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Reportaje:

El neofascista Giorgio Almirante, puede conseguir hoy la victoria en Nápoles, desplazando a los comunistas

Juan Arias

En esta ciudad de Nápoles, tan bella, caótica, compleja, difícil y ancestralmente pobre, que ha sido definida como «ingobernable», tienen puestos los ojos hoy todas las fuerzas políticas, ante las nuevas elecciones municipales y regionales que llevarán a las urnas, desde esta mañana hasta el lunes a mediodía, a 43 millones de italianos. Se vota en todas las regiones que no poseen un estatuto especial, y que son la gran mayoría. Unas elecciones que, por las graves circunstancias en que vive el país, hasta el secretario general de la Democracia Cristiana, Flaminio Piccoli, ha afirmado que serán «políticas». De Nápoles, donde se vota para la región, la provincia, el ayuntamiento y, por vez primera, para los consejos de barrio, ha escrito Corriere della Sera, con grandes títulos, que será el mejor test de estas elecciones, en las cuales, como no sucedía desde hace muchísimos años, comunistas y democristianos se han echado de nuevo los trastos a la cabeza con polémicas durísimas.

Esta ciudad, considerada la capital del meridione, síntesis de todos los males del Sur y símbolo de todas las contradicciones italianas, fue una de las muchas ciudades que, en las elecciones municipales de hace cinco años, cayeron en manos de los comunistas, los cuales, después de la primera experiencia de gobierno local en el Sur, podrían de nuevo hoy quedarse en la calle. Y lo peor es que esta derrota, que ya se anunció en las elecciones políticas de 1978 -en las que perdieron nada menos que un 10% de votos-, podría esta vez ir en ventaja del partido fascista de Giorgio Almirante, el MSI (Movimiento Social Italiano).El viernes fue Almirante quien cerró en Nápoles Ia campaña electoral con un mitin en la misma plaza donde, hace unos días, había hablado Berlinguer, secretario general del Partido Comunista. Pero Almirante, que representa ya hoy el tercer partido de la ciudad, arrastró más gente que el líder comunista, que durante estos cinco años ha contado con alcalde también comunista. A pesar de la lluvia, Nápoles quedó paralizada. Se podía andar sólo a pie. Miles de coches y taxis tapizados.con las fotografías de Almirante, con los cláxones a toda potencia y el saludo fascista desde las ventanillas, se apoderaron del centro de la ciudad para ir a reunirse en la plaza del Plebiscito. Y es que Almirante, derrotado ya en toda Italia, ha escogido Nápoles para lanzar su ofensiva. Es significativo que Almirante haya escogido Nápoles para dar su batalla, en el momento en que los comunistas, probablemente, van a perder el poder.

Nápoles es una ciudad, según afirman otros líderes políticos, que se parece a una vieja prostituta que pasa de mano en mano a quien le ofrece más: fue monárquica, después fascista, más tarde democristiana, últimamente comunista y, de nuevo, está a la búsqueda del «partido milagro».

Y es que en esta ciudad, famosa por el milagro de la licuefacción de la sangre de san Genaro, se ha buscado siempre corno solución a sus males incurables un mesías, un hombre del milagro. De aquí han surgido los cambios tan radicales y extremistas del electorado.

Alguien asegura que el alcalde democristiano Milanesi, a quien sucedió el comunista Valenzi a los pocos meses, brindó con sus amigos porque el nuevo alcalde comunista había empezado una dura campaña de moralización. Había empezado a convocar a todos los guardias urbanos y a todos los barrenderos amenazándoles con despedirles si no se presentaban cada día al trabajo, porque más del 50% de ellos estaban como chóferes o recaderos de los políticos o de personajes influyentes de la ciudad, ganando así dos sueldos: «en las próximas elecciones, todos éstos serán votos democristianos», parece ser que afirmó, el ex alcalde democristiano levantando su copa.

Un militante comunista y un militante del movimiento católico ACLI (una especie de HOAC española) explicaron que, en realidad, la izquierda ha hecho mucho en estos cinco años. Y se lo han explicado a los ciudadanos con medio millón de cartas enviadas a domicilio: la mortalidad infantil ha bajado del 50%, se han aumentado las escuelas, se han creado cientos de centros sociales y sanitarios para mujeres y ancianos. Han cambiado los criterios de empleo, siempre clientelares en Nápoles. Se preparan programas de envergadura, como el de limpiar el mar. Se han gastado 20.000 millones de pesetas en cinco años, en vez de los 2.000 de los cinco años precedentes.

Pero, al mismo tiempo, es verdad que las cosas más vistosas no han cambiado: la ciudad sigue siendo un caos, aumenta el partido de los desocupados que se ha separado del Partido Comunista y sigue intacta la corrupción. Y es que todo esto, afirman estos militantes, el alcalde comunista habría podido eliminarlo con un plumazo. Pero las consecuencias hubieran sido desastrosas. Se hubieran quedado sin trabajo miles y miles de napolitanos, que se arreglan con mil subterfugios para salir adelante dentro del gran mundo de la corrupción.

Comunistas y democristianos siguen luchando sólo para ampliar el electorado, mientras se aprovecha Almirante, el cual, aún sabiendo que es imposible, les ha asegurado que será el nuevo alcalde y que les dará una ley especial para Nápoles: dos cosas imposibles porque con Almirante no gobernaría hoy en Italia ningún partido. En Nápoles necesitaría conquistar el 51% de los votos, y en el Parlamento, convertirse en el nuevo Mussolini.

Y, a pesar de todo, Almirante es esta mañana la gran espina de las elecciones para las fuerzas democráticas, ya que, afirman todos los políticos, si de doce concejales que tiene Almirante en Nápoles pasara a veinte, como ha anunciado, la ciudad entonces sería doblemente ingobernable. Sería políticamente muy grave y, sobre todo, un peligroso antecedente para un Sur que está explorando por qué ha perdido, en parte, la confianza en la Democracia Cristiana y no ha conseguido aún creer en la izquierda.

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