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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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¡Bravo, hemos ganado!

El señor presidente anunciaba el resultado de la votación: 152 síes, veintiuna abstenciones, 166 noes.¡Bravo, hemos ganado! Nos rompíamos las manos encima de nuestro líder en un aplauso que queríamos que fuera histórico, con una emoción sincera que saltaba por encima de todos los sentimientos encontrados de dos semanas de vida alucinada. Sin embargo, el sabor amargo de duras vivencias del pasado inmediato seguía dándonos vueltas y vueltas alrededor del paladar, de la garganta al estómago, de éste hasta los dientes y vuelta a empezar.

Pero ¿qué ha pasado aquí? Desde nuestros bancos hemos vivido con rabia el intento renovado de ahogarnos en un mar de porquería, en relación con el cual quiero pensar y creo que ninguno de nosotros sabemos de qué va.

Hemos admirado, ¡naturalmente!, el esfuerzo titánico, limpio, limpio, insuficiente, insuficiente, pero admirable sin reservas, por alcanzar un objetivo que sabía perdido desde el primer momento, realizado por el candidato en cuyas inflexiones de voz, gestos y palabras hemos creído ver algo digno de ser analizado. Hemos creído ver la voz y el gesto no de un político al uso, sino de un español joven que espera más de nosotros que de sí mismo y que nos dice desesperadamente, con los dientes apretados: « ¡Por Dios, hagan ustedes algo! ¡Quiero tener esperanza!, tengo derecho a tener esperanza. Ustedes no me dan motivos y yo sé, lo sé con rabia, que en estos momentos nadie más que ustedes me la pueden dar. Sé que voy a perder. Sé que ustedes saben más cosas que yo. Sé que hasta pueden estar más preparados. ¡Den un grito de esperanza! No me cuenten más cómo lo están haciendo. Sigan haciéndolo, pero díganme, si es necesario todos, los días, que puedo esperar algo mejor. Ustedes saben que yo sé que esto es largo y duro, que nosotros muchas veces, demasiadas veces-, no damos la talla necesaria y seguramente ahora les podría admitir que tampoco la estamos dando, pero nosotros somos algo así como el otro lado del espejo de ustedes. ¿O es que todavía no se han enterado? Bien por nuestros cien años de historia pero, de verdad, de verdad, nosotros hemos nacido ayer. Como ustedes. Somos igual de frágiles que ustedes. Pero ustedes han tenido más suerte. ¡Quizá sean mejores! Ustedes han conseguido aislar a un animal político de la envergadura de Fraga por su derecha. Nosotros tenemos pisándonos los talones por la izquierda, no a alguien, sino a algo muy serio que no tiene ninguna prisa. Que en cada escaramuza entre nosotros dos se nos queda con algún girón de nuestró espacio político. Algo que seguramente nos sobrevivirá a los dos, si ustedes no se dan cuenta, si no me ayudan a ayudarles. Si nos dejan solos en este escenario ciego y nuevo en el que otros se mueven como maestros y nosotros vamos a tientas. ¡Salgan de la oscuridad. Ejerzan el poder en campo abierto y vénzannos si es necesario y pueden, pero no abandonen el campo! »

Podríamos seguir con el discurso de ficción hasta el infinito, quizá arrastrados por nuestra íntima convicción y nuestros más ardientes deseos. Acompañando el curso de estos pensamientos fingidos con nuestro coraje y nuestra frustración de tantos meses de desesperada lucha sin luz; de tanta esperanzay sacrificio ahogado en soledad y amargura. De tanta incomprensión y dureza desde dentro y desde fuera de nuestra propia casa. Podríamos, seguramente, decir que nadie, absolutamente nadie, nos ha podido ganar en ilusión y ganas de arreglar las cosas. Que nadie, absolutamente nadie, ha buscado más ansiosamente una explicación en la oscuridad al silencio de nuestro líder. Que nadie se sentía más fieramente unido a él cuando nos decía a todos que se ha quemado, que ha quemado al partido para que otros no se quemen. Y dentro de nosotros, al tiempo que nos gritábamos, ¿por qué?, nos decíamos, con la serenidad y amargura de los que saben que seguramente podrían haber hecho mas y mejor, pero que han cumplido su deber en esta hora: «Después de todo, lo hecho, hecho está».

Porque nosotros sabemos, lo hemos sabido siempre, que teníamos y tenemos una responsabilidad adicional en este trance. Sabemos que sin nosotros este sistema no funciona. Que este mecanismo delicado exige no sólo que nosotros seamos cada vez mejores, sino que los demás, aquellos que están, dicen estar, a nuestros flancos sean cada vez mejores. Y sabemos que nosotros tenemos que ayudarles. Y, en aras de ese objetivo, muchos hemos renunciado tantas veces a tantas cosas, porque ese, y no otro, era, y sigue siendo, el sentido de la moderación. Porque alguien tenía que frenar rabiosamente la tentación de la violencia verbal, del choque sistemático, de la fuerza del poder, de la arrogancia del vencedor. Porque alguien tenía que dar espacio a los demás. Porque alguien tenía que callarse cuando otros hablan demasiado. Porque alguien, en fin, tenía que equivocarse siempre cuando los demás no se equivocan nunca.

¿Y ahora qué? Ahora, en medio del supuesto hastío, se ha producido un milagro que sólo en una nación como la nuestra podía producirse. Ahora, en el supuesto y falso hastío, en la supuesta vuelta de espaldas de un pueblo hacia sus dirigentes, toda una nación escucha y lo hace con plena conciencia de que su vida está ahí, en las cuatro paredes de un Parlamento que, ahora o nunca, hincará sus raíces en el alma del pueblo. Ahora se ha producido el milagro, el verdadero milagro de cierre de una transición durísima, sangrienta si se quiere, pero a la que, a pesar de todo, hay que reconocerle que nunca fue pensada con tan bajo coste. Ahora se ha cerrado la transición hecha por unos aprendices que andamos de puntillas y a tientas en el plano oscuro de un presente del que no fluye el futuro con naturalidad, sino a golpes de violencia y sorpresa.

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Ahora ya parece saberse que todos queremos vivir en libertad, nos cueste lo que nos cueste. Ahora ya sabemos que este pueblo quiere encarar sus problemas, por graves que éstos sean, en el marco de la libre discusión de un sistema parlamentario moderno.

¿Qué hacemos ante esta situación? ¿Es demasiado tarde para nosotros? ¿Es demasiado pronto para otros?

Es posible que estemos en el derecho de pensar que aún tenemos tiempo, pero es bastante seguro que no podemos perder ni un solo día en relpondernos a un montón de preguntas, y lo hemos de hacer públicamente. Por ejemplo:

¿Es legítimo cargar sobre un solo hombre la responsabilidad de los errores? ¿No será más justo, más realista, más serio, preguntarse si ha pasado el momento de todos los que hemos estado en la primera hora? ¿No será más sensato exigir a los que han observado la lucha desde fuera que se incorporen a ella? ¿No será conveniente reconocer que la mayoría de los mejores aún no se ha integrado en esta primera línea de defensa de los intereses colectivos? ¿Por culpa de ellos? Un buen político ha de pensar siempre que la culpa es suya.

Preguntémonos valientemente si el mapa político actual, el que ha servido bien a la transición, es el mejor posible al tiempo que ya estanlos viviendo. ¿Es UCD un partido de concepciones modernas, tanto en su sistema de gobierno interno como en la expresión de sus ofertas ideológicas al pueblo?

¿Es el PSOE un partido de cuadros jóvenes e hipotecas arcaicas?

¿Podemos confundir la casi nada territorial de la derecha parlamentaria con la fuerza extraordinaria de un líder brillantísimo?

¿Cómo podremos hacer política nacional con unos líderes regionalistas borrachos de un ñacionalismo de aldea? ¿Debemos catalanizar España, como ha dicho en alguna ocasión una de las cabezas más serenas y bien organizadas de los políticos profesionales de esta hora? ¡Pues hagámoslo!, si eso es bueno para España. Y yo estoy seguro de que lo será.

¿Estamos los de UCD preparados para anteponer los intereses generales a la defensa de nuestros demonios familiares concretados en tanta lucha por el poder personal, tanta vanidad ideológica y tanto aldeanismo de grupo?

¿Seremos, en fin, capaces todos de iniciar desde hoy la autocrítica de nuestra propia posición ideológica, preparando para 1983 unas ofertas a la nación con límites ideológicos precisos?

¿Tendremos, en fin, la gallardía de darnos cuenta de que ninguno valemos gran cosa, vistos individualmente, y obrar en consecuencia?

¿Tendremos la grandeza de espíritu de enfrentarnos en todo lo que sea preciso, respetando las reglas del juego, y ponernos de acuerdo en lo esencial para empujar hacia adelante a España, por lo menos hasta 1983?

¿Seremos capaces de vencer la tentación de utilizar al pueblo, sirviéndole hasta la extenuación?

¿Tendremos la humildad de irnos a casa, si es que no servimos o ha pasado nuestra hora?

¿Es tan difícil una respuesta honesta a estas preguntas? Yo creo que no, y estamos obligados a darla ya.

Entonces es cuando podremos decir con justa causa: ¡Bravo, hemos ganado!

Francisco Soler Valero es diputado de UCD por Almería.

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