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Los sondeos electorales se han convertido en el auténtico gobernante de Francia

Un millón y medio de parados, el 13% de inflación, una moneda estable, conflictos escolares múltiples, la tensión internacional, la cuestión energética: estos grandes problemas franceses son comunes a todas las sociedades industrializadas en una u otra medida. Pero en Francia, al inicio del nuevo «curso» político, económico y social, el contencioso referido y todos sus derivados han sido «secuestrados» por una preocupación avasalladora: las elecciones presidenciales de mayo de 1981. La avalancha de los sondeos de la opinión pública se ha convertido desde principios de este mes en el verdadero «gobernante» del país. Todos ellos adelantan que, para el actual presidente, Valéry Giscard d'Estaing, la elección será un «paseo» que únicamente perturbaría el socialista Michel Rocard.

Pobre del periodista francés que ose interrogarle a Giscard d'Estaing sobre su posible candidatura al final de su primer septenato. El presidente, oficialmente, sólo piensa en las tareas propias de la magistratura suprema. A esa misma pregunta, el líder comunista Georges Marchais responde: «Eso depende de la decisión del partido». El «número uno» del gaullismo, Jacques Chirac, repite que «llegado el momento» todo se sabrá. El más «insolente» frente a la Prensa fue el primer secretario socialista, François Mitterrand, que, el domingo último, desafió a una veintena de informadores, al responderles: «Yo sé quién será el candidato socialista, pero ustedes no lo sabrán. He ahí la diferencia entre ustedes y yo». Y, sin embargo, escribía ayer mismo un diario independiente, «esos cuatro personajes no piensan, no respiran, no desean, no existen más que en función del poder. Cada uno de ellos controla totalmente los mandos del grupo de presión al que pertenece en esta jungla política, en la que los partidos no son más que máquinas electorales, cuya finalidad se limita a perpetuar sus aparatos. Del otro lado, los 34 millones de electores no tienen más que votar y callar».

Cinismo de la clase política

Esta amarga reflexión no es nueva, al alba de una campaña electoral que se anuncia ruda; pero las presidenciales francesas de 1981 hacen presagiar la superación de todas las cotas de cinismo por parte de la clase política.La primera muestra la ofrece la batalla de los sondeos de la opinión. Públicamente, cada uno de los aspirantes al Elíseo jura cotidianamente que su desinterés por esas «fotografías» electorales es total. Los entrebastidores del «juego» político dicen exactamente lo contrario: Giscard d'Estaing mide sus declaraciones a tal o cual periódico en función de las cotas de su popularidad; incluso se asegura que la posible repercusión negativa en algunos electores de su afición a la caza le ha forzado a ciertas precauciones. Como Giscard d'Estaing, Marchais, Chirac, Rocard y Mitterand «venden» sus declaraciones a la Prensa escrita, a la radio, a la televisión o en tribunas escogidas, teniendo en cuenta las fechas en las que se realizan los sondeos.

Un paseo para Giscard d'Estaing

Por el momento, la campaña electoral la dirigen los institutos de opinión y que ellos son el único barómetro fiable. Para todos ellos, Giscard d'Estaing será reelegido. Una última estadística publicada ayer decía que el 74% de sus conciudadanos, aunque una mayoría rechaza al personaje ya su política, le da por presidente durante siete años más en caso de que se presente. Y nadie duda que asistirá a la cita.El único enemigo creíble, según los sondeos, es el líder socialista Rocard.

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