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Paseo por el "rock" entre el amor y la muerte

La pasada semana murió cerca de Londres John Boriham, batería y cofundador de uno de los grupos de rock más influyentes de todos los tiempos: Led Zeppelin. La muerte tuvo lugar en residencia que su compañero Jimmy Page, guitarrista del grupo, posee en Windsor.

Como era de esperar, al poco tiempo de su muerte ya han comenzado a correr las más variadas versiones sobre la causa de la misma; pero la autopsia realizada no encontró en su cuerpo rastros de drogas ni de alcohol. Este último punto ya suena raro, por cuanto John Bonzo Bonham y, en general Led Zeppelin eran conocidísimos por sus francachelas (podían tirar los tabiques de sus habitaciones de hotel para divertirse) y su querencia hacia lo etílico. Precisamente la noche anterior habían tenido una fiesta que, según indican las agencias, estuvo bien regada. En todo caso, ya es triste que una persona de 31 años venga a morir de causa natural sin que, al parecer, nadie pueda explicar esa causa.Alrededor de la muerte de Bonham se dan una serie de casualidades que cualquier astrólogo, cabalista o sociólogo podría intentar descifrar. Así, parece que las muertes en el rock tienen especial predilección por algunas fechas, que generalmente rondan el verano. Brian Jones, guitarrista de los Stones y Jim. Morrison, líder de los Door's, murieron el día 3 de julio; Mama Cass Elliot, el 13 de julio de 1974, y Elvis, el 16 de agosto de 1977.

Sin embargo, lo más impresionante fueron las muertes casi seguidas de Jimmi Hendrix y de Janis Joplin, de las que justamente en estas semanas se cumplen diez años. Hendrix dejó de vivir un 18 de septiembre y Janis caía apenas dos semanas más tarde, el 4 de octubre. Estas muertes, como poco antes la de Brian Jones, fueron en su época, y aunque el término resulte morboso, de lo más celebradas. Se continuaba en ellos una tradición heroica y autodestructiva que comenzaba aparentemente con James Dean (muerto el 30 de octubre de hace veinticinco años) y posteriormente con Eddie Cochran (17 de abril de 1960) y Buddy Holly (3 de febrero de 1959). Poco importa que en la época del rock and roll el tema fuera la muerte involuntaria y violenta, en accidente, que a finales de los sesenta se pasara a las sobredosis de barbitúricos o heroína o que en nuestra época ya no se sepa de qué fallece cada cual. Aunque sí sea significativo el que sólo últimamente se hable del alcohol como dato y antesala del derrumbamiento físico de gente como Bonham o como Carl Radie, bajista que fue de Erle Clapton y que murió el verano pasado. Y es que cualquier vecino sabe lo que es una cirrosis etílica, pero queda más propio, emocionante y exótico mentar el tenebroso mundo del caballo salvaje.

Lo que a estas alturas ya parece claro es que esta sociedad necrófaga se premia a sí misma con la muerte de sus propios mitos. Muerte que es tanto más efectiva cuando dichos mitos se encuentran en plena forma. El temor a la muerte es para muchos jóvenes hartos menos fuerte que el temor a la senilidad o, lo que es Igual, el temor a la improductividad, la decadencia y la frustración. Es aquello tan conocido de los Who en My generation: «Espero morir antes de llegar a viejo». O el deseo crudamente expresado por Nick Cohn diciéndole a Mick Jagger que «debía tener la decencia de morirse antes de llegar a los treinta». Los Beatles, gente lúcida, realizaron en su época una canción tan inquietante que apenas fue tomada en serio. Se trataba, por supuesto, de When I'm sixly four , y, en ella planteaban el tema con tal crudeza («¿me seguirás necesitando cuando tenga 64?») que fue inmediata y unánimemente incluida en aquel supuesto compendio de bromas (terribles) que componían el Submarino amarillo. Y por si todo es lo no bastara, recordar palabras de la misma Janis cuando, con su habitual espíritu, afirmaba que prefería «vivir intensamente durante diez años que encontrarse con setenta sentada y viendo la televisión».

Es muy cierto que todo ello se presta a grandes considerandos pero el primer efecto consiste en la rauda explotación del suceso, ya que los muertos en rock venden mucho. Pero esto ya es algo sabido por todos y en lo que todos picamos con rara asiduidad. Ahora ha sido John Boriham; hace diez años fueron Hendrix y Janis, y hace veinticinco, James Dean. Dentro de nada serán otros, y la mística seguirá, porque, nos guste o no, la muerte sigue siendo parte fundamental de nuestras vidas.

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