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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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¿Partido radical o partido revolucionario?

No son pocas las corrientes y personas que aspiran a configurar un Partido Radical. Sus puntos de vista sobre los diversos problema políticos de nuestra sociedad son probablemente, bastante divergentes. Les une, eso sí, el propósito de conjugar sus esfuerzos para alcanzar un lugar bajo el sol de la singular democracia suarecista.Es, por lo que parece, una empresa cimentada por el empeño común de obtener cierta representación en el Parlamento, con el consiguiente reconocimiento y presencia en la vida política. Es un objetivo muy legítimo, aunque, ciertamente, un tanto limitado.

Pero ¿hasta qué punto es una empresa coherente?

Las dudas, en este punto, son inevitables. No puede ser muy coherente la suma de sectores y personas tan heterogéneas, movidas unas por ideales laicos; otras, por fines ecologistas; otras, por motivaciones feministas. Aun siendo muy justas muchas de esas ideas y actitudes, ¿es suficiente su yuxtaposición para cimentar un partido político capaz de actuar de un modo coherente en todas las esferas de la actividad política?

En el estado actual de las discusiones e inquietudes de quienes inspiran el proyecto del Partido Radical, más que un esbozo político global y coherente lo que se observa es una combinación de fines inconexos entre sí. El proyecto no comporta un programa de transformación global de la sociedad, sino más bien un conglomerado de reformas parciales desconectadas las unas de las otras.

Por otro lado, ¿se trata de un partido revolucionario o de otra cosa diferente? ¿Se trata de un partido que persigue acabar con el actual orden económico, politico y social y fundar otro nuevo o, por el contrario, el fin se reduce a modificar los aspectos más arcaicos del sistema vigente?

La mayoría de los valedores del proyecto radical se orientan claramente en el último sentido. Siendo así, su objetivo resulta no ser revolucionario y sí reformador: busca hacer más aceptable la sociedad actual, moralizar -es una palabra muy repetida- sus instituciones y suscitar nuevos entusiasmos para esa sociedad previamente corregida.

También es cierto que la desidia de las fuerzas parlamentarias de izquierda ante reivindicaciones sociales que debería hacer suyas un partido que, cuando menos, aspirara a la etiqueta de «demócrata de izquierda», puede hacer aparecer el proyecto de una formación política radical como el «único camino» para dar cauce institucional a algunas de aquellas exigencias abandonadas. Sin embargo, difícilmente podrán legitimarse los esfuerzos consagrados a la creación de un partido de esta naturaleza desde el punto de vista de estar construyendo una alternativa válida encaminada a dar satisfacción -es decir, a liberar de su opresión- a los sectores dominados de la sociedad, objetivo este que no puede contemplarse fuera de un proyecto de transformación global y revolucionaria del sistema político y social imperante. Para ello se necesita, como mínimo, un partido liberado de la «religiosidad» propia de los partidos burgueses, es decir, de dogmas tales como la sumisión al marco de relaciones de producción capitalista, o el respeto a ciertos poderes fácticos (que son quienes, al fin y al cabo, materializan el desarrollo del autoritarismo esta tal), o la aceptación de principios ideológicos tan consustanciales al capitalismocomo, por ejemplo, el machismo, que condenaría a las mujeres a constituir in eternum un sector oprimido de la sociedad... Un partido que, en definitiva, no puede moldearse conforme a los cánones y motivaciones electora listas porque, al mismo tiempo que se hace eco de los problemas que hoy encuentran una legítima con testación en sectores feministas, ecologistas, juveniles, etcétera, debe tener siempre presente su objetivo final -la transformación radical, revolucionaria, de la sociedad en su conjunto- y adecuar sus medios -organización, estructura, formas de actuación...- a la realización del mismo si de verdad pretende que los esfuerzos invertidos a largo plazo y los dedicados a la lucha de todos los días no resulten estériles. Estamos lejos, pues, de una iniciativa revolucionaria. La mayoría de sus promotores, además, en ningún momento han pretendido que lo fuera.

No hace falta subrayar que el proyecto de Partido Radical se orienta hacia áreas muy diferentes de las que son propias del Movimiento Comunista, que es un partido no sólo radical, sino también revolucionario.

El Partido Radical que se va esbozando puede cumplir algunos cometidos positivos. No obstante, la realidad no va a ser tan generosa con él como lo ha sido con su homónimo italiano.

El Estado español es muy diferente a Italia. La problemática derivada de su carácter plurinacional y la diversidad de sus tradiciones explican la existencia en las nacionalidades de un espectro de fuerzas políticas más amplio y denso que el formado por los cuatro partidos de ámbito estatal que disponen de mayor representación parlamentaria. Y así ocurre que sectores sociológicamente afines a aquellos que alimentarían en Madrid un partido radical se encuentran en otras nacionalidades y regiones orientados o encuadrados ya en partidos caracterizados por una definición radical, entre otras cosas, ante el problema autonómico. Factores como estos no van a hacer la tarea fácil a una iniciativa que da la impresión de responder, sobre todo, a las inquietudes de algunos sectores del universo madrileño. Sectores, por cierto, muy distantes también de la propia clase obrera de Madrid.

Javier A. Dorronsoro es miembro del Comité Federal del Movimiento Comunista.

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