Los jóvenes turcos
El presidente Suárez, en su vuelta alrededor de sí mismo en ochenta días/luz, acaba de inventar el Frente de Juventudes, o sea, los jóvenes turcos. Algún escritor me dijo alguna vez que las distaduras apelan siempre a los jóvenes y su proclividad epicolírica. Esto no es una dictadura, pero de ella/contra ella nació. Cuando los barones se van ya de veraneó a sus playas cubiertas de amargura -a Fernández Ordóñez le he dado en El Sol quizá el último abrazo de la season-,cuando los tardotácitos prolongan durante todo junio las flores a María que les tuvieran alejados del presidente en mayo, cuando los liberales viven el largo y abultado spleen de Joaquín Garrigues, cuando los neocapitalistas -el otro Garrigues, Antonio- dicen que no hubiera estado mal un Gobierno socialista, el solitario de la Moncloa, Luis de Baviera en el secarral castellano que hay entre Madrid y la sierra, apela a la cantera local, a la primavera errática y desnuda de UCD, a la adolescencia del partido. A los jóvenes turcos. Es un golpe de mano genial y tradicional: el hombre que no renuncia al poder, recurre a galvanizar a la nueva generación cuando le desasisten quienes le galvanizaron a él.O mueren, como Fernández-Miranda. Hasta la muerte está jugando en contra de Suárez. Por no decir Emilio Romero, que acaba de dedicarle en estas páginas una enrollada necrología. La recurrencia a lo joven, a la juvenilidad, a «la España alegre y faldicorta» de José Antonio Primo de Rivera, acaba siempre en Frente de Juventudes. Hasta Mao Zedong tuvo su Frente de Juventudes en España, traducción maoísta/progre de la Joven Guardia Roja y revolucionariocultural de China. Anoche nos han dado una cena mágica en el Retiro a Luis Berlanga, Fernando Savater, Ramoncín y otros famosillos, hasta trece. La cosa iba de ocultismo, utillería del más allá, muerta/viva en pelotisimas (la actriz Cristina Puig), barcas en llamal por el estanque grande, menú afrodisíaco y hogueras lúdicas al pie de don Alfonso XII a caballo, que, como dijera el cronista, «tose en bronce». Los organizadores se estiraron con una pasta que les ha costado el número para nada, pero luego Ramoncín, Tena y yo cogimos el gomas y volvimos a Bocaccio, o sea la irracionalidad conocida y cotidiana como salvación de lo irracional desconocido. Quiero decir que la juventud anda hoy en esos rollos, del rick/nenuco al draculismo como filatelia, y es muy difícil para cualquier partido encender ideologías en la cabeza revuelta de los jóvenes.
Adolfo Suárez, que está carroza para el rock/nenuco o para anunciar el final del Apocalipsis, como Cristina Puig, entre gasas desnudas (aparte de que el apocalipsis transicional no ha terminado, sino que está empezando), Adolfo Suárez, digo, hace lo que los políticos desesperados, los césares romanos, los señores de Charlus y los escritores con negro han hecho siempre: provocar/ promover/ explotar/ promocionar / putrefaccionar a la juventud más joven, esa que cuando quiere llorar no llora y a veces llora sin querer. O sea, arrancarles a la sagrada selva adolescente de Rubén Darío para hundirles/ erigirles en el albañal madrileño de la ambición y el cargo, que es un albañal con moqueta y tres teléfonos.
Cuando los grandes inventores de la Historia -y Suárez ha inventado Historia de España, pero se le han acabado los fascículos, o ya no se venden-, empiezan a inventar lo que estaba inventado, es que han cubierto su ciclo, recorrido su órbita e incumplido su última promesa televisiva, como las incumplían los emperadores tardorromanos ante la televisión en directo (la única televisión en directo es cuando no hay televisión) del senado y el pueblo. Suárez se ha inventado el Frente de Juventudes de paisano.
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