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Tribuna
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Hipocresía nacional

Juan Cruz

El partido Real Madrid-Castilla, en el que el primero de los dos equipos obtuvo la preciada Copa del Rey, fue un mal ejemplo para el país.Fue una batalla entre hermanos, en la cual los hermanos parecían padres e hijos sin problemas de generaciones: eran parientes que se amaban.

España no está acostumbrada a este tipo de espectáculos y la aparición de los mismos en la pequeña pantalla -los que van al césped se ahorran la aventura de ver el fútbol en la pequeña pantalla- crea traumas muy graves, de los que la comunidad nacional tarda mucho tiempo en recuperarse.

No es común, y eso deben saberlo los futbolistas antes de salir al campo, que los enemigos se saluden mientras se hallan en batalla. Cualquier amor no bendecido por la solidaridad en el objetivo es malo para el espectador, que ve en esos escarceos sentimentales la amenaza o la evidencia del tongo.

En el partido comentado hubo el propósito final de la victoria por parte de ambos conjuntos, pero se demostró demasiado que ambos estaban de acuerdo en que el éxito del contrario era un éxito propio.

Ver a Juanito, futbolista que se caracteriza por despreciar al contrincante, sobre todo cuando éste le supera, saludar con un aplauso al portero del Castilla, porque éste le ha vencido en la lucha librada por el delantero contra el guardameta, es un mal ejemplo para el espectador nacional.

El español no debe aplaudir en el terreno de juego, porque nunca lo hizo; los únicos parlamentarios de este país que se han congratulado mutuiamente acerca de sus capacidades para usar la tribuna han sido Adolfo Suárez y Felipe González, pero eso ocurre porque ambos son los últimos ejemplares fósil,es del consenso.

Juanito llegó tarde al ruedo de la política del fútbol nacional y cambió, sin quererlo, el drama del enfrentamiento fraterno por la bobalicona actitud del que aplaude al portero contrario cuando éste le vence. Este es un país de gente que llega tarde a los sitios. Juanito ha hecho lo que ve a su alrededor, lo cual es francamente plausible, porque para él, como para cualquier deportista que dependa de la afición y de la ficha, el medio es su mensaje.

La noche del pasado miércoles fue una desgracia nacional: al debate parlamentario que la semana anterior vieron los españoles le han puesto tirabuzones; el partido de fútbol fí nal de la,Copa del Rey, que debió haber sido un enfrentamiento entre el porvenir y el pasado, entre la veteranía y lo radical, se quedó en agua de borrajas, en una exhibición en la que el corte de mangas fue sustituido por el ditirambo. El centro -y en el fútbol no hay centro democrático, porque los que juegan en el centro del terreno son la verdadera izquierda del fútbol; la delantera es la derecha- ha dado un ejemplo de hipocresía nacional. Los equipos del centro han ofrecido un espectáculo de unanimidad que habrá epatado a las regiones restantes. Han asistido a una fiesta entre hermanos cuando en este país todos esperaban un enfrentamiento, cuando menos, entre primos hermanos.

Ha sido una jornada aciaga, como todas aquellas jornadas en las que Poldark perdía ante Warleggan, tan cómica y tan dramática como aquellas escenas en las que el flaco, que había hecho tan excepcional dribling a su onerosa fortuna, perdía tontamente ante la voluminosa y rotunda lógica despreciable del gordo. Stan Laurel vestía de azul y era el Castilla. El Madrid, como siempre, iba de blanco y gordo y se llevó la banca. El póquer no se hizo para los pequeños, Bogey.

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