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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El final de la trama

LAS DOS reuniones celebradas en el curso de la semana que acaba por la comisión permanente de UCD se inscriben en el marco más general de la crisis -todavía no se sabe si de crecimiento o descomposición- del partido del Gobierno.El reacomodo ministerial de la primavera, cuyo desarrollo se arrastró penosamente a lo largo de varias semanas, fue la primera señal de las hondas repercusiones en el Gobierno del agravamiento de la situación económica y del fracaso electoral de los centristas en el referéndum andaluz y en las elecciones de marzo al Parlamento catalán y el vasco. El reajuste consolidó a Abril en su puesto, pese a las críticas contra su gestión como responsable de la política económica, e incluso reforzó su autoridad con la salida de García Díez y Bustelo. Pero la casi inmediata moción de censura socialista sacudió de nuevo el edificio del Gobierno y las estructuras de su partido.

En los plenos de mayo, Abril se comportó como un primer ministro en funciones, y Suárez, como el distanciado titular de una magistratura, inciertamente situada entre la dignidad de presidente-jefe de Estado y el oficio de presidente de Gobierno de una Monarquía parlamentaria. Después de estas tensas sesiones congresuales, Abril entró inopinadamente en el campo de fuego de los fontaneros de la Moncloa, ante el asombro general de una opinión pública que no acierta a explicarse cómo el vicepresidente del Gobierno puede ser atacado por el equipo de asesores del presidente.

Tal vez una de las claves de todo sea la ambigua instalación del presidente del Gobierno en el organigrama del Estado. El presidente de Estados Unidos, por ejemplo, es elegido por sufragio universal en unos comicios ideados para tal designación y no se halla vinculado a ningún órgano colegiado de gobierno. De ahí que sus asesores tengan el considerable poder que les delega su jefe -si bien se someten en su designación a un acuerdo previo del Congreso-. El presidente de la República Francesa, también elegido por sufragio universal directo, nombra al presidente del Gobierno y mantiene una división de funciones con su mandatario no siempre clara en la práctica, pero distinguible, al menos, en teoría. El presidente del Gobierno en España, en cambio, es investido por el Congreso y se halla al frente de un órgano colegiado de decisiones, que es el Consejo de Ministros.

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En este marco de entendimiento constitucional, las soluciones barajadas por los especialistas en esa nueva disciplina que es la monclología como salida a la eventual crisis de UCD parecen de realización improbable. Carece de sentido pensar q!ie el presidente puede sustituir a Abril por un nuevo candidato que asumiera la gran cantidad de poder que el vicepresidente ejerce en esa especie de. ensayo de ser un «primer ministro en funciones». Y ello tanto por la confianza que esa delegación exige como por las propias condiciones que supone el desempeño de ese cargo. No parece probable así que alguien pueda sustituir a Abril para hacer el papel de Abril. De otro lado, el desplazamiento del poder del Consejo de Ministros por el de los asesores más parece referirse a las batallas típicas y lógicas de quienes rodean al verdadero poder que a un empeño insólito de institucionalizar la figura de los llamados «fontaneros».

Las informaciones filtradas de las reuniones de la comisión permanente de UCD parecen apuntar, afortunadamente, que el partido del Gobierno ha tomado la dirección acertada en estas materias. El reforzamiento del carácter colegiado de la comisión permanente del partido, que lógicamente terminará por extenderse al propio Consejo de Ministros, potencia el papel de los líderes «históricos» de las diversas corrientes dentro del centrismo, desde Abril hasta Fernández Ordóñez, pasando por Martín Villa, Garrigues, Pío Cabanillas y Lavilla. Esta solución es la más congruente con la naturaleza de un sistema parlamentario como el español y la más apropiada para una formación partidista que se proclama pluralista y abierta a diversas influencias ideológicas. El aceptamiento por el presidente Suárez de este esquema implica además un cambio cualitativo y positivo en la manera de gobernar. El tiempo dirá de la habilidad de los protagonistas a la hora de hacerlo efectivo y real. Pero en cualquier caso, la historia de los fontaneros parece destinada, de forma definitiva, a los archivos. De otro lado, las noticias de las negociaciones del presidente Suárez con las fuerzas políticas nacionalistas confirman con mayor énfasis cuáles son los verdaderos problemas del escenario político y relegan estas historias domésticas a sus niveles reales de hablillas de pasillos o intrigas de tres al cuarto.

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