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Reportaje:

Luis Miguel, Ordóñez, Camino, El Cordobés, Palomo: un "revival" torero sin torería

Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, Paco Camino, El Cordobés, Palomo Linares y otros torearon ayer en Quismondo, con éxito relativo, aunque todos cortaron dos orejas y rabo, que debía ser la recompensa preestablecida por tácito acuerdo entre la organización del festival y la autoridad competente (¿o no?) que lo presidía. Se trataba de un revival del toreo de la época del desarrollo, y aun antes, que, una vez producido, se vio tenía de todo, menos torería.

Lo más pitongo de la comarca y de Madrid, y lo más selecto y concienciado de la afición se trasladaron hasta el pueblecito toledano para admirar a las personalidades bien divulgadas por las revistas del corazón y las artes o habilidades taurómacas de los diestros de fama, algunos de los cuales fueron, en su momento, figuras indiscutibles de la fiesta.Perdieron el viaje los que estuvieron en la placita portátil con ojo crítico, y aquellos cuya ilusión era más fuerte que la realidad, lo ganaron. En la no muy grande y crujiente placita portátil éstos eran mayoría, y se llenaron de gozo durante las casi tres, horas que duró el espectáculo, o eso parecía, pues lo aplaudía todo. Ya hemos dicho: dos orejas y rabo cortó cada torero, aunque los méritos y las calidades de cada cual diferían bastante.

Estos festivales donde actúan espadas retirados gozan del mejor crédito y convocan a lo mejorcito de la afición a los toros, pues en ellos siempre se producen instantes de gran emotividad. Hay una larguísima casuística y muchos podrán decir -como dicen- que lo mejor del torero que hayan presenciado en su vida ocurrió precisamente en un festival. En efecto, los espadas retirados salen al ruedo con mayor añoranza aún que quienes les, contemplan, desde el tendido, y todo cuanto les falta de facultades lo llenan con torería de la mejor ley, y en ello se esmeran, de tal forma que no es raro consigan superar los momentos estelares de cuando estaban en activo.

Los de Quismondo ayer, en cambio, renunciaron a toda torería -de alguno se duda que la tuviera jamás- y en cambio prodigaron, sobre todo entre barreras, los gestos histriónicos, en lo cual superó a todos, por supuesto, El Cordobés. La gracia era empujarse, ensayar movimientos de yudo o de boxeo, fingir peleas con una llave de brazo al cuello, mucho reír y alborotar, sin el menor miramiento. Luis Miguel llegó a coger una piedra para tirársela a El Cordobés, que le incordiaba.

Con esta predisposición entre la torería, era muy difícil que ningún aficionado de pro se deleitara con nada, aunque algún destello surgió. Por encima de todos, las dobladas de Ordóñez, rodilla en tierra, arte y enjundia en los vuelos de la muleta, y también los impecables pases de pecho; o unos naturales de Luis Miguel, que trastabillaba porque los años no pasan en balde, pero como tiene casta torera se creció ante la embestida codiciosa del animal y consiguió embarcarle sobre la izquierda con mucha suavidad y hondura.

Camino estuvo como torpón y sin ganas. El Cordobés reía, y porque reía, hacía reír, pero aburrió un poco en los redondos y naturales, sufrió un desarme en su primer intento de la rana, y el segundo le salió más bien tristón. Palomo muleteó rabiosillo, como acostumbra, sin que la calidad apareciera por ninguna parte. El ganadero Samuel Flores ejecutó una faena más que aseada, cargó la suerte y en conjunto no desmereció de sus compañeros de lidia. El novillo de rejones empitonó y tiró al suelo al caballo y al caballero, Fermín Bohórquez, quien se rehizo pronto y rejoneó con afán y seguridad. Para Fernando Ribera hubo dos novillos y estuvo compuestito y pinturero.

Luis Miguel fue un director de lidia vociferante, que se hacía notar en exceso, quizá porque se sentía, además, jefe y maestro. Pero no es él, sino Ordóñez, el que ha conseguido sentar cátedra y se apreciaba muy claramente en el festival. Todos le imitan, Camino, el primero. Pero no le imitan lo que decíamos de las dobladas, el empaque; el gusto y la facilidad para templar las embestidas, sino ese cursi levantar la mano que no torea, y el unipase -es decir, cortar continuamente la faena; lo hacía Ordóñez también ayer-, que es como torear con hipo. Esa manita levantada nos hace pensar que los toreros, sobre pegar pases, recitan a Machado. Desde el tendido no se les oye, pero en la arena así. «¡Oh campos de Soria!», dicen. La hermosura y los fríos sorianos como sustitutivo del arte de torear, que ha de ser cálido y mágico, chist, chist. Quizá que de ahí venga, luego, el hipo.

Fuera de la plaza había más gente que dentro y bulliciosa animación. Para el pueblo era bonito ver, llegar a los famosos de las revistas del corazón. En Quismondo, patria de Domingo Dominguín, en cuyo homenaje era el festival, no se había visto nada parecido.

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