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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Polonia: una peligrosa crisis

EL MOVIMIENTO huelguístico desatado desde hace varias semanas en Polonia adquiere cada día una mayor connotación política, a pesar de los esfuerzos que realizan las autoridades de Varsovia para circunscribir este conflicto a los límites de las puras reivindicaciones económicas. Esta circunstancia llama a la reflexión sobre el significado que, como embrión de una crisis más amplia y profunda en los sistemas sociales de los países comunistas, tiene la grave situación suscitada en el ámbito laboral polaco.Es preciso recordar que, hace ahora diez años, un movimienio similar supuso la defenestración de VIadislav Gomulka, secretario del comité central del Partido Obrero Unificado. De aquellos hechos nació la larva de la oposición política organizada, que adquirió forma en 1976, con la creación del Comité de Autodefensa Social (KOR). Este comité, cuya misión inicial fue la de canalizar las ayudas populares a las víctimas de la brutal represión ejercida por las autoridades policiales contra los huelguistas, es hoy el principal protagonista de los plantearnientos revolucionarios de los obreros polacos. No es nuevo, pues, el enfrentamiento entre la estructura del Estado socialista y los trabajadores en Polonia.

Quizá exista en esta ocasión una mayor claridad en la exposición reivindicatíva. Los responsables del KOR han advertido claramente que, tras su exigencia de mayores salarios, ya concedidos por el Gobierno, para paliar las alzas en los precios de artículos de primera necesidad, existe un sentimiento más profundo, que llega hasta el deseo de cambio radical de las estructuras sociales y políticas del país. Los obreros polacos, que tienen su frente más combativo en los trabajadores del cinturón industrial de Varsovia y en los gigantescos astilleros de Gdansk, expresan claramente su convicción de que el verticalismo sindical impuesto por la naturaleza misma del sistema no es válido para canalizar las aspiraciones populares. Y en este planteamiento aparece de forma diáfana una. crítica global al propio esquema socialista.

El conflicto adquiere dimensiones aún más serias si se tiene en cuenta que a lo largo de la década de los setenta Polonia ha acentuado de una manera progresiva sus contactos y compromisos con el mundo occidental. La crisis financiera arrastrada por el país a lo largo de estos años ha sido costeada, en gran parte, por créditos conseguidos en el mercado monetario alemán y francés, principalmente. Estados Unidos, incluso, ha cedido al Gobierno polaco importantes cantidades de dólares con largos plazos de amortización o a fondo perdido. La Unión Soviética, de forma paralela, ha limitado su ayuda a las preferencias comerciales establecidas por el Comecon y a la siempre presente tutela política y moral que ejerce sobre sus satélites.

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En este punto se sitúa, sin duda, una de las implicaciones más serias del actual conflicto polaco. Tratándose de un país incluido en la órbita soviética, el calibrado de la crisis debe hacerse desde una perspectiva mucho más atenta. Ya hay indicios de que el Kremlin observa con creciente nerviosismo el desarrollo de los acontecimientos, como lo demuestran algunos datos. El comunicado hecho público después de la entrevista entre Breznev y Gierek, redactado en términos especialmente fríos, y la apresurada interrupción de las vacaciones que aquel último disfrutaba en la URSS son ejemplos significativos de la preocupación que el conflicto produce.

Sería ilusorio pensar que la Unión Soviética va a volver la espalda a una situación tan explosiva como se demuestra la polaca, sobre todo si, como los indicios apuntan, el trasfondo de la crisis afecta a la médula misma del sistema comunista. La incógnita principal es hasta dónde está el Kremlin dispuesto a tolerar la extensión del enfrentamiento. El Gobierno de Varsovia, a diferencia de los años 1970 y 1976, está limitando al mínimo la represión (tan sólo se han producido dos detenciones de dirigentes sindicales, por breves plazos de tiempo, y la policía no ha intervenido en los lugares en huelga), lo que, sin duda, significa un reconocimiento tácito del poder y la influencia de los huelguistas. Pero esta postura implica un evidente debilitamiento del papel del Estado y del sistema que, con toda seguridad, los soviéticos pueden aceptar hasta un determinado límite.

No está la situación internacional como para asumir sin graves quebrantos las consecuencias de una abierta intervención de la URSS en uno de los países de su órbita. Dicha circunstancia, que resulta especialmente gratificante en momentos de creciente tensión mundial, no puede, sin embargo, alejar del esquema la posibilidad de una interrupción violenta del presente episodio de disidencia en Polonia. He ahí el más preocupante significado de las huelgas polacas.

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