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El consenso ha muerto, ¡viva la concertación!

Sólo una UCD reconstituida puede propender a ser progresista, y sólo una UCD progresista puede inducir en el PSOE un comportamiento moderado, convergente hacia el centro sociológico. En ese horizonte hay que contemplar inevitablemente la moción de confianza planteada por Suárez al Congreso. Sólo cuando estas actitudes han dado el tono de la vida política la transición ha cubierto sus mejores trechos, por muy adversas que hayan sido las condiciones exteriores.Es la convergencia de la izquierda y la derecha hacia el equilibrio lo que hace políticamente habitable este país. Es esa dinámica centrípeta la que configura un esquema para la vida público en los antípodas del treinta y seis, tan invocado por descontentos y agoreros miopes, para percibir las diferencias sustanciales que nos separan de aquella época.

Detrás de todas las puertas nos encontramos con el PSOE. La frase de Fernando Abril -atención al efecto desestabilizador que su salida induce sobre la posición de Alfonso Guerra- resume bien cómo los centristas están condenados a entenderse con el PSOE. Está claro que sin una suerte de acuerdo con los socialistas no hay salida a ninguno de los problemas claves: crisis económica, desarrollo autonómico, erradicación del terrorismo, firme implantación de la democracia, en definitiva.

Las solemnidades parlamentarias de estos días enlazan con el recuerdo de los pasados fastos de la moción de censura socialista. La víspera, 27 de mayo, Felipe González quiso reunirse a cenar con los directores de diarios, semanarios y agencias informativas. En el coloquio de sobremesa, las intervenciones coincidieron en señalar la moción de censura como enérgico final del consenso, en cuyas aguas la navegación del PSOE le había acarreado un desgaste tal vez superior al del propio partido en el poder, sin haber gozado de las compensaciones que proporciona el ostentarlo.

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Era precisamente el día de mi cese como director, y recuerdo que anuncié allí mismo cuál hubiera sido el título de mi artículo a la mañana siguiente, de haber tenido disponible el periódico para publicarlo: «El consenso ha muerto. ¡Viva el consenso!». La réplica de Felipe González fue una revisión crítica de la etapa consensual que descartaba su posible continuación. Pero luego, al repasar los problemas pendientes, el secretario general del PSOE introdujo una inflexión dialéctica que le llevó a terminar propugnando la concertación; eso sí, vestida de solventes analogías europeas. Visto el despliegue argumental coincidente, el título de mi fallido artículo sólo hubiera necesitado una leve corrección, casi meramente eufemística: «El consenso ha muerto. ¡Viva la concertación!».

Los dos grandes partidos que comparten el protagonismo de la escena política española en la derecha y en la izquierda -UCD y PSOE- se interaccionan en un comportamiento cuyo estudio permite establecer una visible simetría si se atiende a un cierto desfase temporal entre las iniciativas y las respuestas. La teoría puede resultar discutible, pero sirve para dar cuenta de los fenómenos observados. Con la terminología de las ciencias físicas se impone renunciar a consideraciones filosóficas más profundas y limitarse a decir que todo lo que observamos sucede como si esa simetría de iniciativas y respuestas regulara la interacción UCD-PSOE.

Podrá criticarse, por ejemplo, la reforma fiscal de UCD. Probablemente, al patrocinarla, el partido centrista fue más allá de la ideología de sus votantes y conturbó sus carteras. La pura coherencia con los estrictos intereses inmediatos de sus electores hubiera aconsejado seguir aplazando la ejecución de esa reforma. Convertir, en definitiva, la reforma fiscal en la reforma pendiente, según el acreditado modelo ensayado con tanto éxito por los líderes del falangismo de izquierdas durante cuarenta años con su famosa revolución. Girón habría podido prestar un asesoramiento valioso en esta cuestión.

Más allá de esas críticas, en una perspectiva de más largo alcance, hay que considerar, sin embargo, que entre los efectos de la reforma fiscal la teoría simétrica que aquí se defiende permite afirmar que se encuentra la renuncia del PSOE a su definición marxista, con ocasión del congreso extraordinario que se celebró hace un año.

Ese mismo modelo teórico permite analizar las distintas secuencias de la transición en términos tales, que a las iniciativas progresistas de la derecha corresponden respuestas moderadas de la izquierda, y que a las iniciativas reaccionarias de la derecha corresponden respuestas radicales de la izquierda. Según ese mismo modelo de interpretación, la dureza de UCD en el Estatuto de Centros Docentes encontró su réplica en el voto de censura del PSOE. Así se entiende también que las pretensiones otánicas de UCD generen veleidades tercermundistas en el PSOE. Y es previsible que si Francisco Fernández Ordóñez promueve una ley de divorcio al día, sin lastres confesionales, el PSOE derive hacia un laicismo moderado y se vacune de anticlericalismo.

La serie iniciativas UCD-respuestas PSOE es susceptible de complementarse con otra en la que ambos partidos ocupan posiciones inversas. Por ejemplo, la decisión de UGT de suscribir el acuerdo marco interconfederal con la CEOE induce en UCD el abandono de la aventura de apoyo a USO.

Los profetas del desencanto están en su papel, pero no hay que cargar las tintas. Recordemos que aquella derecha maximalista -la confederada y autónoma de la CEDA-, con aquellos líderes -ejemplarizados en el recientemente desaparecido Gil-Robles- dispuestos a defender hasta el final, sin cuestionárselos nunca, incluso el más abusivo de los derechos e intereses del último de sus votantes, tenía que tener enfrente la izquierda radical del Lenin español, Francisco Largo Caballero. Habrá quienes prefieran invertir el orden de aparición de los factores en la escena histórica, pero el producto inalterable de aquellas coherencias aceradas fueron las trincheras de la guerra civil.

Esta derecha de la reforma y el cambio, en la medida en que vuelva a serlo, defienda las libertades públicas y no se deje arrastrar por los dogmáticos del sectarismo neoliberal ni por las inercias confesionales, puede cumplir todavía una tarea de inestimable valor en la modernización de la sociedad española. Frente a ese designio, que sólo puede realizarse desde el entendimiento -que algunos preferirán llamar concertación antes que consenso- con la izquierda, se alzan esfuerzos muy considerables. El envilecimiento cívico causado a tantas generaciones de españoles por cuarenta años de dictadura no es, precisamente, la más pequeña de ellas.

Los dos primeros partidos en la derecha y en la izquierda, UCD y PSOE, tienen necesariamente que coincidir en el esfuerzo por superar los complejos de inferioridad que les embargan cuando comparecen en los territorios autonómicos o que aspiran a constituirse como tales. Debe empezar a quedar claro que los mejores valedores y gestores de los derechos e intereses regionales son, precisamente, los partidos de ámbito nacional. Desde el sentido de la solidaridad, propio de los partidos de ámbito estatal, nacen las verdaderas oportunidades de prosperidad, así como desde el aislamiento autárquico sólo cabe esperar la degradación y el empobrecimiento para las comunidades que en esa mentalidad y actitudes se recluyan.

En todo caso, el último Gobierno Suárez,constituido el pasado día 9, difumina las posibilidades, barajadas antes del verano, de una alternativa al actual líder dentro del partido centrista. Señoras y señores, no hay más alternativa para Adolfo Suárez que la del líder socialista Felipe González, y la apuesta se va a jugar en las urnas.

A todos nos va mucho en el envite de que se logre, mientras tanto, trabar en la construcción del Estado de las autonomías una dinámica convergente como la que ha presidido la transición política que aquí se ha querido describir esquemáticamente. No puede proseguir el desgarro en que ahora está instalado el proceso autonómico. No resulta soportable a medio plazo.

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