manos de los electores potenciales, millares de ejemplares del programa de Alianza Democrática, de las veinticinco propuestas del Frente Socialista (vinculado al PS), de las cuarenta medidas de la Alianza Pueblo Unido (vinculada al PC).

Toneladas de papel, octavillas, carteles, que prometen una vida mejor, futuro de paz, trabajo, desarrollo, salud, democracia, libertad, justicia y estabilidad.

Para esto hay que votar, estudiar bien los programas electorales, escoger el mejor. Pero cómo distinguir si todos prometen lo mismo: aumentar los salarios, bajar los precios, construir escuelas, carreteras, hospitales.

Queda la ésperanza de que «esto cambiará», y para esto vale el esfuerzo de votar, más de una vez. Sobre esto, todo el mundo está de acuerdo: todavía no prosperará el pasofismo en Portugal. La abstención, esta vez, tampoco será significativa.

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