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El "encierro del pilón", espectacular carrera de vaquillas monte abajo

Falces, población que algunos han denominado «la costa del ajo», por su gran producción de este vegetal, tiene en sus fiestas patronales un espectáculo, cuando menos, singular: su encierro, el «encierro del pilón», no es por las calles del pueblo, sino en el monte, en una empinada cuesta, llena de curvas y con un barranco a su izquierda. Por eso, el «encierro del pilón» es un espectáculo único e inigualable, sin precedente en otras partes de la provincia, que cada año cuenta con la presencia de mayor número de personas interesadas en conocer de cerca cómo se puede correr un encierro en el monte.

En Falces, la afición taurina no falta. Primero, es el «encierro del pilón», a las nueve de la mañana, con vacas bravas. Esas mismas reses, después de bajar la cuesta, hacen un pequeño recorrido por el pueblo antes de ser encerradas en los corrales. Después del «encierro del pilón» se corre el encierro txiki, con novillas de un año. A las once de la mañana, otro encierro, en serio, por las calles de la localidad, y por la tarde, sobre las ocho, los falcesinos tienen su último encuentro del día con las reses bravas.Prácticamente, todo el día lo pasan entre vacas y novillas. Y es que en Falces la tradición taurina no es una cosa nueva. Allí nació, en 1709, Bernardo Alcalde, matador de toros inmortalizado por Francisco de Goya en uno de sus aguafuertes. Alcalde, conocido como el Licenciado de Falces, fue considerado en su época como un torero genial, y se atribuyen a su invención varias suertes de la lidia del toro.

El «encierro del pilón», o «del monte», se celebra todos los días de fiestas. Dos horas antes del comienzo, sobre las siete de la mañana, el propietario de las reses se encarga de subirlas por la cuesta hasta unos corrales situados en el punto más alto del estrecho camino. Algunos mozos han pensado en ocasiones si la subida de las vacas hasta el corral no podría ser una buena oportunidad para realizar otro encierro, aunque la posibilidad ha sido descartada, porque con lo empinado de la cuesta no habría persona capaz de resistir cincuenta metros del encierro sin correr el riesgo de ser empitonado por los animales.

Minutos antes de las nueve, Manolo Torres, Bolo, sube por la cuesta del «pilón», denominada así porque en tiempos había un pilón de agua para las caballerías al final del recorrido, llevando dos cohetes para disparar. Algunos parroquianos le apluden, y Bolo corresponde saludando con las manos en alto. No sube hasta los corrales, sino que se queda a mitad del recorrido, en un punto protegido. Con puntualidad inglesa, Bolo dispara el cohete, y las ocho vacas bravas salen del corral. En los primeros metros no les espera ningún corredor, ya que es un tramo muy empinado con gran cantidad de piedras en el suelo, y puede resultar peligroso. Después de la primera curva comienza el encierro en serio, mientras los espectadores gritan al ver que las reses se acercan peligrosamente a los corredores. Sin embargo, el «encierro del pilón» es un espectáculo fugaz. Vacas y mozos corren los 350 metros en algo más de un minuto y medio, sin dar tiempo al espectador para darse cuenta de lo insólito del espectáculo. Nunca, hasta ahora, ha habido cogidas graves, y nunca, hasta ahora, ha habido que lamentar muertos. El alcalde, Alfredo Ochoa de Olza, comentó a EL PAIS: «Algunos del pueblo eran partidarios de promocionar a lo grande nuestro encierro, pero yo creo que es mejor dejar las cosas como están, para que no haya aglomeraciones. Cada año se nota que viene más gente, y el "encierro del pilón" es ya conocido en todos los sitios, porque no hay otro igual en todo el mundo».

En 1975, las cámaras de Televisión Española estuvieron en Falces para filmar el encierro. En aquella ocasión fue tan breve la bajada, que los técnicos de Televisión pidieron que se repitiera para poder filmarlo en su totalidad con tres cámaras. Ha sido la única vez en la historia que el encierro se ha repetido.

Después de correr en la cuesta, los mozos de Falces tienen otra sana ocupación: almorzar. Los componentes de las peñas El Mortichuelo y La Cucaracha preparan sus costillas, las asan sobre las brasas de sarmientos secos y reponen fuerzas para enfrentarse de nuevo, a las once de la mañana, con el segundo encierro del día, por las calles del pueblo. «Algunos corren en el pilón», comentó a EL PAIS un corredor, «para tener la excusa de almorzar luego unas buenas costillas de cordero. Así se cogen fuerzas para aguantar la juerga todo el día».

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