La muerte del vagabundo Cayetano Sentís pudo ser un asesinato premeditado
La muerte del vagabundo Cayetano Sentís Cerezo, de 63 años de edad, que apareció abrasado en el interior de una furgoneta estacionada en la calle de Sainz de Baranda, donde habla instalado su vivienda hace diez años (véase EL PAÍS de ayer), pudo tratarse de un asesinato premeditado. Este hecho lo abona el que entre los restos encontrados en la furgoneta se halló un papel manuscrito en el que se leía: «Coche patrulla de la Policía Municipal, M-6235-U, a quienes se hizo constar que habían jurado matarme». Con numerosas pruebas documentales, un redactor de EL PAÍS ha reconstruido la increíble y triste historia del vagabundo Cayetano Sentís de parte de su vida y de su muerte desalmada.
A las 4.30 de la madrugada del viernes los bomberos descubren el cadáver de un hombre y el de un animal, acaso un perro, en el interior de la furgoneta DKW oscura que acaba de arder junto a la central. A la mañana siguiente la policía comunica a las agencias la muerte de un mendigo o vagabundo llamado Cayetano Sentís Cerezo, «probablemente debida a causas accidentales». Y en el parque de O'Donnell, los chicos vuelven a agruparse alrededor de la furgoneta de Cayetano, el Tuerto de la Hidroeléctrica, el Ojo pocho o el Pituso y a recordar viejos encuentros. Era aquel Cayetano un tipo curioso. «A mí solía hablarme de Julio Verne, de Ruperto Chapí y de Graham Greene». «Conmigo jugaba a las damas; fabricábamos las fichas con tapones de refresco: era un buen hombre, pero hacía trampas». «Una vez me contó que durante la guerra civil había luchado en los dos bandos: mentaba continuamente el Quijote y las ametralladoras y vivía a su manera: en invierno dormía dentro de la camioneta, y en verano hacía un camastro afuera». Los chicos le llamaban el Ojo pocho. Y llegan las madres de familia. «El debía de ser un hombre de capital: se escribía con jueces y magistrados, su padre era médico, y cuando nos veíamos a la hora de la compra hablaba de una finca en Sagunto». «Podía ser uno de esos millonarios obsesionados con guardar el dinero, porque él tenía dinero». «Andaba muy sucio y descuidado; esa era la única prevención que teníamos con él, pero con los niños se portaba muy bien, le apodábamos el Pituso; le dábamos el mismo nombre con que él llamaba a los más pequeños».Cayetano Sentís Cerezo era tuerto del Ojo derecho y tenía una terrible cicatriz en la cara y el cráneo y una cicatriz interior que le velaba el ojo sano y le hacia poner en sus voces de alarma el tono especial con que gritan los pastores en las grandes soledades del campo o con que los guerreros se infunden valor cuando pasan al contraataque. Según los más pequeños, era un personaje de Stevenson; según los adolescentes, un viejo de Dickens; según las madres, un aristócrata de Dumas, acaso segregado por amor, o por celos, o por desengaños; siempre por amor, pues.
Ahora, al mediodía del viernes, ahí quedan su camastro fabricado con monos azules y su anaquel colgante, del que penden un despertador, un llavero y varios ganchitos con cosas que han envejecido bruscamente, como todo lo que se abandona de pronto. Y ahí quedan una máquina de escribir calcinada y todos sus papeles; quién sabe si en ellos se cuenta la vida de el Tuerto de la Hidroeléctrica, el Ojo pocho o el Pituso.
Uno de los chicos del barrio de O'Donnell ha descubierto lo que parece un diario o una novela autobiográfica: «Mirad, mirad: esto era lo que tanto escribía». Página 215. Leo en voz alta: «... Al tomarla trinchera enemiga pude darme cuenta de que la ametralladora estaba con el cañón apoyado en tierra y el culatín sobre los sacos. No tenía ninguna clase de servidor... Solamente un moranco intentaba escurrirse por la trinchera y al verlo Dinamita le salió al encuentro, cortándole la retirada desde el exterior de la trinchera y esperándole a pie firme. Cuando el moro se vio forzado a pasar, Dinamita se abalanzó sobre él y le pinchó en la parte alta del vientre, y entonces escuché un grito dolorido y desgarrador... Métele más, y fuerte, Dinamita, le grité mientras iba en su ayuda... Ahora yo empezaba a ver cosas y objetos un poco difuminados, y tenía la extraña sensación de que todo lo que me rodeaba adquiría una tonalidad blanquecino-transparente con ciertas fosforescencias luminosas... Me causaba intriga y sospecha que se me pegasen las ropas al cuerpo y, ¿no era ello una rareza sin estar sudando? Al mirarme los pantalones, observé que estaban manchados de san gre». Página 563: « ... Cuando yo ingresé en el campo de concentración del estadio del Rayo Vallecano, la escapada allí era casi imposible... Entre los 15.000 o 18.000 prisioneros hubo quien logró ingresar con dinero y esto les sirvió para comprar aquello que necesitaban a moros y legionarios». Página 207: «Hoy, al cabo de muchos años, existe... un fortín de ametralladoras casi inexpugnable... En el momento actual, es el único nido de ametralladora que en el parque del Oeste da eterna centinela al puente de los Franceses ... ».
Brigada mixta Garibaldi
Para Cayetano Francisco Sentís Cerezo, hijo de Cayetano Sentís Melendo, médico forense, y de Aurora Cerezo Ortego, nacído en Talvella, provincia de Soria, el 2 de abril de 1917, casi fecha premonitoria del que habría de ser Día de la Derrota para los muchachos de la Brigada Mixta Garibaldi, habría dos preocupa ciones al final de la guerra: reivindicar a sus padres, Cayetano y Aurora, y tener una casa. Hay entre sus papeles una encendida vocación por regresar a los oríge nes, por volver al 17 de julio de 1936, a los diecinueve años, a Luis Regueiro y a Raquel Meller. Todavía el 7 de febrero de 1977, Alicia Cuenca, secretaria de ad ministración local de Talveila, le escribía para comunicarle el correcto envío de una partida de nacimiento que está aquí, entre los harapos quemados y el olor a trinchera, y para decirle en cierto lugar de la carta: «No he recibido todavía el frasco de colonia que me anuncia en la suya, pero vaya por delante mi agradecimiento sincero por este delicado detalle ». Hay un certificado de matrimonio, fechado en Madriguera, provincia de Segovia, donde se compulsa el casamiento de Aurora con el médico forénse en 1913, y un certificado de la defunción del médico forense Cayetano Sentís Melendo, expedido en El Cuervo, provincia de Teruel, donde se dice que el suprascrito firió el 12 de octubre de 1935, imposible volver, Cayetano. Pero hay otro papel, pequeño como un recibo de la luz, y avalado por un sello del Hospital Psiquiátrico de Mujeres, de Ciempozuelos, provincia de Madrid, en el que se consigna para lo que fuere menester que Aurora Cerezo Ortego fue trasladada a Segovia el 30 de agosto de 1950, y él, Cayetano, añade de puño y letra que luego volvió a Ciempozuelos y fue nuevamente trasladada, el 7 de octubre de 1977, a Segovia y La Granja, y parece que dio con la pista, pero que no pudo volver a verla; llegaste tarde otra vez, brigadista.
Dicen los chicos del barrio de O'Donnell que el Tuerto de la Hidroeléctrica no perdió el ojo en la guerra. «Durante muchos años fue camionero. Un día le reventó un neumático en la cara, saltó el aro protector y le hundió el cráneo y le destrozó el ojo». Según su carné de identidad, señalado con el número 2.023.247, y expedido en 1967, está soltero y tiene la profesión de inválido. Quedan los restos de una copia de auto de procesamiento por accidente de carretera en el que su camión chocó frontalmente con otro; un decreto de libertad provisional sin fianza; una página segunda de Diario 16 del día 18 de abril de 1979, en la que se dedica un artículo a «Un procesalista español: Santiago Sentís Melendo»; una fe de vida y vacunación de la perra Ojitos, de raza mestiza y capa gris y blanca, otorgada por el Ayuntamiento de Madrid; una carta del Banco Central en la que se le reconoce una cuenta corriente de 181.000 pesetas, más o menos, y el borrador de una carta dirigida a su ílustrísima señoría don Federico Mariscal. En ella les recuerda la muerte de Santiago Sentís Melendo, tío suyo; alaba a su secretaria y condena a un ayudante «porque, al recibirme, me mandó a General Castaños bajo la amenaza de romperme la cara. Si llega a atreverse, se acuerda de lo que fue Yes, un sargento del Servicio de Investigación Militar. Le secciono la yugular con los dientes y se acuerda del mejor dinamitero de la Garibaldi, Duodécima Internacional Mixta». Vuelve con los niños del barrio, Cayetano.
El viernes pasado, como siempre que alguien se desangra o se quema, los investigadores partirían de tres hipótesis de trabajo: accidente, suicidio u homicidio. La primerá parece la más probable, porque es una temeridad encender un infiernillo de gas dentro de una furgoneta llena de harapos comprados en la intendencia de El Rastro, como decía Cayetano. Al mediodía, los chicos se reparten amuletos.
Pero se ha salvado de la quema un bloc de bolsillo que huele a humo y a papel mojado, como el cielo al que van los esenitores, En su primera página se lee la siguiente frase manuscrita: «Coche patrulla de la Poli Municipal M-6235-U, a quienes se hizo constar que habían jurado matarme».
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