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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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En torno al cuarto poder

Existe una serie de afirmaciones, ya prácticamente tópicas, que surgen de modo automático en cuanto se habla o se discute, en torno a los periódicos, los periodistas, los editores, etcétera.La primera es que no existe libertad si no existe libertad de prensa. Es asimismo claro que en todas las constituciones existentes o por existir el derecho a la información y a la libre expresión está reconocido prácticamente en uno de sus primeros títulos. Y es a partir de ahí cuando comienza el problema, porque, paradójicamente, ni tirios ni troyanos discuten esta realidad. Ahora bien, cómo la entienden, cómo la interpretan y cómo la subjetivizan es ya otra cuestión.

España es uno de los pocos países en los que se tiene y se pretende sostener, si no potenciar, el carné de prensa y la exigencia de una titulación oficial obligatoria para el ejercicio profesional del periodismo.

Conviene aclarar ya que nadie tiene nada contra una facultad de Ciencias de la Información, si entendemos por tal un centro en el que, con programas lógicos, adaptados a tal fin, se puedan formar técnicos en la información. Y tampoco habría que oponer ninguna razón contra dicha facultad si tuviera períodos de reciclaje para periodistas, a fin de realizar intensivos cursillos de especialización y renovación profesional en alguna materia concreta d e la información.

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Pero deducir que una facultad de Ciencias de la Información, al término de unos cursos de licenciatura, produce un producto que se llama periodista es, en primer lugar, absolutamente gratuito; en segundo lugar, absolutamente falso, y, en tercer lugar, absolutamente utópico. Un periodista es toda persona que compone, escribe o edita un periódico, o la que tiene por oficio escribir en periódicos. Esto es textualmente lo que dice la Real Academia Española, reflejando sin duda la auténtica práctica profesional.

Los periódicos, en una democracia, por lo general, son una empresa sujeta a las leyes del mercado, con unos fines concretos y con unas connotaciones tan específicas que hacen de su actividad una de las más características, diferenciadas y atípicas de todas cuantas existen en el mundo. Su interés social no es discutible. Su sistema de desarrollo es especial y ahí está. En líneas generales, este increíble mundo del periodismo está sujeto a dos grandes condicionamientos. Por un lado, la credibilidad que necesita para la consecución de su mercado, reto absolutamente intransferible para la empresa y que un editor conoce perfectamente, al saber que usted, lector, por cinco duros, pueda o no compartir su producto, y por el otro lado, el respeto de los derechos de las personas, de sus intimidades, de su honor, etcétera.

Y en relación con esto entramos en otro tópico, pero no por ello despreciable, si decimos que la mejor ley de prensa es la que no existe. Pretender, pues, a estas alturas, y en momentos tan concretos como el que vivimos, que la antigua no muera y que, además, desde sus propias cenizas, renazca con potencia inusitada el corporativismo profesional -por ejemplo, las asociaciones de prensa, con sus carnés y sus directores con derecho a veto sobre los contenidos de la publicación, incluyendo la publicidad-, es política, social y profesionalmente regresivo, pero a mí particularmente me preocupa mucho más despejar ahora mismo una incógnita que me parece un absurdo en estos momentos: ¿Estamos asistiendo a un movimiento y a una manipulación de un as pocas personas para mantener un régimen jurídico de prensa caduco y antidemocrático? O, lo que es más significativo: detrás de esta increíble aspiración ¿hay algo más? Porque cuesta trabajo creer, aun leyéndolo, que se pretenda que el editor de un periódico vaya a, ser limitado, aun cuando sea en ínfima medida, en sus decisiones de poderes, por vetos de ejecutivos distinguidos, públicos o privados. Que sus decisiones técnicas y su definición de la línea editorial e informativa del medio puedan ser definidos por alguien que no sea él y lo que él pueda representar resulta, cuando menos, extraño, si no peligroso, para el futuro democrático del país.

Resulta curioso observar cómo, aun cuando todo el mundo reconoce que la libertad de prensa es consustancial con la libertad de publicación y la libertad de expresión, se pretenden sostener mecanismos, artículos, figuras y situaciones concretas que recogió y amplió la ley de Fraga de 1966, cuyo articulado es la catedral más importante contra la libertad de expresión y de prensa que se ha escrito en los últimos años. En concreto, su artículo 2º bastaba para que, anulando todos los demás, destruyera cualquier posibilidad de una prensa libre y democrática. Ahí están los resultados, las multas, los secuestros, los cierres, desde su implantación, hasta casi nuestros días.

Y en ese contexto, y sin tener en cuenta que nos movemos en una sociedad de libre mercado, surgen los proyectos de lord Ansón of Efe y sus correligionarios, ¿ultimo? proyecto de ley orgánica de la información y estatuto de la profesión periodística, que es de nuevo otro caballo de Troya de la cogestión, dentro de la empresa privada periodística.

Ya he señalado cuestiones tan peregrinas como tener derecho de veto sobre todos los contenidos del periódico, incluyendo el publicitario, o sobre la modernización de las técnicas a nivel de redacción y del contenido ideológico del medio. Podría enumerar más, que, aunque ustedes no lo crean, nos sonrojarían más, por ser todavía más absurdas que lo anteriormente dicho. Pero es que, de momento, enumerando simplemente lo anterior, nos encontramos ya ante el delicado y sutil cauce por el que tendría que discurrir la prensa española oficialmente, a partir de estos momentos: me refiero a la relación editor-director.

De hecho, y al menos en los periódicos serios e importantes, ya se venía actuando «por libre», entre otras razones, señores, porque no hay otro camino ni otro método. Me estoy refiriendo a que es el editor de los periódicos el que por sí, o en representación de su consejo, dirige la empresa y dirige al director, a quien realmente habrá que empezar a denominar director de información. Es el editor quien asume el riesgo y los resultados empresariales de un periódico. Como es el editor quien estudia con su departamento técnico las nuevas tecnologías que el desarrollo increíble de las artes gráficas está produciendo día a día. Como es el editor quien representa ante la ley, ante la sociedad, ante la empresa y ante el Estado y ante usted, lector o público, el periódico. Y esto no es ni bueno ni malo, ni nuevo. Esto es así. El editor es esto y no otra cosa, y lo es en todos los países del mundo en que hay prensa y periódicos y en que hay libertad y sociedad de libre consumo.

Y es el editor quien contrata, quien convive, quien conlleva al director, al que, sin duda, en la inmensa mayoría de los casos, y máxime en la actual situación tecnológica, delegará el quehacer diario y el sostenimiento normal de la línea informativa y editorial de su periódico. Porque es el editor el que necesita un director de información, y porque somos los editores los que normalmente tenemos relaciones perfectamente ajustadas, claras y honradas con los directores informativos, a los que, por otro lado, buscamos, y con los que contratamos de forma especifica y especial.

El desarrollar más esta relación, el buscar nuevos y más amplios y mejores cauces, incluso legales, a la relación editor-director, es otra cuestión. Pero no tiene sentido el que el propietario de un medio de comunicación pueda ser objeto de cortapisas graves, por parte de un técnico que él va a buscar, él contrata, él paga y él dirige.

Y dejo al margen temas como la cláusula de conciencia y la sociedad de redactores, que mucho tienen que ver con esto y que nadie discute. Como dejo al margen la amplia e intensa relación, correlación, entre editor y director, porque es un mundo absolutamente privado y absolutamente típico de cada empresa, de cada circunstancia y de cada editor.

Y tiene que entenderse perfectamente que, llegados a este punto, advirtamos seriamente que las manipulaciones a que está siendo sometida la opinión pública por los personajes citados más arriba no- van a ser ya consentidas por los editores. Que los editores españoles no vamos a seguir más tiempo en la situación en que se nos tuvo en el pasado y nos quieren mantener en el presente. Que la figura del editor no es un invento ni una revancha; y que no vamos a asistir impávidos al deterioro que puede causar en las relaciones con nuestras redacciones la defensa de los anteproyectos mencionados.

El director informativo es figura indiscutible y necesaria. Cabe teorizar sobre si ese director tiene que tener o no carné. Vaya por delante mi opinión de que de ninguna manera. Pero esto es harina de otro costal o de un costal diferente. Pero lo que conviene aclarar es que el director de una publicación recibe, delegados del editor, sus poderes de decisión sobre los contenidos del periódico. Que no puede seguir existiendo el director con derechos y poderes que expropien los que, natural y originariamente, corresponden al editor. Ni normas por las cuales la Administración pueda sancionar tal expropiación. Porque en la base de la relación editor-director ya existen cimientos para el desarrollo armónico de su interrelación. Y dicha interrelación supone ya en su comienzo la aceptación del principio universal a ejercer el derecho a la información sin límites y sin fronteras.

Es imposible, ni siquiera en espacio ya largo como el que ocupo, tratar los temas básicos de la situación actual de la prensa, ni de las incongruentes pretensiones de algunos personajes; pero ciertos puntos, aunque parezcan pura semántica, merecen no ser olvidados, como por ejemplo, el título de Federación de Asociaciones de la Prensa de España, que en exclusiva se atribuyen ciertos profesionales.

Yo querría decir, aun a riesgo de apasionado, que merecería consideración, cuando menos suficiente, el precisar que los periodistas, ni siquiera con titulación universitaria, y mucho menos con carné, no son ni serán nunca toda la prensa. La prensa somos todos los que hacemos periódicos. Y entre todos debemos definir unas rellas de juego democtáti cas y armónicas que nos permi tan, en momentos tan difíciles como los actuales y los que el fu turo nos deparará, sin duda, so brevivir con dignidad y libertad. Porque, señores, ¿no es verdad que queremos ser el cuarto poder?

Santiago Rey Fernández-Latorre es editor de La Voz de Galicia y vicepresidente de la AEDE

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