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Un hombre esencial para la transición

La figura de Torcuato Fernández Miranda es esencial para comprender la transición política española de la dictadura a la democracia. Con Fernández Miranda desaparece el hombre que colaboró a la defenestración de Carlos Arias y a la instalación de Adolfo Suárez en la presidencia del Gobierno, que realizó desde la presidencia de las Cortes orgánicas la reforma política que significó el hara-kiri de aquel singular Parlamento, y que supo retirarse a tiempo, el 31 de mayo de 1977, cuando las inminentes elecciones generales del 15 de junio devolvían la soberanía a los españoles y se entraba en un período constituyente.Gijonés, de 64 años, casado con Carmen Lozana y padre de siete hijos, Torcuato Fernández Miranda muere en un momento en que su nombre volvía a surgir a la palestra política, esta vez en la boca de determinados sectores de la ultraderecha, que volvían sus ojos a quien, aun habiendo sido mentor de la reforma Suárez, se había distanciado políticamente de su principal protagonista. Con ello se habría repetido la operación que ya intentó Manuel Fraga en el verano de 1978, en plena elaboración de la Constitución, cuando propuso al Rey una personalidad independiente para hacerse cargo de la presidencia del Gobierno, con unas características que señalaban, sin dudas, a Fernández Miranda.

Catedrático de Derecho Político desde 1945, su primer cargo político de cierto relieve fue el de director general de Enseñanza Media, para el que le designó en 1954 el entonces ministro de Educación Nacional, Joaquín Ruiz-Giménez. A partir de él, su carrera en el régimen de Franco fue fulgurante, hasta llegar a ocupar la presidencia del Gobierno durante los diez últimos días de 1973, tras el atentado que costó la vida al almirante Carrero, de cuyo Gobierno era vicepresidente. Al cesar en el cargo de presidente del Gobierno, en el que Franco no quiso confirmarle, Torcuato Fernández Miranda pronunció unas enigmáticas palabras -a las que era muy aficionado- en presencia del nuevo presidente, Carlos Arias, y de otras altas personalidades, que fueron valoradas como un anticipo de sus renovadas responsabilidades políticas para un momento no muy lejano.

La conocida proximidad de Fernández Miranda a don Juan Carlos, de quien fue profesor cuando era príncipe, y consejero después, le aseguraban, en efecto, un importante protagonismo para la difícil tarea de realizar la transición a la democracia. Las cualidades de Fernández Miranda para esta operación procedían de su profunda inserción en las instituciones franquistas, en las que, especialmente desde la secretaría general del Movimiento -él gustaba siempre de que se le llamara solamente «secretario general»-, había tomado las medidas políticas del régimen. A pesar de sus juveniles ideas joseantonianas, ya en esta etapa procedió a la desfalangización del Movimiento. El tradicional ministro de la Falange sustituyó en su indumentaria la camisa azul por la camisa blanca, y en las repetidas asistencias al canto del Cara al sol prodigó su presencia en posición de firme, sin levantar la mano a la manera falangista.

Durante esta etapa, Torcuato Fernández Miranda arrostra la impopularidad de los sectores aperturistas del franquismo, al negarse sucesivamente a poner en funcionamiento una ley de asociaciones. Fueron los tiempos en que se hicieron célebres frases como la de la «trampa saducea» o argumentaciones como la de que no deseaba hacer «un pastel de liebre sin liebre». Buen dialéctico, Fernández Miranda insinuaba que no estaba todavía el horno político para el bollo del asociacion1sino. Los aperturistas le tenían por duro y le atribuían la negativa. al asociacionismo, cuando estaba claro que tanto el «proyecto Solís» como los intentos renovados del propio Fernández Miranda, descansaban apaciblemente en las mesas de despacho del almirante Carrero y del propio Franco.

Iniciada, con la muerte del dictador, la transición a la democracia, Torcuato Fernández Miranda vuelve a adquirir protagonismo político, ahora para colaborar al asentamiento de la Monarquía. Desde su puesto de presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, Torcuato Fernández Miranda logra situar a Adolfo Suárez en la Secretaría General del Movimiento, en sustitución de Solís -a pesar de la resistencia de Arias-, y después empuja al propio Carlos Arias fuera del Gobierno. La operación de introducir a Adolfo Suárez en la terna que debía ofrecerse al Rey para nuevo presidente del Gabinete la consigue arrancar del viejo Consejo del Reino. A partir de ahí se desencadena la reforma política, que Suárez promueve desde el Ejecutivo y Fernández Miranda instrumenta desde las Cortes, mientras que el Rey desempeña su papel de «motor del cambio». Según Joaquín Bardavío, durante esta etapa, el Rey, Fernández Miranda y Suárez cenaban muchos domingos en la Zarzuela.

La influencia de Torcuato Fernández Miranda sobre Adolfo Suárez durante la primera época de su mandato fue notable. Uno de los ministros de su primer Gobierno, Aurelio Menéndez -hoy magistrado del Tribunal ,Constitucional y probable presidente del mismo en su día-, ocupó la cartera de Educación por indicación, al parecer, de Fernández Miranda. Sin embargo, más tarde se produciría un visible enfriamiento. En la operación de legalización del Partido Comunista de España, Fernández Miranda permanece ajeno y, según parece, discrepa de los procedimientos utilizados.

Las diferencias fundamentales de Torcuato Fernández Miranda con el modo de conducir la transición se pusieron de manifiesto durante la elaboración de la Constitución. Desde su papel de senador de designación real, Fernández Miranda se retira de la Comisión Constitucional por desacuerdo con el procedimiento de elaboración de la Constitución, y se muestra partidario de «reconstruir la derecha democrática».

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