Blas Infante un símbolo difícil
La función sociológica del símbolo exige su universal aceptación por la colectividad que se proyecta en él. La ambigüedad de una bandera puede alzarse por brazos hasta adversarios. Cada cual la lleva con su grito personal. Pero un hombre habló, actuó, fue muerto por manos concretas... Si no se le amordaza, si sus escritos no son censurados, si sus acciones no se silencian, si sus verdugos no son hurtados al dedo fiscal de la Historia, el hombre resulta difícil símbolo común para un pueblo.Blas Infante Pérez fue un campeón de la unidad andaluza. Cierto. Pero su voz y sus hechos se fueron concretando con tal nitidez que no pueden usarse a modo de comodín para todos en tumulto indiferenciado. Figura compleja, no fue contradictoria ni salsera de todos los platos. Ha sido sacada precipitadamente del olvido y alzada, a veces, como muñeco guiñolesco adaptable a toda farsa y comparsa, cualquier verdad y opción. Y no. Quizá sea útil un signo de todos. Pero acaso el símbolo de todos acabe siendo el de nadie. Infante es el hombre de la gran mayoría de los andaluces, porque vivió, escribió y murió fusilado por los empobrecidos, pacíficos, libérrimos, sensibles, airados hombres de la feraz Andalucía. Con tal, desechemos la foto fija, la frase y el gesto sin contexto, entrando a fondo en sus trece obras publicadas, sus dos inéditas, sus casi 2.000 manuscritos y su total trayectoria, puede llegar a saberse para qué y para quiénes quería esa unidad de los suyos; de qué y para quiénes tal unidad resultaba exclusión, autoexclusión.
Después de unos estudios dificultados por los apuros económicos que los labradores medios andaluces sufrieron en los años del 98, hasta interrumpidos por trabajos de administrativo en su pueblo, Infante es notario con 24 años. Con «la visión sombría del jornalero clavada en la conciencia desde la infancia» -que él escribe y nunca olvidará-, con los ojos deslumbrados por la cultura arábigoandaluza bebida en Granada y «compañero inseparable de niños gitanos de Casares», cuyas expulsiones «me han servicio después para explicarme la Historia de España», se entrega al Fervor de un andalucismo culturalista en la media burguesía intelectual del Ateneo de Sevilla. Tres años (1910 a 1913) en que algunos han querido frenarle. Pero anda él cabalgando entre Cantillana, donde es notario y sangra el tema agrario, y Sevilla, donde ejerce un «nacionalismo remedo del norteño» que escucha conferencias a Cambó. 1913 será fronterizo. Quedarán atrás los juegos -aunque sean florales- y emergerá el gran tema de su vida, la reforma agraria, el problema histórico andaluz. Su segunda etapa (andalucismo agrario) se integrará en las que sigan y supondrá la ruptura con lo que supone el Ateneo sevillano. Funda los centros andaluces «para los aspectos políticos y económicos del regionalismo» (Soriano Díaz) y su órgano, la revista Andalucía. Nace ya su tercer momento, andalucismo integrador popular, «nuevo nacionalismo» que diría en El Liberal (Sevilla, 16-4-1917). «Nuevo», por popular, no exclusivista, «universalista, paradójico» hasta «desconcertar a los nacionalistas norteños peninsulares», que dirá él. Y aquel mismo año, el gran revulsivo de la Revolución Rusa. En los pueblos andaluces no se habla de otra cosa. Infante asume el riesgo de enjuiciarla confesándose «enemigo de la dictadura burguesa», mientras afirma que la trayectoria de Lenin «desacredita el comunismo» por el rol déspota de la burocracia y el Ejército. Con ello, se adelanta veintiséis años a Milovan Djilas. Y afirma: «Nuestros descendientes se llamarán socialistas o comunistas, pero, a pesar de adjetivarse así, preguntarán: ¿dónde está el socialismo? En los libros teóricos, esperando» (La Dictadura pedagógica). Pero el fenómeno soviético le radicaliza y la Asamblea Andalucista de Córdoba (1919) publica su célebre Manifiesto, «que el mismo Infante redactó, de tonos extremadamente duros y posiciones muy radicales» (Lacomba). Con él, se decanta la cuarta etapa, infantiana, el andalucismo de clase, desde el que apela a «todos los andaluces», porque «el hambre del pueblo ruge», a que «se apresuren a hacer justicia». Los años de Primo de Rivera, en la clandestinidad, le ponen en contacto con el histórico anarcosindicalismo andaluz. Ve en él el arma de los «campesinos expulsados de su tierra», los «fellamenghu», «flamencos». Infante ha dedicado los años de dictadura a la investigación de la historia y la cultura de Andalucía. Podría haber sido un notario bon vivant. Mientras escribe Orígenes de lo flamenco, hace notar (manuscrito C-31-32): «España, que lo regatea todo a los investigadores profesionales, paga muy bien a unos funcionarios, que son los notarios, dejándoles mucho tiempo libre para que puedan investigar». Y fue infatigable. Abarcó política, economía, música, cante, lengua árabe, lexicografía, filosofía, psicología, fisicoquímica, medicina, teología, derecho, literatura..., en ocho años de retiro en isla Cristina.
Pertrechado con la reflexión, el Infante que emerge de los años primorriveristas ha observado el cambio en la táctica anarquista que abandona la violencia a personas y «defiende sus intereses con sindicatos y una cultura emancipadora». Parece llegado el Infante final, el de sus 65 últimos meses. No modera ya el color clasista de su andalucismo radical (quinta etapa) y funda las Juntas Liberalistas; se autotitulan «órgano de los anhelos revolucionarios de Andalucía» (Pueblo Andaluz, 13-6-1931), «de liberación» (La Voz, Córdoba, 29-1-1933). Interpartidistas, no interclasistas, permanecen en ellas quienes no siguen el consejo de Infante de ingresar con él en el Partido Republicano Federal (El Liberal, 21-4-1931, Sevilla), y serán el otro polo de la eterna dialéctica infantiana: unidad («limitada a conseguir la autarquía de nuestro pueblo») y opción por las clases populares, jornaleras sobre todo. Son posturas de su último manifiesto del 15 de junio de 1936. La obsesiva ambición del líder andalucista es lo unitario: «Yo quiero ser y hacer la trama del lienzo; que otros te den color» (manuscrito AC- 17), pero, a la vez, afirma que «la unidad es imposible, tanto como lo es que (siendo tránsito lo presente) no hubiera debate entre los hombres» (masculino AC-82). Infante, dificil y matizado símbolo andaluz.
Una última precisión que satisfaga la manía clasificatoria: ¿era marxista el Blas Infante final? Tamaña cuestión precisaría detenciones aquí imposibles. Pero vayamos a una síntesis provisional de estudios en marcha: su último y más desconocido libro (se diría que enterrado aposta) es La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía. Gran parte, autobiográfico, y una prueba «notarial» del bakuninismo del notario andaluz. No reconocía capacidad a la ciencia ni a la filosofía para analizar adecuadamente la trascendencia. No admitía el materialismo histórico si se interpreta como mecanicismo de las leyes económicas. Pero su método historiográfico y filosófico se apoya en un estudio riguroso de las ciencias positivas, valorando al máximo la intuición. No era leninista porque era libertario. Se negaba a que las socializaciones (¡la tierra...!) supusieran cambiar la titularidad de la propiedad privada a la estatal; autogestionario y cantonalista, defendía, como administradores-poseedores, a municipios y asociaciones básicas controladas y ayudadas técnicamente por el poder público. Comprueba -a su pesar- que las clases en conflicto histórico son las tradicionales en Marx.
El 4 de mayo de 1940 (cuatro, años después de cumplida), el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas dictaba «sentencia» condenando a Blas Infante Pérez, «fallecido a consecuencia de la aplicación de Bando de Guerra», porque «formó parte de una candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1931, y en los años sucesivos, hasta 1936, se significó como propagandista para la constitución de un partido andalucista o regionalista andaluz».
Infante murio sin juicio ni sentencia, y esa «aplicación del Bando de Guerra» se hizo sin tribunal, por un grupo de verdugos azules, avalados por arbitraria orden verbal del gobernador Parias y el general Queipo de Llano. En la noche del 10 al 11 de agosto de 1936, en el kilómetro 4 de la carretera Sevilla-Carmona, gritó dos veces «¡Viva Andalucía Libre!» (y no es honrado mutilar la última palabra de un moribundo), y midió con su cuerpo la tierra por la que vivió y murió voluntariamente empobrecido.
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