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Woody Allen y la vorágine que rodea al artista

Se ha dado a conocer en Estados Unidos el último producto de la factoría Woody Allen: Stardust memories. Una película en la que el famoso actor y director cinematográfico, escritor y clarinetista ocasional, se marca toda una declaración de principios sobre el derecho del famoso a gozar de una vida privada, sin la contaminación desquiciante que le impone su actividad profesional. Y para ello, sin abandonar su habitual humor, Allen ha impregnado este filme -con Charlotte Rampling, Marie-Christine Barrault, Jessica Harper y él mismo dentro- de un agudo sentido del absurdo, de un clima apocalíptico y enrarecido, en el que, irremediablemente, cae el artista: «No puedes controlar tu propia vida», exclama, desesperado, en una escena.

La revista Time -en su último número- saluda Stardust memories como la entrada de Woody Allen en el barroquismo cinematográfico que caracteriza al director italiano Federico Fellini, comparando estos Recuerdos de una estrella -el título para su distribución en España aún no se ha fíjado- con el Ocho y medio felliniano.Cuando Woody Allen supeditó la ironía a la seriedad y estrenó Interiores, se vio tras él la sombra de Bergman, y ahora que una vez más se entretiene este individuo de Manhattan por sus vericuetos mentales y retrata al mismo tiempo la galería de personajes que le rodean y le hacen feliz o infeliz, resulta que los observadores de la pantalla aprecian características fellinianas, o bien se preguntan si Stardusi memories es el último lamento de tan activo y neurotizado fabricante de películas. Porque, efectivamente, el director de cine protagonista del filme -Woody Allen haciendo de Woody Allen- posee grandes dosis de derrotismo: «No puedes controlar tu propia vida. Solamente puedes controlar el arte... y la masturbación. Estas dos cosas sí que las domino».

Otra de las angustias que atenazan el ánimo de Woody-estrella es que no puede satisfacerse a sí mismo ni a los demás; aunque se supone que poseen algo en común: un carácter esquizoide. Y esto lo lleva especialmente mal con las mujeres que se cruzan en su camino. Esta vez -ausente Diane Keaton- no pueden calmar su desasosiego en busca de la felicidad Charlotte Rampling, Marie-Christine Barrault o Jessica Harper.

Lo que ya mucha gente sabe -y otra, voluntariamente, lo ignora-, que la fama es algo muy difícil de llevar, es el eje de la última película del autor de Manhattan. Al artista le rodea un universo caótico del que difícilmente puede desprenderse y cuando lo intenta, sus agentes. editores, arribistas y parásitos varios que pululan en torno a él le dicen: «Estás loco, es tu mundo, no lo dejes, no abandones a quienes te admiran». Hasta en sueños, un mensajero ultraterreno le recuerda que haciendo reír al público hace un gran bien a la humanidad.

La vída privada de una estrella es algo que no puede existir, una utopía, insiste Woody Allen. Cuando se está despejando de los excesos de una reunión ya ha recíbido invitaciones para otra nueva, en la que, invariablemente, una corte de mujeres le confiesa que una noche a su lado será una experiencia inolvidable; o que, por favor, estampe su gloriosa Firma en su pecho izquierdo. Otro factor constante del acoso suele ser la sugerencia de colaboración por parte de organismos benéficos, ligas de solidaridad, bancos de órganos o insólitas asociaciones. Y los guiones. Toda una catarata de escritores frustrados o talentos incomprendidos le ofrecerá al famoso esa idea genial, «que estaba reservando exclusivamente para usted». Y el famoso responderá con la sonrisa o mueca que aún pueda esbozar que lo siente, pero que hacer una comedia musical sobre la masacre de la Guayana no entra de momento en sus planes.

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